martes, 28 de julio de 2020

JERUSALÉN, JERUSALÉN, CUÁNTAS VECES...


Como cierta comentarista, a la que considero esencial en el blog –varios lo sois, ya lo sabéis--, escribió este comentario, me gustaría dar mi explicación. Ella dijo, citando una línea de mi post que pongo en granate:

"También hoy en día hay una cierta cátedra de Moisés"

¡Qué crítica más sagaz! Me encanta esa ironía, porque además es bien cierta.
Ahí se sientan los escribas y fariseos.

¡Qué astuto, P. Fortea!

No, de verdad que esa no fue mi intención. Por supuesto que ahora sigue habiendo santos y pecadores, mediocres y un poco de todo, de todo lo bueno y de todo lo malo. En la Iglesia encontramos lo mejor, y algo de lo peor.

Pero no fue esa mi intención. Moisés fue una figura única, irrepetible. Una figura única para una función única. Moisés fue llevado de la tierra, pero quedó su cátedra. En esa cátedra se sentaron los fariseos y escribas, ahora sus rabinos y rabinos mayores (o rabinos-jefes o rabinos-mayores).

Dios creo la cátedra de Pedro y ahora también tenemos nuestros propios fariseos (maestros en teología), nuestros propios escribas (expertos en las Escrituras) y sacerdotes (los presbíteros). Estos tres tipos los menciono sin connotación negativa alguna.

La mayoría de los escribas y fariseos de la historia de Israel fueron buenos. Los de la época de Jesús constituían una institución corrompida que consumó sus iniquidades con el rechazo al Mesías. La condena de Jesús es general al referirse a ellos. No eran gente buena que rechazó a Jesús. Sino gente mala que colmó el vaso de la Paciencia Divina.

P. FORTEA

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