La importancia de
alabar a Dios y de dar gracias.
Por: Tais Gea | Fuente: Catholic.net
Nuestra vida está llena de alegrías. Un feliz encuentro con alguien que
queremos, un regreso a casa después de tiempo, un título adquirido con mucho
esfuerzo, la curación de una enfermedad, el nacimiento de un nuevo miembro de
la familia, etc.
La lista de los gozos que vivimos son muchos. La vida es muy bella, siempre nos sorprende. Por eso debemos aprender a
buscar a Dios también en estos momentos en los que nuestro corazón se llena de
la alegría de vivir. A veces nos
dirigimos al Señor por situaciones complejas, dificultades, problemas, dolores
y sufrimientos. Pero no nos damos cuenta que en todo lo que vivimos esta la
huella de Dios. Especialmente se encuentra la marca de Dios es las grandezas de
la vida. De hecho, nuestra vida apunta a vivir en plenitud estos momentos de
gozo en la eternidad. ¿Cómo orar en estas
circunstancias de tanta plenitud? ¿Cómo elevar una oración a Dios para darle
gracias? En este artículo se pueden encontrar pautas para orar haciendo
una acción de gracias o una alabanza.
EL
AGRADECIMIENTO SINCERO
La oración de acción de
gracias es un modo de orar de la gente sencilla. Para
que el agradecimiento sea sincero, primero la persona debe aprender a reconocer
que ella no es el origen de sus alegrías. Quien cree que por sus propios
méritos ha triunfado, ha tenido logros, no será agradecido. Solo puede ser
agradecido quien sabe que Dios es el que lo ha llenado con sus dones y que
gracias a eso y solo por eso ha alcanzado la victoria.
La persona que sabe reconocer en Dios todo el
bien de su vida agradece de manera sencilla y espontánea. No requiere de muchas palabras ni de tiempos reservados
para ello. En el momento de la alegría, podemos decir con
sinceridad de corazón: “Gracias, Señor”, “Todo el mérito es tuyo”, “Te lo debo
a ti”, “Te lo regalo”. Estas
frases hacen que el corazón no se apodere de lo que no le pertenecer. Como nos
dice el apocalipsis: “Eres digno, Señor y Dios
nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder, porque tú? has creado el universo; por
tu voluntad, existe y fue creado” (cf.
Ap 4, 11).
AGRADECER
ENSANCHA EL CORAZÓN
Este tipo de agradecimiento ensancha el corazón.
La felicidad que experimenta el alma no se queda reducida a si misma. Sino que
el agradecimiento hace partícipe al mismo Dios de este gozo. Y entonces la
felicidad, en lugar de mantenerse encerrada en uno mismo, llega hasta los
límites del Cielo. Ahí Dios Nuestro Señor, junto con los ángeles del Cielo y
los santos, se alegran de nuestra alegría. Esto hace que el corazón crezca y
que nuestro gozo sea más grande.
LA
ALABANZA
Cuando la alegría nos llena
el corazón por alguna circunstancia en nuestra vida otro modo de orar es la
alabanza. La
oración de alabanza tiene un matiz distinto de el de la acción de gracias.
Mientras que las gracias se puede dar a las personas, la alabanza solo se hace
a Dios. La alabanza es una oración que reconoce la grandeza de Dios en sí misma y la ensalza. Es una oración que tiene como centro a
Dios, que es digno de todo honor y toda alabanza (cf. Sal 48, 2).
APRENDER
A ALABAR CON LOS TEXTOS DE LA ESCRITURA
Para poder alabar a Dios es bueno servirse de
los textos de la Escritura que llevan a darle gloria. Por lo general, los
textos que más ayudan son los salmos. El pueblo de Israel realizaba el culto a
Dios alabándolo con cantos (1Cro 15, 28). Estos han sido recogidos y nos llegan
hasta ahora para hacer nuestras las palabras del salmista y así alabar a Dios.
También el Gloria y el
Santo que recitamos en la Misa y el Gloria al Padre nos proporcionan las
palabras adecuadas para que nuestro espíritu se eleve en alabanza. En este modo de orar, los cantos ayudan a que
toda nuestra persona exulte y se dirija a Dios con una hermosa bendición y
alabanza.
DEJAR
QUE EL ESPÍRITU SANTO ALABE EN NOSOTROS
A veces no nos sale fluida la alabanza. No
sabemos qué palabras decir a Dios. Solo sentimos un deseo inmenso de expresarle
lo grande que es y especialmente lo bueno y misericordioso que ha sido con
nosotros. Para poder alabar es importante pedirle asistencia
al Espíritu Santo. Él es el que poseyendo nuestra alma la eleva en alabanza.
Nosotros no sabemos y no podemos alabar con nuestras propias palabras. Necesitamos que el Espíritu Santo en nosotros alabe al Padre.
En la liturgia celestial presentada por el
apocalipsis se habla de una constante alabanza de toda la creación a Dios, que está sentado en el trono, y al cordero (cf. Ap 5, 13). Al
mencionar aquellos que alaban a Dios en la liturgia celestial se habla de ellos
como los que han sido marcados por el sello (cf. Ap 7, 3) o los que han lavado
sus vestiduras con la sangre del cordero (cf. Ap 7, 14). En el fondo, el
apocalipsis pone como condición para la alabanza el haber recibido el don del
Espíritu, ya sea en el bautismo o a través de la recepción de los sacramentos.
Es así como nos muestra la escritura que no hay
alabanza sin que el Espíritu alabe en nosotros. Por esta razón, antes de alabar
a Dios hay que invocar al Espíritu Santo para que unja nuestra alma y la haga
capaz de alabar a Dios. Si el Espíritu alaba en nosotros, estamos seguros de
que nuestra alabanza será agradable al Padre.
NUESTRA
ALABANZA EMBELLECE LA IGLESIA
Nuestra alabanza llena la Iglesia con el perfume
más hermoso (cf. Lc 7, 37). A veces pensamos que la alabanza no aporta nada a
la Iglesia. Que si queremos hacer un bien por ella hay que visitar a los
enfermos, dar de comer a los hambrientos, dar a conocer el mensaje de Dios a
quien no ha escuchado hablar de Él. Pero la alabanza no nos parece tan
esencial. Sin embargo, nuestra alabanza es como ese
perfume que derrochó
María, la hermana de Lázaro, en los pies de Jesús (cf. Jn 12, 3). Judas llega a decir que ese perfume era un
derroche, que era mejor haber dado el dinero a los pobres (cf. Jn 12, 5). Pero
Jesús reconoce la belleza de ese acto de amor (cf. Jn 12, 7).
Así es nuestra alabanza. Es ese perfume, ese
canto, esa luz, que llena la Iglesia de Dios. Aunque no nos estemos dando
cuenta, esa alabanza embellece la ciudad de Dios. Así será el banquete eterno,
lleno de la alegría de la alabanza. Serán los cantos que llenen el salón de
fiestas que festeje la victoria definitiva de Dios y la felicidad eterna de
todas sus criaturas (cf. Ap 19, 1-6).
LA
ALABANZA COMO UN ESTILO DE VIDA
La alabanza no es solo un
tipo de oración, sino un modo de vivir. Estamos llamados a ser una alabanza para el
Padre como lo fue Cristo. Jesús fue aquel que mayor alabanza dio al Padre. Para
poder ser esa alabanza, es necesario que nos identifiquemos con Cristo. Por la
unión con Él nos vamos haciendo cada vez más semejantes a Jesucristo. Vamos
adquiriendo sus mismos sentimientos (cf. Fil 2, 5). Esta transformación que
realiza el Espíritu se lleva a cabo en la unión con Cristo en su voluntad. Al
unirnos a Él cumpliendo su querer nos vamos compenetrando y nos convertimos en “otros Cristos”. Siendo como Él, somos una
alabanza para el Padre.
Es así como todos los días y en todo momento que
estemos unidos a Cristo, en Su voluntad, somos una alabanza para el Padre. Ya
no es necesario levantar las manos en alabanza; ya somos esa alabanza que se
eleva al Padre de los Cielos quien se ve agradado por sus hijos que le alaban
sin cesar (cf. Ap 21, 7).
La oración de acción de
gracias y la oración de alabanzas son entonces esos momentos en los que nos
dejamos invadir por el gozo, por la alegría, por la vida, por la plenitud y nos
hacen experimentar un poco de lo que viviremos en el cielo. Esta alegría se irradia y se transmite a los
demás. Por eso los cristianos somos o deberíamos de ser los seres humanos más
alegres. Nuestro testimonio de gozo verdadero y de alegría que se traducen en
alabanza y acción de gracias es lo más valioso para el mundo. Nadie quisiera
ser cristiano si no ve en nosotros la plenitud que tanto desea su corazón.
Dejemos pues que el Espíritu Santo en nosotros
alabe a nuestro Padre. Utilicemos nuestras manos y elevémoslas al cielo en
gesto de alabanza. Podemos repetir estas palabras:
Espíritu
divino, ven a mi alma. Poséela y elévala en alabanza al Padre. Ora en mí y alábalo en mí.
Dios mío, creador mío, redentor mío, te alabo, te bendigo, te doy gracias. Solo tú eres Santo, solo tú eres digno de toda alabanza. Te doy gracias por mi vida, por mis alegrías, por mis tristezas. Todo te lo debo a ti y todo es para ti. Te alabo con mis manos, con mi voz y con mi vida. Solo a ti quiero adorarte, bendecirte, alabarte. Que mi vida sea una alabanza agradable en tu presencia. Que el perfume de mi alabanza llene tu Iglesia y la embellezca. Esto es lo más grande que te puedo dar. Acéptalo Señor.
Amén
Dios mío, creador mío, redentor mío, te alabo, te bendigo, te doy gracias. Solo tú eres Santo, solo tú eres digno de toda alabanza. Te doy gracias por mi vida, por mis alegrías, por mis tristezas. Todo te lo debo a ti y todo es para ti. Te alabo con mis manos, con mi voz y con mi vida. Solo a ti quiero adorarte, bendecirte, alabarte. Que mi vida sea una alabanza agradable en tu presencia. Que el perfume de mi alabanza llene tu Iglesia y la embellezca. Esto es lo más grande que te puedo dar. Acéptalo Señor.
Amén
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