Es hermoso saber que cada acto de amor que hacemos queda, al final del día, «ensobretado y sellado» para la eternidad.
Por: Alejandro Ortega Trillo | Fuente: Catholic.net
¿Quién es capaz de
comprender la eternidad? Pedirle a un hombre explicaciones es como
pedirle a un ciego que describa el arcoíris. Al no tener experiencia de ella,
la conceptualizamos de modo superficial como un «tiempo
infinito», que sólo imaginarlo causa tedio. Algunos teólogos hablan, en
cambio, de un «instante perpetuo», lo cual
seguramente es más acertado, aunque no menos misterioso.
Según el Evangelio, toda la creación –y la humanidad con ella– «entrará» en la
eternidad cuando Jesús venga por segunda vez. La tradición bíblica y teológica
ha llamado «parusía» (del griego: “venida, llegada”) a ese momento, que Jesús
describe en tono apocalíptico, con tremendas repercusiones cósmicas. El sol, la
luna, las estrellas, el universo entero participará, a su modo, de ese momento
culmen de la historia.
Al describir así su segunda venida, ¿quiere Jesús
asustarnos? ¿Quiere que «no queramos» que venga Él algún día por segunda vez?
Las palabras de Jesús en el texto paralelo del evangelio de san Lucas muestran
la actitud correcta: «Cuando empiecen a suceder
estas cosas, cobrad ánimo y levantad la cabeza porque se acerca vuestra
liberación» (Lc. 21, 28). Por lo mismo, y sin diluir para nada su
carácter dramático –que cambiará profundamente el estado actual de las cosas–
la parusía y la eternidad deberían aleccionarnos y motivarnos a relativizarlo
todo, a valorar el tiempo y a estar siempre preparados.
Todo es pasajero. San Pablo escribe: «pasa la
apariencia de este mundo» (1 Cor 7 – 31). La etapa de estudios es
pasajera, el puesto de trabajo es pasajero, la juventud es pasajera, los éxitos
son pasajeros, la belleza es pasajera, la diversión es pasajera, cualquier pena
o dolor también es pasajero –aunque durara toda
la vida–. Todo tiene un final. «Nada te
turbe; nada te espante; todo se pasa…», decía santa Teresa. El saber que
tarde o temprano tendremos que levar anclas y partir le quita presión a nuestra
vida, aunque, por otro lado, le dé también urgencia.
Por otra parte, el cristianismo ha enriquecido y redimido el tiempo dándole un
significado nuevo y esperanzador. El tiempo es el «espacio de oportunidad» que
Dios nos concede en pequeñas dosis de un día, de una hora, de un instante
fugaz, pero decisivo, para tender a nuestra madurez como personas. Y esta
madurez sólo se alcanza en la práctica del amor. «To
Live is To Love» (vivir es amar), suele decirse; pero amar con
prisa, porque el tiempo es poco. De nuevo san Pablo, que sentía y vivía esta
urgencia en su corazón de apóstol, escribía: «el
amor de Cristo nos apremia –nos urge–» (2 Cor. 5, 14). Es hermoso
saber que cada acto de amor que hacemos queda, al final del día, «ensobretado y sellado» para la eternidad.
Finalmente, la perspectiva de la eternidad nos
enseña a estar siempre preparados. «Nadie sabe el
día ni la hora», dice Jesús. De hecho, ninguna de las reiteradas «profecías» que le han puesto fecha al fin del
mundo se ha cumplido. Esto no significa que el fin del mundo no llegará algún
día. Sólo no sabemos cuándo. Esta incertidumbre tiene su valor. Ante todo,
marca el límite de nuestra condición de creaturas. Le da seriedad a nuestra
vida, que un día tendrá que confrontarse con «la
hora de la verdad». Y nos motiva a «estar
siempre en vela»; es decir, a vivir en estado de gracia, manteniendo la
paz con Dios y con los demás, y dando lo mejor de nosotros mismos.
María aparece en el libro del Apocalipsis como una mujer «vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona
de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12, 1). María recoge, en
plena conmoción apocalíptica, el esplendor y la belleza del universo que se
apaga. Con ella aparecen de nuevo el sol, la luna y las estrellas. Se presenta
así como el lugar seguro al cual acudir cuando se nos apaga la vida o se nos
oscurece el mundo. Que Ella nos alcance la gracia de aprender de la eternidad
para relativizarlo todo, valorar el tiempo y estar siempre preparados.
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