El Papa Francisco se dirigió este viernes 25 de septiembre a los participantes de la 75ª Asamblea General de las Naciones Unidas, que se está celebrando en Nueva York del 21 al 29 de septiembre, por medio de un mensaje de video.
A continuación, el texto completo del Papa Francisco:
Señor presidente, ¡La paz esté con Ustedes!
Saludo cordialmente a Usted, Señor presidente, y a todas las
Delegaciones que participan en esta significativa septuagésima quinta Asamblea
General de las Naciones Unidas. En particular, extiendo mis saludos al
Secretario General, Sr. António Guterres, a los Jefes de Estado y de Gobierno
participantes, y a todos aquellos que están siguiendo el Debate General.
El Septuagésimo quinto aniversario de la ONU es una oportunidad para
reiterar el deseo de la Santa Sede de que esta Organización sea un verdadero
signo e instrumento de unidad entre los Estados y de servicio a la entera
familia humana.
Actualmente, nuestro mundo se ve afectado por la pandemia del COVID-19,
que ha llevado a la pérdida de muchas vidas. Esta crisis está cambiando nuestra
forma de vida, cuestionando nuestros sistemas económicos, sanitarios y
sociales, y exponiendo nuestra fragilidad como criaturas. La pandemia nos
llama, de hecho, «a tomar este tiempo de prueba
como un momento de elección […]: el tiempo para elegir entre lo que cuenta
verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo
es».
Puede representar una oportunidad real para la conversión, la
transformación, para repensar nuestra forma de vida y nuestros sistemas
económicos y sociales, que están ampliando las distancias entre pobres y ricos,
a raíz de una injusta repartición de los recursos.
Pero también puede ser una posibilidad para una “retirada
defensiva” con características individualistas y elitistas.
Nos enfrentamos, pues, a la elección entre uno de los dos caminos
posibles: uno conduce al fortalecimiento del multilateralismo, expresión de una
renovada corresponsabilidad mundial, de una solidaridad fundamentada en la
justicia y en el cumplimiento de la paz y de la unidad de la familia humana,
proyecto de Dios sobre el mundo; el otro, da preferencia a las actitudes de
autosuficiencia, nacionalismo, proteccionismo, individualismo y aislamiento,
dejando afuera los más pobres, los más vulnerables, los habitantes de las
periferias existenciales. Y ciertamente será perjudicial para la entera
comunidad, causando autolesiones a todos. Y esto no debe prevalecer.
La pandemia ha puesto de relieve la urgente necesidad de promover la
salud pública y de realizar el derecho de toda persona a la atención médica
básica. Por tanto, renuevo el llamado a los responsables políticos y al sector
privado a que tomen las medidas adecuadas para garantizar el acceso a las
vacunas contra el COVID-19 y a las tecnologías esenciales necesarias para
atender a los enfermos. Y si hay que privilegiar a alguien, que ése sea el más
pobre, el más vulnerable, aquel que normalmente queda discriminado por no tener
poder ni recursos económicos.
La crisis actual también nos ha demostrado que la solidaridad no puede
ser una palabra o una promesa vacía. Además, nos muestra la importancia de
evitar la tentación de superar nuestros límites naturales. «La libertad humana es capaz de limitar la técnica,
orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano, más
humano, más social, más integral». También deberíamos tener en cuenta
todos estos aspectos en los debates sobre el complejo tema de la inteligencia
artificial (IA).
Teniendo esto presente, pienso también en los efectos sobre el trabajo,
sector desestabilizado por un mercado laboral cada vez más impulsado por la
incertidumbre y la “robotización” generalizada.
Es particularmente necesario encontrar nuevas formas de trabajo que sean
realmente capaces de satisfacer el potencial humano y que afirmen a la vez
nuestra dignidad.
Para garantizar un trabajo digno hay que cambiar el paradigma económico
dominante que sólo busca ampliar las ganancias de las empresas. El ofrecimiento
de trabajo a más personas tendría que ser uno de los principales objetivos de
cada empresario, uno de los criterios de éxito de la actividad productiva. El
progreso tecnológico es útil y necesario siempre que sirva para hacer que el
trabajo de las personas sea más digno, más seguro, menos pesado y agobiante.
Y todo esto requiere un cambio de dirección, y para esto ya tenemos los
recursos y tenemos los medios culturales, tecnológicos y tenemos la conciencia
social. Sin embargo, este cambio necesita un marco ético más fuerte, capaz de
superar la «tan difundida e inconscientemente consolidada “cultura del descarte”».
En el origen de esta cultura del descarte existe una gran falta de
respeto por la dignidad humana, una promoción ideológica con visiones
reduccionistas de la persona, una negación de la universalidad de sus derechos
fundamentales, y un deseo de poder y de control absolutos que domina la
sociedad moderna de hoy. Digámoslo por su nombre: esto
también es un atentado contra la humanidad.
De hecho, es doloroso ver cuántos derechos fundamentales continúan siendo
violados con impunidad. La lista de estas violaciones es muy larga y nos hace
llegar la terrible imagen de una humanidad violada, herida, privada de
dignidad, de libertad y de la posibilidad de desarrollo. En esta imagen,
también los creyentes religiosos continúan sufriendo todo tipo de
persecuciones, incluyendo el genocidio debido a sus creencias. También, entre
los creyentes religiosos, somos víctimas los cristianos: cuántos sufren alrededor del mundo, a veces obligados a
huir de sus tierras ancestrales, aislados de su rica historia y de su cultura.
También debemos admitir que las crisis humanitarias se han convertido en
el statu quo, donde los derechos a la vida, a la libertad y a la seguridad
personales no están garantizados. De hecho, los conflictos en todo el mundo
muestran que el uso de armas explosivas, sobre todo en áreas pobladas, tiene un
impacto humanitario dramático a largo plazo. En este sentido, las armas
convencionales se están volviendo cada vez menos “convencionales”
y cada vez más “armas de destrucción
masiva”, arruinando ciudades, escuelas, hospitales, sitios religiosos, e
infraestructuras y servicios básicos para la población.
Además, muchos se ven obligados a abandonar sus hogares. Con frecuencia,
los refugiados, los migrantes y los desplazados internos en los países de
origen, tránsito y destino, sufren abandonados, sin oportunidad de mejorar su
situación en la vida o en la de su familia. Peor aún, miles son interceptados
en el mar y devueltos a la fuerza a campos de detención donde enfrentan
torturas y abusos. Muchos son víctimas de la trata, la esclavitud sexual o el
trabajo forzado, explotados en labores degradantes, sin un salario justo. ¡Esto que es intolerable, sin embargo, es hoy una
realidad que muchos ignoran intencionalmente!
Los tantos esfuerzos internacionales importantes para responder a estas
crisis comienzan con una gran promesa, entre ellos los dos Pactos Mundiales
sobre Refugiados y para la Migración, pero muchos carecen del apoyo político
necesario para tener éxito. Otros fracasan porque los Estados individuales
eluden sus responsabilidades y compromisos. Sin embargo, la crisis actual es
una oportunidad: es una oportunidad para la ONU, es
una oportunidad de generar una sociedad más fraterna y compasiva.
Esto incluye reconsiderar el papel de las instituciones económicas y
financieras, como las de Bretton-Woods, que deben responder al rápido aumento
de la desigualdad entre los súper ricos y los permanentemente pobres. Un modelo
económico que promueva la subsidiariedad, respalde el desarrollo económico a
nivel local e invierta en educación e infraestructura que beneficie a las
comunidades locales, proporcionará las bases para el mismo éxito económico y a
la vez, para renovación de la comunidad y la nación en general. Y aquí renuevo
mi llamado para que «considerando las
circunstancias […] se afronten – por parte de todos los Países – las grandes
necesidades del momento, reduciendo, o incluso condonando, la deuda que pesa en
los presupuestos de aquellos más pobres».
La comunidad internacional tiene que esforzarse para terminar con las
injusticias económicas. «Cuando los organismos
multilaterales de crédito asesoren a las diferentes naciones, resulta
importante tener en cuenta los conceptos elevados de la justicia fiscal, los presupuestos
públicos responsables en su endeudamiento y, sobre todo, la promoción efectiva
y protagónica de los más pobres en el entramado social». Tenemos la
responsabilidad de proporcionar asistencia para el desarrollo a las naciones
empobrecidas y alivio de la deuda para las naciones muy endeudadas.
«Una nueva ética supone ser conscientes de la
necesidad de que todos se comprometan a trabajar juntos para cerrar las
guaridas fiscales, evitar las evasiones y el lavado de dinero que le roban a la
sociedad, como también para decir a las naciones la importancia de defender la
justicia y el bien común sobre los intereses de las empresas y multinacionales
más poderosas». Este es el tiempo propicio para
renovar la arquitectura financiera internacional.
Señor presidente,
Recuerdo la ocasión que tuve hace cinco años de dirigirme a la Asamblea
General en su septuagésimo aniversario. Mi visita tuvo lugar en un período de
un multilateralismo verdaderamente dinámico, un momento prometedor y de gran
esperanza, inmediatamente anterior a la adopción de la Agenda 2030. Algunos
meses después, también se adoptó el Acuerdo de París sobre el Cambio Climático.
Sin embargo, debemos admitir honestamente que, si bien se han logrado
algunos progresos, la poca capacidad de la comunidad internacional para cumplir
sus promesas de hace cinco años me lleva a reiterar que «hemos de evitar toda
tentación de caer en un nominalismo declaracionista con efecto tranquilizador
en las conciencias. Debemos cuidar que nuestras instituciones sean realmente
efectivas en la lucha contra todos estos flagelos».
Pienso también en la peligrosa situación en la Amazonía y sus
poblaciones indígenas. Ello nos recuerda que la crisis ambiental está
indisolublemente ligada a una crisis social y que el cuidado del medio ambiente
exige una aproximación integral para combatir la pobreza y combatir la
exclusión.
Ciertamente es un paso positivo que la sensibilidad ecológica integral y
el deseo de acción hayan crecido. «No debemos cargar a las próximas
generaciones con los problemas causados por las anteriores. […] Debemos
preguntarnos seriamente si existe – entre nosotros – la voluntad política […]
para mitigar los efectos negativos del cambio climático, así como para ayudar a
las poblaciones más pobres y vulnerables que son las más afectadas».
La Santa Sede seguirá desempeñando su papel. Como una señal concreta de
cuidar nuestra casa común, recientemente ratifiqué la Enmienda de Kigali al
Protocolo de Montreal.
Señor presidente,
No podemos dejar de notar las devastadoras consecuencias de la crisis
del Covid-19 en los niños, comprendiendo los menores migrantes y refugiados no
acompañados. La violencia contra los niños, incluido el horrible flagelo del
abuso infantil y de la pornografía, también ha aumentado dramáticamente.
Además, millones de niños no pueden regresar a la escuela. En muchas
partes del mundo esta situación amenaza un aumento del trabajo infantil, la
explotación, el maltratado y la desnutrición. Desafortunadamente, los países y
las instituciones internacionales también están promoviendo el aborto como uno
de los denominados “servicios esenciales” en la respuesta humanitaria. Es
triste ver cuán simple y conveniente se ha vuelto, para algunos, negar la
existencia de vida como solución a problemas que pueden y deben ser resueltos
tanto para la madre como para el niño no nacido.
Imploro, pues, a las autoridades civiles que presten especial atención a
los niños a quienes se les niegan sus derechos y dignidad fundamentales, en
particular, su derecho a la vida y a la educación. No puedo evitar recordar el
apelo de la joven valiente Malala Yousafzai, quien hace cinco años en la
Asamblea General nos recordó que “un niño, un maestro, un libro y un bolígrafo
pueden cambiar el mundo”.
Los primeros educadores del niño son su mamá y su papá, la familia que
la Declaración Universal de los Derechos Humanos describe como «el elemento
natural y fundamental de la sociedad». Con demasiada frecuencia, la familia es
víctima de colonialismos ideológicos que la hacen vulnerable y terminan por
provocar en muchos de sus miembros, especialmente en los más indefensos – niños
y ancianos – un sentido de desarraigo y orfandad. La desintegración de la
familia se hace eco en la fragmentación social que impide el compromiso para
enfrentar enemigos comunes. Es hora de reevaluar y volver a comprometernos con
nuestros objetivos.
Y uno de esos objetivos es la promoción de la mujer. Este año se cumple
el vigésimo quinto aniversario de la Conferencia de Beijing sobre la Mujer. En
todos los niveles de la sociedad las mujeres están jugando un papel importante,
con su contribución única, tomando las riendas con gran coraje en servicio del
bien común.
Sin embargo, muchas mujeres quedan rezagadas: víctimas de la esclavitud,
la trata, la violencia, la explotación y los tratos degradantes. A ellas y a
aquellas que viven separadas de sus familias, les expreso mi fraternal cercanía
a la vez que reitero una mayor decisión y compromiso en la lucha contra estas
prácticas perversas que denigran no sólo a las mujeres sino a toda la humanidad
que, con su silencio y no actuación efectiva, se hace cómplice.
Señor Presidente,
Debemos preguntarnos si las principales amenazas a la paz y a la
seguridad como, la pobreza, las epidemias y el terrorismo, entre otras, pueden
ser enfrentadas efectivamente cuando la carrera armamentista, incluyendo las
armas nucleares, continúa desperdiciando recursos preciosos que sería mejor
utilizar en beneficio del desarrollo integral de los pueblos y para proteger el
medio ambiente natural.
Es necesario romper el clima de desconfianza existente. Estamos
presenciando una erosión del multilateralismo que resulta todavía más grave a
la luz de nuevas formas de tecnología militar,[16] como son los sistemas
letales de armas autónomas (LAWS), que están alterando irreversiblemente la
naturaleza de la guerra, separándola aún más de la acción humana.
Hay que desmantelar las lógicas perversas que atribuyen a la posesión de
armas la seguridad personal y social. Tales lógicas sólo sirven para
incrementar las ganancias de la industria bélica, alimentando un clima de
desconfianza y de temor entre las personas y los pueblos.
Y en particular, “la disuasión nuclear”
fomenta un espíritu de miedo basado en la amenaza de la aniquilación mutua, que
termina envenenando las relaciones entre los pueblos y obstruyendo el diálogo.
Por eso, es tan importante apoyar los principales instrumentos legales
internacionales de desarme nuclear, no proliferación y prohibición.
La Santa Sede espera que la próxima Conferencia de Revisión del Tratado
sobre la No Proliferación de las Armas Nucleares (TNP) resulte en acciones
concretas conformes con nuestra intención conjunta «de
lograr lo antes posible la cesación de la carrera de armamentos nucleares y de
emprender medidas eficaces encaminadas al desarme nuclear».
Además, nuestro mundo en conflicto necesita que la ONU se convierta en
un taller para la paz cada vez más eficaz, lo cual requiere que los miembros
del Consejo de Seguridad, especialmente los Permanentes, actúen con mayor
unidad y determinación.
En este sentido, la reciente adopción del alto al fuego global durante
la presente crisis, es una medida muy noble, que exige la buena voluntad de
todos para su implementación continuada. Y también reitero la importancia de
disminuir las sanciones internacionales que dificultan que los Estados brinden
el apoyo adecuado a sus poblaciones.
Señor presidente,
De una crisis no se sale igual: o salimos mejores o salimos peores. Por
ello, en esta coyuntura crítica, nuestro deber es repensar el futuro de nuestra
casa común y proyecto común. Es una tarea compleja, que requiere honestidad y
coherencia en el diálogo, a fin de mejorar el multilateralismo y la cooperación
entre los Estados.
Esta crisis subraya aún más los límites de nuestra autosuficiencia y común
fragilidad y nos plantea explicitarnos claramente cómo queremos salir: mejores o peores. Porque repito, de una crisis no se sale
igual: o salimos mejores o salimos peores.
La pandemia nos ha mostrado que no podemos vivir sin el otro, o peor
aún, uno contra el otro. Las Naciones Unidas fueron creadas para unir a las
naciones, para acercarlas, como un puente entre los pueblos; usémoslo para
transformar el desafío que enfrentamos en una oportunidad para construir
juntos, una vez más, el futuro que queremos.
¡Y que Dios nos bendiga a todos!
Gracias Señor Presidente.
Redacción ACI
Prensa
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