Cada 3 julio la Iglesia Católica celebra la fiesta
de Santo Tomás Apóstol, el pescador de Galilea que hizo la confesión de fe:
“Señor Mío y Dios Mío”, luego que Jesús, a los ocho días de haber resucitado,
se apareció nuevamente ante sus discípulos y lo invita a meter su mano en la
llaga de su costado.
El Evangelio de San Juan narra la incredulidad de Santo Tomás ante las
palabras de los discípulos que decían: "Hemos
visto al Señor", a lo que contestó: "si
no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los
agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su costado, no
creeré". Es por eso que frente a la invitación del Señor de
acercarse, el Santo cae postrado ante él.
“Porque me has visto has creído. Dichosos los que
no han visto y han creído”, dijo el Señor luego que Tomás
reconoce que es Dios.
También por este Apóstol Jesús revela “Yo
soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre sino por mí”,
luego que este le preguntara: “Señor, no sabemos a
dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino?”
Santo Tomás predicó en Persia y otros lugares cercanos, así como en
Etiopía e India donde la tradición cuenta que sufrió el martirio.
Al Santo se le atribuye el cinto de la Santísima Virgen María, con el
que es a veces representado ya que una leyenda relata que él no creía en la
Asunción, e hizo abrir la tumba de la Virgen encontrándola llena de flores.
La Tradición señala que la Madre de Dios, desde el cielo, desató su
cinturón y lo dejó caer en las manos del Apóstol.
Santo Tomás es patrono de los arquitectos, constructores, jueces,
teólogos y de las ciudades de Prato, Parma y Urbino en Italia.
El Papa Francisco, en la fiesta del Santo en 2013, recordó a los fieles
que “el Señor sabe por qué hace las cosas. A cada
uno de nosotros le da el tiempo que él piensa que es mejor para nosotros. A
Tomás le ha concedido una semana. Jesús se presenta con sus llagas: todo su
cuerpo estaba limpio, hermoso, lleno de luz, pero las llagas estaban y están
todavía, y cuando el Señor vendrá, al final del mundo, nos enseñará sus
llagas".
"Tomás, para creer, quería meter sus dedos en
las llagas: era un testarudo. Pero el Señor quiso precisamente un testarudo
para hacernos comprender algo más grande. Tomás vio al Señor, que le invitó a
meter el dedo en la herida de los clavos, a poner su mano en el costado y no
dijo: es verdad: el Señor ha resucitado. ¡No! Fue más allá. Dijo: ¡Dios! Es el
primer discípulo que confiesa la la divinidad de Cristo después de la
resurrección. Y que adora".
Redacción ACI Prensa
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