La espera ha sido eterna, pero poco a poco vemos que cada país va abriendo de nuevo sus iglesias. Si esto no sucede aún en tu ciudad, confía ¡va a llegar el momento esperado! En España, por ejemplo, ya tenemos las iglesias abiertas, tenemos la dicha de participar físicamente en la Eucaristía, un regalo hermoso del Señor.
¡NO PUEDO CONTENER MI ALEGRÍA!
Estaba deseando que llegara
ese día como el encarcelado que sabe que va a ser puesto en libertad y podrá
encontrarse con sus seres queridos, los podrá abrazar, acariciar y hablar con
ellos en paz. (Aunque todavía tendremos que mantener las distancias de
seguridad y ser prudentes).
Yo
estoy viviendo el confinamiento desde el otro lado de las puertas de la
iglesia, soy sacerdote. Gracias a Dios en nuestra
comunidad somos ocho, tres sacerdotes y cinco laicos consagrados que vivimos
como en una familia. Celebramos juntos la Santa Misa cada día, pero te puedo
asegurar que no es fácil acostumbrarse a hacerlo con la iglesia vacía.
Es verdad que estamos
retransmitiendo las misas y las adoraciones, pero tenemos todos unas ganas
tremendas de poder abrir las iglesias y volver poco a poco a la normalidad.
Hoy en oración, a raíz de
muchas llamadas de los feligreses en estos días, me preguntaba: ¿Qué cosas esperará Dios de todos en cuanto se abra la iglesia? Entonces se me
ocurrieron estas tres:
1. UNA BUENA CONFESIÓN
Lo sé, es probable que desde
antes del confinamiento no te hayas confesado. Y también sé, porque como tú soy
pecador, que todos en estos días hemos tenido nuestros momentos buenos y no tan
buenos. Nos hemos podido dejar llevar por la tentación del desaliento, la
desconfianza, la tristeza, quizás las críticas, la impureza, y tantas otras
tentaciones del demonio.
También estoy seguro que
después de darte cuenta de esos tropiezos pediste perdón al Señor e hiciste un
acto de contrición y arrepentimiento sincero con el propósito de confesar en
cuanto pudieras… pues ¡va a llegar ese momento!
¡No lo dejes
para más adelante! Vete directo al sacerdote y pídele la confesión (esta es una guía
que puede ayudarte mucho), lo hará encantado, como el Padre misericordioso que
está deseando volver a ver a su hijo, darle un abrazo y hacer una fiesta.
Deja
que Dios te perdone de todos tus pecados, te lave, purifique y ponga tu
alma con un traje de gala, enjoyada con la gracia santificadora y repleta de luz, de paz y de
amor.
2. UNA BUENA COMUNIÓN
Una vez que tengas el alma
reluciente, feliz y saturada de la presencia de Dios, acércate al altar. Al
Santo Sacrificio del Señor, para vivir la pasión, muerte y resurrección de
Jesús, por amor a ti. Además, ahora lo vas a vivir no solo a través de una
pantalla, sino realmente con tu cuerpo y todo tu ser.
Intenta participar
respondiendo fuerte, que el sacerdote te oiga, que echaba de menos tu voz.
Activa tu fe, aviva tu
esperanza, inúndate en el amor de Dios, adora
profundamente de rodillas en el momento de la Consagración para vivir no de
recuerdo sino de realidad, lo que ven tus ojos por la fe: «Dios vivo y presente en un trocito de pan. Di como santo
Tomás: «Señor mío y Dios mío» (Jn 20,
28).
Y cuando
llegue el momento de comulgar, hazlo como si fuera el día de tu Primera
Comunión. ¡Dios
mismo va a entrar en ti! Repite varias veces con el pastorcito san Francisco:
«¡Tengo a Dios
en mí! ¡Tengo a Dios en mí!… Adora con profunda reverencia y dale gracias a
Dios, llorando de alegría, porque se haya dignado entrar en tu pobre morada. Él
es el pan vivo bajado del cielo: El que coma de este Pan vivirá para siempre» (Jn 6, 51).
3. UN BUEN RATO DE ORACIÓN
Cuando termine la misa, no te
vayas enseguida. Quédate un buen rato dando gracias a Dios,
que está dentro de ti, y te ama, y te besa, y espera una respuesta de tu amor a
su corazón abandonado, solo, despreciado por tantos de sus hijos.
Acompáñale el tiempo que más
puedas tengas, se ha quedado en el Sagrario solo por amor a ti. Estaba
esperando con ansias, durante todos estos días, a que llegara este momento para
que tú vinieras a verle.
Dedica largos ratos a estar
con Aquel que te ha dedicado toda su vida. Recuerda que la ha entregado por ti,
y se ha quedado en la Eucaristía durante todos los tiempos para estar contigo. Él quiere hablarte, en el silencio del Sagrario. «Ve a saciar su sed de
amor, a hacerle descansar, a hacerle sonreír».
Creo que todos en estos días
nos hemos dado cuenta de la necesidad que tenemos de Dios, del gran regalo de
los sacramentos en su Iglesia Santa. Que nunca más volvamos a hacer de la
confesión o la misa algo rutinario o pasajero. Aprovecho esta
ocasión para invitarte al curso online: «Conocer la misa para amar la Eucaristía». Una
oportunidad hermosa para acercarnos renovados al Señor.
¡Dale siempre
gracias a Dios por el gran don de su misericordia que nunca se cansa de
perdonarte, por el santo sacrificio de la misa, y por esperarte día y noche en
el Sagrario!
Vivamos profundamente nuestro
ser de Iglesia, de hijos de Dios en plenitud, para llenarnos del amor infinito
y así poder llevar a Dios a todos nuestros hermanos.
¡ÁNIMO, FALTA MUY POCO!
Te dejo algunas citas para
meditar de la Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia, que me han ayudado
mucho estos días:
«¡Eucaristía…!
Infinito Amor escondido en el pecho del que te recibe… ¡Si el alma supiera que
en ella está el Dios escondido…!»
«Al Amor le
gusta estar con los que ama, y para eso se quedó en la Eucaristía. Por ello, es
necesario que amemos al Amor, estando grandes ratos con Él».
«Dios instituyó
la Eucaristía para estar conmigo siempre. ¡El Amor es así! ¿Procuro yo estar
con Él? En eso sabré cuánto y cómo le amo».
«El secreto
amoroso de Jesús en la Eucaristía, es esperar sin cansancio a la persona amada,
por si tal vez, algún día, viniera a buscarle».
Artículo elaborado por el Padre Miguel Silvestre
Bengoa.
Escrito por Lector invitado
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