EL DEMONIO APROVECHA EL SEÑUELO DE LA «LIBERTAD» PARA ESCLAVIZAR AL HOMBRE.
Si tuviese que resumir el cristianismo en sólo dos palabras, pienso que éstas
serían Cristo y Amor. Dado que Satanás es lo
contrario a Cristo, aunque es sólo una criatura, creo que la palabra más
adecuada para expresar lo que él pretende, es lo que es lo contrario al amor,
es decir el Odio.
El matrimonio entra desde el principio en el plan de Dios, constituyendo amar y ser amado el sentido de
nuestra vida: “Por eso dejará el hombre a sus padre
y a su madre; y se adherirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Gén
2, 24), versículo que supone una unión estable y fecunda. Se trata de la
comunión más íntima posible de pensamiento, voluntad y amor, pero también este “una sola carne” se realiza en los hijos, cuya
carne es fruto de ambos, en una unión indisoluble.
La familia, por tanto, ha sido creada para el amor, y es un lugar donde normalmente uno no es querido
por lo que es, sino simplemente porque es. La familia resulta del matrimonio
entre un hombre y una mujer que se comprometen a compartir sus vidas y están
dispuestos a tener hijos y a educarlos. Es el principal escudo del amor, el
refugio al que se recurre cuando las cosas van mal. Lo vemos por ejemplo en
nuestro país, donde los lazos familiares atenúan las consecuencias de las
crisis económicas. Y como es el lugar por excelencia del amor y de la entrega gratuita
de uno mismo, al demonio le resulta insoportable una realidad como
ésta e intenta destruirla.
Pero el odio del demonio necesita
encarnarse y apoyarse en realidades concretas. Se sirvió y se sigue sirviendo
del marxismo en que la lucha de clases, el odio y la violencia son
el motor de la Historia. Más recientemente, con la ideología de
género y el feminismo radical, ya
no se tratará de la lucha entre el burgués capitalista y el obrero proletario,
sino que la lucha de clases pasa a ser la lucha de sexos, donde el varón pasa a
ocupar el lugar del burgués capitalista opresor, y la mujer el de la esclava
oprimida.
Es decir,
se trata ya de un ataque directo a la familia, y por eso para él el medio de
conseguir la destrucción del matrimonio y la familia, es facilitar una serie de
prácticas y leyes antivida y antifamilia, como el divorcio
exprés, el aborto, las relaciones sexuales extraconyugales, la fornicación, la
sodomía, el matrimonio homosexual, la eutanasia, la educación afectivo sexual
basada en la ideología de género, la dictadura del lobby LGTBI y, muy
especialmente, el quebrantamiento de la fidelidad sexual y de la monogamia. Y
es que el odio no construye, sino destruye.
Pero como
todo esto no puede presentarse como algo malo, necesita una
apariencia de bien. Este bien es el de la libertad. Cada uno es dueño absoluto de su vida y, en
parte, también de la de los demás, como ocurre en los casos de aborto y
eutanasia. El demonio nos ofrece la libertad absoluta, sin limitaciones
naturales o morales, pero para alcanzarla hemos de seguir estas tres reglas: 1) Haz todo aquello que
quieras; 2) No
debes obedecer a nadie, es decir no te sometas a Dios; 3) Sé tu propio dios.
Ahora
bien, como nos dice Jesucristo, el demonio es el “padre
de la mentira” (Jn 8, 44). Nos ofrece la libertad, pero su realidad es
la esclavitud. Hacer el mal no nos hace precisamente ser más libres
ni los que hacen el bien lo son menos.
El
conocido filósofo francés Gabriel Marcel habla de dos estadios de libertad: el primero, el más bajo, es el de la libertad de escoger
o decidir, por ejemplo decido cometer adulterio o no. Es evidente que se
trata de una libertad muy imperfecta y que si me dejo llevar por el mal,
terminaré siendo esclavo de mis pasiones y hasta puedo llegar a perder mi libertad, como
sucede por ejemplo con la drogadicción. Se trata de un individualismo
exagerado, en el que pierdo la dimensión relacional, que es parte de
nosotros, y que necesitamos para realizar nuestra personalidad. El segundo
estadio es el de la libertad de amar: estoy tan enamorado de mi mujer, que ni se me ocurre
engañarla. Es indudable que este segundo grado es mucho más perfecto y
mi libertad mucho más valiosa que si me quedo en el primero. Éste segundo tipo
de libertad, al servicio del amor, es el que nos conduce a Jesucristo.
Por Pedro Trevijano
No hay comentarios:
Publicar un comentario