La maternidad es el sacrificio más grande. El que nadie nota, pero el que tiene la mejor recompensa.
A veces, parece que nadie se da cuenta de los esfuerzos diarios de ser mamá.
Nadie se da cuenta de las noches de insomnio, los gritos contenidos, los baños no tomados, el desayuno caliente y sabroso que se ahora se ha convertido en pan, mantequilla y café helado.
Nadie
se da cuenta cuando la mamá está trabajando al
límite del agotamiento. Ya sea para limpiar, educar o prestar una gran parte de
sí misma para mantener a ese pequeño en perfectas condiciones.
Detrás de un hijo feliz, hay una madre con un chongo despeinado, un poco arrugada y... ropa vieja.
Detrás
de un niño feliz, hay un trabajo duro que nadie
(o casi nadie) se atreve a preocuparse.
La maternidad es una donación profunda, dolorosa e inmensa de ti misma.
La maternidad es un viaje para las valientes, un lugar de personas valientes que se aventuran en la batalla para crear un ser humano independiente: dar límites, prestar sus noches de sueño, multiplicar sus fuerzas y amarlos para siempre, incluso cuando nos llevan a locura.
La
maternidad es esta entrega loca y profunda
de nuestro propio corazón. E incluso cuando nadie se da cuenta, ahí está: la madre, que da su cuerpo, multiplica su amor, comparte
sus sonrisas y vive el agotamiento más completo y feliz. ¡Porque toda mamá sabe
que la mejor recompensa, por tanto cansancio, ya está en tus manos!
¡Estoy cansada, créeme! Pero una nunca se cansa de ser madre.
Crédito: autor desconocido
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