LA RELIGIOSIDAD CAE, PERO EL HOMBRE AUTÓNOMO NO ES POR ESO MÁS FELIZ
La bendición especial Urbi et Orbi por la pandemia que impartió el Papa
el 27 de marzo, en una Plaza de San Pedro vacía, tuvo un aire simbólico de fin
de época con la reducción a la nada de la presencia de Dios en el mundo.
¿Es la religión el
opio del pueblo, como quería Marx? ¿Lo estaría demostrando el apagamiento de
la religión ante el 'progreso' del mundo? El
sociólogo Ronald Ingleheart
reflexionó sobre ellos en Foreign Affairs
y Giancarlo Cesana puntualiza
algunas cosas en Tempi:
LA
RELIGIÓN OPIO DEL PUEBLO Y NUESTRA PRETENSIÓN DE DICTAR NOSOTROS LAS REGLAS DE
LA EXISTENCIA
En Foreign Affairs, autorizada revista
estadounidense dedicada a las relaciones internacionales (políticas, económicas
y culturales), en el número de septiembre-octubre que salió el pasado 8 de
agosto se publicó un artículo titulado Giving up on God. The Global
Decline of Religion [Renunciar a
Dios. El declive global de la religión]. El autor, Ronald Inglehart, es un politólogo y sociólogo estadounidense ya
anciano (1934) que ha abordado en profundidad las transformaciones culturales y
religiosas de la sociedad. Su biografía y competencia están documentadas en
internet, donde se pueden encontrar amplias referencias a su abundante producción (libros y estudios).
Los estudios sobre la religión ocupan
un periodo muy vasto y lleno de cambios, que se remonta a unos cuarenta años
atrás. Inglehart parte de la consideración de que los primeros años de este
siglo parecían favorables a la difusión de la religión, que ocupaba el vacío
dejado por la caída del comunismo, favorecida por la elección del presidente George W. Bush, que no
escondía su intensa fe evangélica, manifestada con fuerza y violencia en el
ataque a las Torres Gemelas. Sin embargo, un estudio llevado a cabo en 49
países, que cubre un total aproximado del 60% de la población mundial,
utilizando los datos disponibles entre 1981 y 2007, pone en evidencia que, a pesar de que en 33 naciones la religiosidad parece aumentar, en las que
tienen una renta más elevada claramente disminuye.
Sin
embargo, el declive se aceleró vertiginosamente en los años sucesivos, hasta
llegar a nuestros días. En una escala de 1 a 10, que clasifica la fe religiosa
de "Nada importante" a "Muy importante", 43 de los 49 países han pasado
a ser menos religiosos. Es significativo el caso de Estados
Unidos, que en 2007 alcanzaba una puntuación media de 8,2 y que en la última
encuesta, de 2017, había bajado a 4,6.
También la Iglesia católica estadounidense está profundamente en crisis. Según
una encuesta del Pew Research Center -famoso centro de estudios "independiente", dedicado a sondeos
aplicados al análisis social-, el 92% de los adultos de EE.UU. es consciente de
los abusos sexuales cometidos por los sacerdotes; es más, el 80% piensa que los
abusos continúan. Por dicha razón, el 27% de los católicos encuestados afirma
haber reducido la frecuencia con la que va a misa.
Por
último, Inglehart se detiene en la que él considera la fuerza más
importante que hay detrás de la secularización: "El cambio en las normas
que gobiernan la fertilidad humana".
Y refiere los resultados del World Values Survey, un estudio llevado a
cabo por científicos de todo el mundo, iniciado también en 1981, sobre los
valores que caracterizan la vida de las personas y de las sociedades en un
centenar de países. También en esta ocasión se utilizó una escala de 1 a 10
para indicar el grado de aceptación del divorcio, el aborto y la
homosexualidad. El nivel de
puntuación crítico corresponde a 5,5: las puntuaciones más bajas indican que la
mayoría de una nación está vinculada a puntos de vista más "tradicionales y conservadores"; las
puntuaciones superiores indican una visión más "liberal,
centrada en la libertad de elección individual". A principios de
los años 80 la mayoría de los países investigados apoyaban normas "pro-fertilidad", también entre los que
tenían una renta elevada: se pasaba de la puntuación media de 3,44 en España, a
la de 3,49 en Estados Unidos, 3,50 en Japón, 4,14 en el Reino Unido y 5,35 en
Suecia. En 2019 el cuadro había cambiado totalmente: 5,86 en Estados Unidos,
6,17 en Japón, 6,74 en España (!), 6,90 en Reino Unido y 8,49 en Suecia.
UNA
ANTIGUA IDEA DE MARX
Inglehart
parece pensar que los cambios en la moral sexual están en el origen del
desapego a la religión, que obliga a la mujer a permanecer en casa y tener
hijos y a los homosexuales a ocultar su inclinación. La religión habría perdido
su fuerza coercitiva ante una vida que cada vez es más segura, más larga y está
menos condicionada por el hambre, la enfermedad y la violencia.
Por otro
lado, a medida que disminuye la importancia de la religión, las sociedades no
han estallado, como alertaban los conservadores sobre el colapso de la cohesión
social y la moralidad pública. Es más: los países
menos religiosos están, inequívocamente, menos corruptos que los religiosos. Esto
no significa que la religión implique corrupción, solo que es un indicador de
menor desarrollo civil y económico. Karl Marx, Max Weber
y Emile Durkheim -grandes
pensadores progresistas del siglo XIX y principios del XX- ya predijeron que la
difusión del conocimiento científico expulsaría a la religión del mundo. Esto
no ha sucedido porque la religión es una experiencia más "emotiva" que "cognitiva"
(racional), así que la incertidumbre y las dificultades de la existencia
aún mantienen a muchas personas apegadas a Dios, pero el camino es ese: lo
confirman la caída de la práctica religiosa, la venta
a precios irrisorios de las iglesias, desiertas e inútiles, y la debilidad del
clero, temas de los que informan los medios de comunicación.
Además,
Inglehart no deja de subrayar, al final de su ensayo, que las religiones
tradicionales son peligrosamente divisorias en la "sociedad
contemporánea globalizada". Sin embargo, el futuro no garantiza que
no vuelva la religión, porque pandemias como la del Covid aumentan la incertidumbre
existencial y pueden empujar a las personas a refugiarse en Dios.
PONER
A DIOS EN SEGUNDO LUGAR
Me he
detenido en el artículo de Inglehart porque me parece que resume de manera
magnífica las que son las ideas habituales de las élites
intelectuales de Occidente, que luego transmiten al pueblo, que las
absorbe pasivamente. No se trata, de hecho, de la manifestación de un ateísmo
militante, sino de un desinterés por
Dios, que aparece como un problema y una molestia más, en una vida que se vive
según lo que a uno le gusta, sin obstáculos o remordimientos. En este sentido, vale la alusión que hace
Inglehart a la conquista de la libertad sexual como principal factor
antirreligioso.
Temo, sin
embargo, que el autor confunde la consecuencia con la causa. El hombre no se ha
alejado de Dios para poder hacer lo que quiera, sino que es por la
sensación y la pretensión de hacer lo que quiera por lo que ha puesto a Dios en
segundo lugar. Como dice Benedicto XVI en el reciente libro-entrevista biográfico Una vida, del periodista alemán Peter Seewald, [aparición en español en octubre, Ediciones
Mensajero], se está estableciendo "una dictadura
mundial de ideologías aparentemente humanistas" que "excomulga
socialmente" a quien no la reconoce. Es el largo proceso a través del
cual el hombre tiende a sustituir a Dios, como resume Luigi Giussani magistralmente en el pequeño volumen La conciencia religiosa en el hombre
moderno (Ediciones Encuentro).
Ahora es el hombre, no Dios, quien establece las reglas de la existencia
y de la naturaleza, porque considera que si no las posee en este instante, las
poseerá en el futuro: la ciencia ha dado pasos de gigante, la lucha a las enfermedades es
más eficaz, las sociedades se desarrollan continuamente y las que están más
avanzadas incluso están menos corruptas y tienen menos crímenes. La religión es el legado de los que están
atrasados, que aún son presa del hambre, de las enfermedades y de las muertes
prematuras, o bien de los que no consiguen superar las dificultades y las
contradicciones de la vida. En el fondo, Dios es el resultado del ansia
producida por una catástrofe que se cierne sobre el hombre. De hecho, uno de
los efectos del Covid podría ser la vuelta a la religión.
SER
AMPLIO EN LOS MODOS Y ESTRICTO EN LAS REGLAS
La
interpretación de la religión como respuesta, tendencialmente alineada, a la
debilidad humana, "opio de los pueblos" según
Karl Marx, es antigua y, aunque tal vez más actual ahora que
antes, también es obvia y superficial. Retrasar la muerte y la enfermedad no
las elimina, como tampoco elimina la fragilidad y la incoherencia humana;
asimismo, el progreso de la ciencia y la técnica no consigue prever y evitar
los aluviones, los terremotos y las pandemias. Las reglas que el
hombre se da a sí mismo, adueñándose del criterio de la vida, son
complicadas y están llenas de contradicciones y
dificultan la vida incluso cuando
quieren facilitarla.
Pensemos
en la citada sexualidad.
Cuanto más se fomenta su "desinhibición",
eliminando los que se consideran complejos, condicionamientos y
prejuicios, más se advierte su peligrosidad, multiplicándose los controles en
el comportamiento, y más se subrayan las transgresiones. Pero esto podría ser
comprensible: si se es abierto en las formas y los contenidos del
comportamiento, hay que ser muy estricto en las reglas. Lo que no es
comprensible, o mejor, lo que no se quiere comprender, es que el intento de
dominio y posesión de las cosas no hace la vida más feliz. Estoy hablando de la
vida de las personas de éxito, pero también de las ordinarias, que hoy en día
tienen más suerte de la que tenían antes. Aunque es verdad que en las
sociedades avanzadas la corrupción, los robos y los homicidios disminuyen,
también es verdad que aumentan las separaciones, las
enfermedades mentales, los abortos, la eutanasia y los suicidios.
No
pretendo celebrar los buenos viejos tiempos.
No puedo hacer comparaciones fehacientes: solo las
puedo hacer con mi juventud, en la cual, respecto a los jóvenes de hoy en día,
me parece que las cosas tenían mejor sabor. Podría equivocarme y la
situación de hoy ser mejor que la de entonces, pero leyendo los periódicos y
viendo la televisión, aún hay mucha infelicidad.
OTRO
MUNDO EN ESTE MUNDO
Las
reglas que los hombres se dan a sí mismos autónomamente para vivir no bastan
para la vida. La vida no cabe dentro de ellas porque el hombre no se
da la vida él solo, no la conoce suficientemente, ni, en última instancia, la
posee. La vida la da y la hace Dios. La religión debería enseñar cómo sucede esto,
todos los días. Si bien es verdad que la religión ayuda a enfrentarse a las
desgracias, es necesario tener en cuenta que no hay desgracia más grande que
una vida sin sentido, no vivida, insensible a la realidad y a los otros. Para
remediar a esto Dios se hizo hombre, intervino en el mundo y corrigió la
religión con la fe, la posibilidad de ver y creer en la cotidianidad de una
humanidad cambiada y más verdadera. «Otro mundo en
este mundo», dijo el seminarista Giussani a su compañero Enrico Manfredini
(futuro arzobispo de Bolonia), que contemplaba estupefacto el Misterio de
la Encarnación.
Traducción de Elena Faccia Serrano.
ReL
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