¿Sorprende escuchar que una persona religiosa ha caído en la depresión?
Por: Ignacio Monar García | Fuente: Catholic.net
Suavemente diré que me parece benevolente y
paternalista escuchar la palabra "monjitas"
en boca de algunos fieles. La cosa empeora en manos de esos calamitosos
cristianos que llevan la cuenta de cuántas religiosas y cuántos religiosos se
van muriendo. Sabéis que los hay. Ellos se ríen de las vidas entregadas y
añaden "el último que apague la luz",
"si no se hubieran quitado el hábito...", "con Trento otro gallo
nos cantaba..." Cuando leo tales artículos -nada
infrecuentes- dedicados a levantar acta de defunción de órdenes y
congregaciones me sienta como una patada en salva sea la parte.
Lo escribiré de forma más amable: alguien que sigue a Cristo y ama a su Iglesia no puede
albergar en su corazón tanta insensibilidad.
La vida religiosa, amigos, cambia. Y la
femenina, especialmente. No se puede pretender que florezcan algunas
comunidades indefensas intelectualmente, infantilizadas, dependientes de la
presencia puntual de beneméritos capellanes. No me temblará el pulso al
constatar que también algunas religiosas se consideran a ellas mismas como "monjitas". ¡Pues sepan que las mujeres a las
que llama Jesús no son marionetas! ¡Muy al contrario, son los valladares firmes
del Evangelio y las necesitamos!
Yo tengo estas opiniones: basta de hacernos esclavos de edificios y monumentos, y
menos a costa de las mucho más valiosas vidas de nuestras hermanas en la fe.
La defensa del patrimonio de siglos que no ahogue fértiles vocaciones. Si hay
que reestructurar, se hace. Afortunadamente la Iglesia es creativa.
Tampoco ha de soportarse que los problemas de
salud mentales no sean tratados a tiempo dentro de los conventos por falta de
orientación adecuada. ¿Sorprende escuchar que una
persona religiosa ha caído en la depresión, por ejemplo? Para alguno será una
decepción, dado que "nuestras monjitas" son
tan buenas y seráficas que nunca enferman y están protegidas por sus altos
muros y dietas frugales.
Es penoso también pretender que el mundo seglar
quede relegado a, simplemente, llevarles huevos en las bodas, pedirles una
novena, comprar repostería... O, no solo
que los padres sientan que han perdido una hija, sino que ese dolor lógico se
corresponda con la realidad.
Resulta injusto que cuando alguien decide salir
del monacato, convento o vida activa, se encuentre en incertidumbre, sin apenas
bagajes, dependiente de familiares y algún caritativo obispo. Que haya
abandonos en la exigentísima vida religiosa -seamos claros- es lo más normal
del mundo. ¿Acaso quien se ve en la dolorosa
decisión de dejar los votos pierde de paso la condición de hijo de Dios?
¿Quizás pensamos que ya está condenada a la mediocridad frente a la excelencia
de lo espiritual? Entonces, ¿para qué porras
sirve el discernimiento de la vocación?
Ante tanta ignorancia y ceguera -o algo peor- no
me callo. No, que no me callo. Me leí a ese tal san Pablo cuando dice: "A tiempo y a destiempo". Y traigo
anuncio, no solo denuncia.
Porque, frente a todo esto, aviso que el
Espíritu sopla de verdad. Insisto: los
profetas del apocalipsis eclesial nos asustan con sus fórmulas huecas.
Preguntan teatralmente: "¿dónde está la
primavera? ¿Dónde están los frutos del Concilio?" Pues no les
escuchéis, amigos. Elegid si queréis plañir o renacer.
Yo ya lo he hecho. Por cierto, que en ese
renacer no encuentro espíritus sutiles, melifluos, espiritualoides,
azucarados... ¡no
son monjitas, no! Son personas con
una gran formación, capaces de hablar en público con elocuencia. Soportan el
dolor y sostienen la esperanza, de veras. Acogen los jirones del alma de los
muchos que acuden a ellos. Y ríen, bailan, tocan instrumentos, pintan,
escriben, cultivan, gestionan, construyen, alimentan, enseñan, testimonian,...
¡Ah, y por si acaso alguno
lo duda: siguen a Cristo en su Iglesia!
Es verdad que hay que volver a lo esencial. Solo
que lo esencial no tiene que ver con regresar al siglo XIX, ni a las tocas de
almidón, ni la huida de ese mundo 'tan peligroso que nos come'. Lo esencial es
el amor a Dios, la comunión, la vida en común, la celebración litúrgica
bellamente celebrada, la conversión, el respeto a las peculiaridades de cada
carisma, -con su clausura o no, según-, no ser melindres en el trato y el sano
equilibrio y presencia de sacerdotes y laicos en las comunidades.
Aun voy a ser más concreto: los últimos
documentos de la Congregación Vaticana para la Vida Religiosa, han ido en una
clara línea. Me congratula que haya quien
lidere con criterio este proceso. Es de bien nacidos reconocerlo, aunque suene
a peloteo.
No me encontraréis a mí donde se dedican a tirar
piedras a la orden, congregación o instituto de enfrente. Yo no diré que sea
tramposo o erróneo acoger a jóvenes de otros países para repoblar conventos. A
mí me parece, humildemente, que esto de seguir a Jesús es luminoso, radical y
transformador. Y es que Cristo vive. Ante eso nada podrán hacer los
profetas de las webs, esos especuladores que dicen saber tanto. A los que, por
supuesto, seguiré leyendo para no dormirme en mis complacencias.
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Ignacio Monar García. Profesor de filosofía en el IES P. Juan de Mariana de
Talavera de la Reina (Toledo). Laico agustino en la Fraternidad del Monasterio
de la Conversión. Miembro de la RED DE ESCRITORES www.escritores.red
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