Las conductas adictivas o dependientes generan una situación problema con importantes implicaciones sociales.
Por: P. Jorge Loring, S.I. | Fuente: Catholic.net
Desde que se ha permitido el juego en algunos
países, éste se ha convertido en un vicio nacional. La ludopatía es una
enfermedad social. Lo que se gasta en juegos de azar en un año es una
atrocidad. España es el país del mundo que más gasta en juegos de azar, por
persona, después de Filipinas.
De acuerdo al Manual Diagnóstico y Estadística de los trastornos mentales de la
American Psychiatric Association: "La
sintomatología esencial de este trastorno consiste en un fracaso crónico y
progresivo en resistir los impulsos a jugar y en la aparición de una conducta
de juego que compromete, rompe o lesiona los objetivos personales, familiares o
vocacionales" (...) "Los problemas característicos suponen un aumento
extraordinario de las deudas personales e incapacidad consiguiente para
pagarlas y hacer frente a otras responsabilidades financieras, con lo que se
alteran las relaciones familiares y la atención al trabajo, recurriendo a
actividades financieras ilegales para poder pagar".
Estamos, pues, ante una enfermedad mental de carácter social. El juego
patológico, al igual que el resto de conductas adictivas o dependientes, genera
una situación problema con importantes implicaciones sociales.
La capacidad del jugador para el desenvolvimiento normal de su vida diaria se
ve gravemente afectada, de tal manera, que se presentan alteraciones en las
relaciones familiares, irregularidades en el trabajo y actividades financieras
ilegales.
En mayor o menor grado, la desestructuración familiar está presente en el entorno de los jugadores
patológicos, que se traducen en un deterioro progresivo de la convivencia, no
sólo conyugal, sino también paterno-filial. Esto puede verse agravado por
problemas de índole económica que aparecen en no pocos casos. Sin olvidar que
un entorno conflictivo no es el lugar más adecuado para la formación en los
valores humanos y cristianos de los miembros más jóvenes de la generación.
El ámbito laboral es otro
espacio social a considerar. Cuando el nivel de adicción al juego es
considerable, resulta fácil encontrar excusas para distraer parte del tiempo
que debería dedicarse al trabajo, o simplemente, el estado anímico del sujeto
le impide desarrollar su labor de manera satisfactoria y algo puede empezar a
fallar. La situación puede complicarse si se delinque, accediendo de manera
ilegal a bienes económicos de la empresa, o de clientes. Aparecen los problemas
legales e incluso el despido laboral.
No podemos olvidar al ama de casa. La mujer jugadora que
se dedica a las tareas domésticas también tiene su ámbito laboral: el hogar.
Normalmente, el ama de casa está sola, los niños en el colegio, el marido en el
trabajo... ¿quién le impide entonces dar una
escapadita al bingo o a las máquinas de azar? ¿o la ciberadicción a jugar en la
red?
Puede que no emplee grandes sumas de dinero, pero tendrá que hacer verdaderas
maravillas para tener el trabajo a punto. El deterioro de la economía
doméstica, las tensiones en el seno de la familia, discusiones, etc., terminan
por desestabilizar la convivencia.
Respecto al ámbito grupal-relacional, es factible que
sea afectado en un sentido u otro. No es raro que el jugador pida prestado
dinero. Así es que los amigos pasan a ocupar el status de acreedores, por lo
que se procura evitarlos, sobre todo, si las posibilidades de devolver el
préstamo son escasas o nulas.
El jugador patológico no es un jugador social. Generalmente juega siempre solo. Por otra parte,
cada vez emplea más tiempo en el juego, y consecuencia de ello es un
aislamiento social cada vez mayor.
En definitiva, la vida del jugador patológico pierde calidad, abarcando un
amplio espectro: desde el grave deterioro de la
convivencia familiar, hasta el desarraigo familiar, laboral y social, que ya
supone una verdadera marginación.
El juego en sí, no es nocivo. Resulta evidente que la actividad lúdica es
importante para el equilibrio emocional del ser humano: el juego infantil, en su concepción evolutiva, los juegos de
pasatiempos que favorecen la interacción social.
En virtud de la justicia social, gastar el
dinero irresponsablemente es moralmente inaceptable. Dice el Catecismo de la
Iglesia Católica (n. 2413) que:
Los juegos de azar (de cartas, etc.) o las
apuestas no son en sí mismos contrarios a la justicia. No obstante, resultan
moralmente inaceptables cuando privan a la persona de lo que le es necesario
para atender a sus necesidades o las de los demás. La pasión del juego corre
peligro de convertirse en una grave servidumbre. Apostar injustamente o hacer
trampas en los juegos constituye una materia grave, a no ser que el daño
infligido sea tan leve que quien lo padece no pueda razonablemente considerarlo
significativo.
La utilización de los juegos de azar o de apuestas en sí misma, no es inmoral.
Sí lo es, el uso inadecuado de los mismos. Son actividades que necesitan de un
riesgo, normalmente económico y es en ellas donde las personas que presentan
conducta dependiente o adictiva, no tóxica, encuentran su infierno particular.
Hay personas que se gastan en el bingo lo que necesitan en su casa. Esto es una
inmoralidad. Y si lo que gastan es lo que les sobra, que lo den de limosna a
personas que lo necesiten. Pero el dinero no es para jugárselo a no ser que sea
en pequeñas cantidades, aunque el juego es un vicio en el que se empieza por
cantidades pequeñas y a veces se termina jugándose lo inconcebible. La
ludopatía (adicción al juego) es un problema tan grave como las drogas. Los
ludópatas experimentan una necesidad de jugar como la que tiene un heroinómano
de pincharse. Es una enfermedad que esclaviza.
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