Entrevistamos a Rodolfo
Vargas, teólogo e historiador. Presidente de la Sodalitas Pastor Angelicus
y de la Asociación Cultural Roma Æterna. Ha publicado una biografía de Benedicto XVI y es un gran devoto
y estudioso de la figura de Pío XII. Nos acerca a la figura del venerable
pontífice aportando datos y matices muy curiosos de su pontificado.
ANTES DE ENTRAR EN MATERIA, ME DIJO QUE QUERÍA
HACER UNA ACLARACIÓN IMPORTANTE, QUE TIENE MUCHO QUE VER CON UNA IMPORTANTE
FUENTES DE SUS CONOCIMIENTOS SOBRE PÍO XII
No querría comenzar esta
entrevista sin hacer mi personal homenaje a Mons. Bernardino Piñera Carvallo,
arzobispo emérito de La Serena en Chile, que falleció el 21 de junio pasado a
la edad de 104 años, siendo el obispo católico decano en edad y consagración de
todo el mundo. Con él ha muerto el último obispo que quedaba de los que había
preconizado el venerable Pío XII. De hecho, me dirigí a Mons. Piñera allá por
2008, pidiéndole su testimonio sobre el papa Pacelli en vistas del
cincuentenario de su muerte, a lo que accedió gustoso, comenzando así una
cordial correspondencia que conservo como un tesoro personal. Siempre manifestó
entusiasmo por la causa del papa que lo promovió obispo el 11 de febrero de
1958 y dio su apoyo a la SODALITAS PASTOR ANGELICUS,
que me honro en presidir. Asimismo, quiero destacar que Mons. Piñera apoyó el
motu proprio Summorum Pontificum de
Benedicto XVI, por el que se declaraba que la misa de rito romano clásico nunca
había sido abrogada. Y lo aprobó en la práctica celebrando pontificalmente en
el venerable rito latino-gregoriano (que es indebidamente llamado
pre-conciliar, puesto que fue empleado durante el Concilio Vaticano II). Que
santa gloria hallar a este venerable miembro del episcopado mundial, último
testigo y protagonista de la iglesia de Eugenio Pacelli.
¿QUIÉN FUE PÍO XII? ¿PUEDE HACER UN BREVÍSIMO
RESUMEN DE SU BIOGRAFÍA?
El venerable Pío XII fue uno
de los papas más notables y de pontificado más decisivo del siglo XX. Le tocó
reinar en una época particularmente dramática de la Historia humana, cual fue
la de la Segunda Guerra Mundial, con todo su cortejo de mortandad, horrores y
destrucción. Bajo su largo pontificado de casi veinte años la Iglesia Católica
alcanzó su más alto grado de prestigio e influencia de los tiempos modernos,
como lo atestiguaron los fastos del año jubilar 1950.
Eugenio Maria Giuseppe Giovanni Pacelli nació en Roma el 2 de marzo de
1876, en el seno de una familia de la nobleza romana tradicionalmente al
servicio del Papado. Su abuelo, Marcantonio Pacelli había sido el fundador de L’Osservatorio Romano. Fue bautizado en la
basílica menor de los Santos Celso y Juliano. De niño frecuentó la Chiesa Nuova
(sede de la congregación del Oratorio fundada por san Felipe Neri, donde se
desempeñó como monaguillo. Cursó sus primeros estudios en una escuela católica
y luego en el liceo laico Ennio Quirino Visconti. En la basílica de Santa Inés
Extramuros sintió la vocación sacerdotal y fue admitido en el Almo Collegio
Capranica, accediendo poco después al régimen externo de seminario por
cuestiones de salud. Cursó sagrada teología en la Pontificia Universidad Gregoriana.
El 2 de abril de 1899 (Sábado Santo) fue ordenado presbítero por Mons.
Francesco di Paola Cassetta, patriarca titular de Antioquía, en su oratorio
privado del Esquilino. Al día siguiente, Domingo de Pascua, celebró su primera
misa en la Capilla Paulina de Santa María la Mayor, delante de la imagen de
Santa María, Salvación del Pueblo Romano. Completó sus estudios en la P.
Universidad Lateranense, donde se doctoró en ambos derechos.
Entró en 1903 como minutante en
la Curia Romana, en la que pronto hizo progresos hasta ser nombrado nuncio en
Baviera por Benedicto XV, quien le confirió la consagración episcopal como
arzobispo titular de Sardes el 13 de mayo de 1917 (el mismo día de la primera
aparición de Fátima). En la última etapa de la Gran Guerra, Pacelli desempeñó
una gran labor humanitaria en nombre de la Santa Sede. En 1925, Pío XI lo
nombró nuncio en Berlín. El 16 de diciembre de 1929, fue creado por el mismo
papa cardenal del título de los Santos Juan y Pablo en el Monte Celio. Al año
siguiente recibió el nombramiento de Secretario de Estado, sucediendo en el
cargo al cardenal Pietro Gasparri, artífice de la Conciliación con Italia. Pío
XI envió al cardenal Pacelli a representarlo como legado en acontecimientos
religiosos internacionales, como los congresos eucarísticos de Buenos Aires y
Budapest. También realizó el purpurado un viaje personal a los Estados Unidos,
que recorrió largamente. De modo que cuando Pío XI murió el 10 de febrero de
1939 y le sucedió en el solio de Pedro su cardenal Secretario de Estado, estaba
ya muy fogueado en los asuntos de la Curia y había visitado varios países.
Eugenio Pacelli fue elegido
papa el 2 de marzo de 1939, en su 63º cumpleaños, y coronado diez días después,
el 12 de octubre, en la loggia de las
bendiciones de la basílica de San Pedro. Comenzaba así un pontificado que iba a
durar casi una veintena y que, en medio de calamidades y fastos, dio a la
Iglesia un grandísimo prestigio a nivel mundial. A los pocos meses de su
elección estalló la Segunda Guerra Mundial, durante la que desempeñó una labor
de caridad discreta pero eficaz en favor de los proscritos y perseguidos. Al
finalizar el conflicto, llamó a los católicos a participar activamente en la
reconstrucción del mundo libre. Su magisterio iluminó la doctrina católica con
grandes fulgores. Proclamó dos años santos: el
jubilar de 1959 y el mariano de 1954. Recibió en audiencia a
innumerables personas y grupos de visitantes y peregrinos. Fue un papa
verdaderamente incansable, a pesar de su frágil salud. Su magisterio se ocupó
de prácticamente todos los temas y en sus alocuciones abordó con asombro de sus
oyentes especialistas en cada materia asuntos científicos, técnicos,
artísticos, económicos y sociales.
El 9 de octubre de 1958,
hallándose en Castelgandolfo (donde la enfermedad le había obligado a prolongar
la estancia), a las 3:52 horas de la madrugada murió, dejando consternado a un
mundo que se había acostumbrado a este papa extraordinario. Fue trasladado al
Vaticano en un cortejo fúnebre sin precedentes y enterrado el 16 de octubre en
la cripta vaticana, en el lugar más cercano a la tumba del apóstol san Pedro,
según el deseo que había expresado. En 1965, san Pablo VI incoó su proceso de
beatificación y canonización, confiando la postulación y relación de la causa a
los jesuitas. El 19 de diciembre de 2010, Benedicto XVI firmó el decreto de la
heroicidad de sus virtudes, quedando proclamado así venerable. Ahora sólo falta
el milagro que acredite el poder de su intercesión para ser declarado beato.
¿QUÉ CUALIDADES HUMANAS TENÍA?
Una gran capacidad para el
trabajo (se sabe que sólo dormía cuatro horas), excelente memoria, afán de
conocimiento en las materias más diversas (lo que le granjeó no pocas veces la
admiración de los especialistas en distintos temas por la erudición y la
exactitud de sus alocuciones y discursos), carisma personal (hecho a la vez de
conciencia de la dignidad que representaba y de cercanía a toda clase de
personas).
Y, ¿CÓMO VIVIÓ LAS VIRTUDES EN GRADO HEROICO?
Benedicto XVI firmó el 19 de
diciembre de 2010 el decreto que declaraba que «consta
de las virtudes de teologales de fe, esperanza y caridad a Dios y al prójimo,
de las virtudes cardinales de prudencia, justicia, templanza y fortaleza y de
las virtudes a ellas anexas, en grado heroico, del Siervo de Dios Pío XII
(Eugenio Pacelli)».
Hombre de fe inquebrantable y
de esperanza a toda prueba, su amor a Dios rezumaba en todos sus actos y
documentos, en las audiencias y en las celebraciones litúrgicas. Su caridad
para con el prójimo no conoció límites ni salvedades. Cuando barrios populares
de Roma fueron bombardeados por los aliados en 1943, no dudó en acudir en medio
del evidente peligro a consolar a las víctimas, disponiendo de todo el dinero
en metálico que había en sus arcas personales para entregarlo a los más
necesitados, pero, sobre todo, mediante su palabra y su cercanía (hasta el
punto de quedar manchada su blanca sotana con la sangre de los heridos).
En cuanto a las virtudes
cardinales: su prudencia fue exquisita y necesaria en tiempos en que la mínima
provocación podía encender las iras de los tiranos; su fortaleza quedó
demostrada al enfrentar con todas sus posibles consecuencias al monstruo de la
guerra, negándose a abandonar a su grey y estando dispuesto a morir por ello;
su sentido de la justicia era proverbial y en ella basaba el establecimiento de
la paz (como rezaba el lema de su escudo: OPVS
IVSTITIÆ PAX); su templanza, en fin, quedó sobradamente probada en lo
morigerado y austero de sus costumbres, en el mantenimiento de un espíritu
sereno y en su renuencia a aplicar el rigor si no ofrecía al mismo tiempo
benevolencia.
¿FUE PARA USTED UN PAPA SANTO?
Sin duda y esa fue la
convicción general cuando murió el 9 de diciembre de 1958. Yo mismo le tomé
devoción gracias a mi madre, pues Pío XII fue el Papa de su juventud y estaba
convencida de su santidad. El papa san Pablo VI, ante los posteriores ataques a
la memoria de su predecesor con ocasión de la puesta en escena de la pieza
teatral de ficción El Vicario de Rolf
Hochhuth (hoy un revisionista negador del holocausto), decidió en 1965 incoar
el proceso de beatificación de Pacelli, lo que es significativo, pues Montini,
que había trabajado cotidianamente a su lado durante varios lustros y por lo
tanto lo conoció bien, no hubiera tomado esa iniciativa de haber dudado de su
santidad.
¿CUÁL SERÍA LA VALORACIÓN GENERAL DE SU
PONTIFICADO?
El pontificado del Venerable
Pío XII fue extremamente positivo para la Iglesia porque en medio de la general
ruina provocada por los horrores de la Segunda Guerra Mundial, hizo de ella el
faro que guio a millones de personas en la reconstrucción material y moral del
mundo. Fue un convencido y adalid de la libertad contra el totalitarismo
comunista (como antes, ya como cardenal secretario de Estado, lo había sido
contra el totalitarismo nacionalsocialista) y un adalid de la colaboración
entre las naciones basada en el derecho natural. En el plano religioso, hubo un
gran incremento de vocaciones sacerdotales y religiosas, las misiones católicas
experimentaron una gran expansión, se incrementó la práctica religiosa entre
los fieles y creó los institutos seculares para la santificación de los seglares
en el propio estado.
¿QUÉ ASPECTOS PRÁCTICOS Y APOSTÓLICOS MEJORARON CON
ÉL EN LA IGLESIA?
Sobre todo los de pastoral
litúrgica. Consciente de que la Liturgia es, por así decirlo, como el
combustible de la acción apostólica y de la vida en la fe, quiso hacerla cada
vez más accesible a los católicos, fomentando los congresos litúrgicos para el
clero (para capacitarlos mejor pastoralmente) y facilitando la práctica de los
fieles mediante algunas importantes medidas (permisión de las misas
vespertinas, restauración de la Vigilia Pascual y de toda la Semana Santa a sus
horarios naturales, reducción del ayuno eucarístico, introducción de las misas
dialogadas para propiciar la participación inteligente del pueblo en los
sagrados ritos).
También propició la
universalidad visible de la Iglesia mediante la internacionalización del Sacro
Colegio cardenalicio y la Curia Romana, la promoción del clero indígena (que
accedió a los puestos de jerarquía) y la gran expansión misional de los años
cuarenta y cincuenta, cuyos principios e ideales recogió y plasmó en dos
importantes encíclicas: Evangelii præcones (1951)
y Fidei donum (1957), esta última
pudiendo ser considerada como una especie de Carta Magna de las Misiones.
FUE UN PONTIFICADO EN TIEMPOS MUY DIFÍCILES DE
GUERRA MUNDIAL.
Los tiempos más difíciles que
le ha tocado vivir a un papa en tiempos contemporáneos. El ascenso de los
totalitarismos, la destrucción sin precedentes y los terribles crímenes de la
Segunda Guerra Mundial (que Pío XII quiso evitar en vísperas de su estallido
advirtiendo a todo el mundo que “nada se pierde con
la paz, pero todo puede perderse con la guerra”), la expansión del
comunismo ateo. Sin embargo, no prevalecieron, la Iglesia resistió entonces con
dignidad y denuedo, el Papa supo capear los fieros temporales de entonces con
fortaleza y prudencia y el Catolicismo sigue aquí y ahora.
SE LE ACUSA DE HABER SIDO ALIADO DE HITLER.
Eso fue una especie que se
difundió a partir de la pieza teatral El Vicario
del alemán Rolf Hochhuth estrenada en Berlín en 1963. En ella se
presentaba a Pío XII como pasivo en la defensa de los judíos por afinidad con
Hitler y el nazismo. Hubo una gran polémica en esos años, a la que reaccionó
Pablo VI enérgicamente, pero desgraciadamente la especie hizo fortuna y aunque
pareció comenzar a languidecer, en 1999 fue reavivada por el libro
supuestamente documentado de John Cornwell titulado maliciosamente El Papa de Hitler y
la película Amén de Costa-Gavras (2002), basada en la ficción de
Hochhuth (el cual, por cierto, ahora niega que el holocausto haya tenido lugar
como sostiene su amigo el revisionista David Irving).
Cabe preguntarse, si las
acusaciones contra Pío XII tuvieran fundamento, ¿cómo es que en cinco años desde su muerte nadie las formulara? Es
más, es grande el número de testimonios a favor de Pacelli por parte de
autoridades judías e israelíes (la más notable: la de la entonces ministra de
Relaciones Exteriores de Israel Golda Meir, nada sospechosa de partidaria del
Papado) cuando murió el 9 de octubre de 1958. Si hubiera habido la mínima
sospecha sobre la conducta del Papa, sin duda dichas autoridades se hubieran
abstenido de formular declaraciones a su favor. Los telegramas de pésame de
mandatarios y gobiernos de todo el mundo inundaron la Secretaría de Estado
vaticana. Ya en vida, fue Pío XII objeto del agradecimiento de muchos
sobrevivientes (judíos y no judíos) del nazismo y dicha gratitud se manifestó
todavía mucho después.
El venerable Pío XII era
contrario al nazismo. Siendo nuncio en Baviera, según atestigua su gobernanta
la M. Pascalina Lehnert, fue de los pocos que leyó el libro Mein Kampf de Hitler, al que consideró
delirante y peligroso y, ya cardenal secretario de Estado de Pío XI, redactó y
revisó, juntamente con el cardenal Michael von Faulhaber, la encíclica Mit brennender Sorge (1937), por la que se
condenaba sin ambages y se denunciaban los atropellos del régimen hitleriano.
Al ser elegido al sacro solio, el periódico oficioso del nazismo acusó al
flamante papa de ser cómplice de los judíos y favorecerlos. Como Papa, sin
pronunciar inútiles provocaciones contra el Führer
del Tercer Reich, llevó a cabo una silenciosa acción en favor de los
perseguidos y gracias a la cual, según el testimonio del diplomático israelí
Pinchas Lapide, fueron salvados directa o indirectamente 850.000 judíos.
Ahora consideremos, ¿qué habría pasado si Pío XII, más cuidadoso de su
reputación personal que del bien de los perseguidos, hubiera lanzado una
pública condena a Hitler (algunos hasta pretendían que lo excomulgara)? El
dictador alemán se hubiera reído de ella y hubiera recrudecido la persecución
contra los judíos, ampliándola a los católicos. Se sabe, además, que tenía un
plan para raptar al Papa y mantenerlo prisionero en Liechtenstein. Los Aliados
habían ofrecido a Pío XII asilo si decidía dejar Roma, pero Pacelli se negó a
dar mal ejemplo a sus nuncios y representantes apostólicos, que tenían orden de
no abandonar los países en los que ejercían la diplomacia pontificia por muy
malas que fueran las circunstancias. Si Pío XII hubiera condenado públicamente
a Hitler, hoy estaríamos en un escenario de acusaciones de temeridad e
irresponsabilidad, culpables del empeoramiento de la situación de los
perseguidos.
SIN EMBARGO AYUDÓ A LOS JUDÍOS
Ya he citado el dato de
Pinchas Lapide. ¿Cómo se desarrolló la ayuda papal
a los judíos? En primer lugar, dándoles cobijo (y no sólo a ellos, sino
a otros perseguidos del nazismo) en los palacios y dependencias papales y en
los edificios extraterritoriales de la Santa Sede, así como en la villa de
Castelgandolfo. También en numerosas casas religiosas de Roma y de otras
partes, tanto masculinas como femeninas, especialmente los conventos de monjas
con clausura papal, que fue levantada por el pontífice a efectos de poder
admitir extraños entre sus muros. Por otra parte estaba la tupida red de
representación papal formada por las nunciaturas y delegaciones apostólicas,
que hacían in situ, con el conocimiento del Papa y de la Secretaría
de Estado, lo que podían por aliviar la suerte de los perseguidos. En el mismo
Vaticano el Papa había organizado la Opera di San Raffaele bajo la dirección de
Monseñor Montini y la activa participación de la M. Pascalina Lehnert, para la
ayuda y asistencia de los damnificados de la guerra y los perseguidos (por
supuesto, judíos incluidos). Pío XII nunca hizo acepción de personas en el
desarrollo de su acción benéfica.
ERA UNA PERSONA DE PROFUNDA ESPIRITUALIDAD.
Basta ver los vídeos de sus
misas (disponibles para todos gracias a las modernas tecnologías) para
comprobar con qué unción celebraba los santos oficios. Su modo de bendecir era
muy particular y expresaba una íntima unión con Dios, bajo cuya protección
parecía querer recoger a todos con los gestos amplios y pausados de sus brazos.
Al terminar la Segunda Guerra Mundial, el Papa ordenó abolir el protocolo de
las audiencias para poder recibir a los soldados que regresaban a sus hogares,
sin importar la denominación religiosa. En muchas ocasiones, hombres curtidos y
nada dispuestos a reverenciar al líder de una religión que no profesaban (el
caso de muchos soldados norteamericanos protestantes), se quedaban de repente
atónitos ante la presencia de Pío XII y maquinalmente se ponían de rodillas: tal era su imponente talla espiritual, aureolada de
santidad.
Y DE GRAN DEVOCIÓN MARIANA.
No sólo era personalmente devoto
de la Santísima Virgen (se puede, sin temor a exagerar, llamársele Doctor Marialis (Doctor Mariano), siendo el
acto más solemne de su pontificado la definición del dogma de la Asunción de la
Virgen en cuerpo y alma al cielo, dotando de un nuevo y hermoso formulario a la
misa que conmemora dicho misterio y añadiendo a las Letanías Lauretanas la
invocación Regina in cœlum assumpta, ora pro
nobis. También proclamó 1954 Año
Santo Mariano para conmemorar el centenario de la proclamación por el beato Pío
IX del dogma de la Inmaculada. Pero, además: escribió
alrededor de cuatrocientos documentos –entre ellos siete encíclicas– de tema
mariano; fomentó el rezo del santo rosario, al que definió “compendio de todo
el Evangelio”; extendió a la Iglesia universal la fiesta del Inmaculado Corazón
de María –al cual consagró el mundo en 1942 (vigésimo quinto aniversario de la
primera aparición de Fátima) y Rusia en 1952– e instituyó la de Santa María
Reina (cuya realeza había proclamado); dio una renovada organización a las
congregaciones marianas (habiendo sido él mismo congregante desde su juventud);
en fin, coronó canónicamente la venerada imagen de Santa María, Salvación del
Pueblo Romano (Salus Populi Romani), ante la cual había celebrado su
primera misa en la Capilla Paulina de la basílica de Santa María la Mayor.
Quizás el milagro del sol ocurrido en Fátima en 1917 y con la visión del cual
fue gratificado Pío XII los tres días anteriores a la proclamación del dogma de
la Asunción y las revelaciones privadas del niño Gilles Bouhours relativas al
mismo puedan ser consideradas como manifestaciones celestes en premio a la
devoción mariana del gran papa Pacelli.
SU PONTIFICADO SERÁ SIEMPRE RECORDADO POR LA
DEFINICIÓN DEL DOGMA DE LA ASUNCIÓN.
Que no fue improvisado, sino
concienzudamente preparado. Acabada la terrible conflagración mundial, Pío XII
decidió consultar a los obispos de todo el mundo sobre la oportunidad de
definir el dogma de la Asunción de la Santísima Virgen en cuerpo y alma al
cielo (previa o no muerte corporal, lo que no entraba en el objeto de la
definición). Recibió una respuesta abrumadoramente a favor y entonces, puso en
marcha la iniciativa. Se publicaron muchos e importantes estudios históricos y
teológicos sobre la cuestión y la Suprema Sagrada Congregación del Santo
Oficio, vigilante de la doctrina católica, sometió a riguroso examen los
argumentos a favor o en contra de la tesis de la Asunción. Dado el dictamen
favorable de la comisión de cardenales y obispos, procedió Pío XII a proclamar
desde la cátedra «ser dogma divinamente
revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el
curso de su vida terrestre, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial». Lo hizo de la manera más solemne en San Pedro
del Vaticano, delante de cientos de cardenales y obispos de todo el mundo, el
1º de noviembre de 1950. Fue la culminación apoteósica de aquel año jubilar,
que marca también el auge de su pontificado.
¿CUÁL FUE LA PRINCIPAL APORTACIÓN DE SU MAGISTERIO?
Aparte de la definición
dogmática de la Asunción, yo destacaría dos enseñanzas fundamentales del
venerable Pío XII: la encíclica Mystici Corporis
Christi sobre la Iglesia (1943) y
la encíclica Mediator Dei sobre
Sagrada Liturgia (1947). La noción de cuerpo místico (Cristo es la Cabeza y la
Iglesia constituye sus miembros) fue un aporte muy valioso y fundamental para
la eclesiología y está íntimamente ligada con la liturgia si se considera que
ésta es el culto público que a Dios Padre ofrece Jesucristo como Cabeza de la
Iglesia y, a la vez, el que tributa a su Fundador –y, por medio de Él, al
Padre– la congregación de los fieles, es decir la Iglesia o los miembros del
Cristo místico: en suma, la liturgia es el culto integral que tributa a Dios el
Cuerpo Místico de Cristo, es decir la Cabeza (el Verbo encarnado) y sus
miembros (la Iglesia) en unión con su Cabeza.
¿QUÉ ENCÍCLICAS O DOCUMENTOS DESTACARÍA?
Ya he mencionado las
encíclicas Mystici Corporis Christi y Mediator Dei, así como Evangelii præcones
y fidei donum. Otras encíclicas destacables (por orden de
publicación) son para mí: Divino afflante
Spiritu (1944), renovación de los estudios sobre la Sagrada
Escritura; Humani generis (1950),
sobre las tendencias erróneas en materia teológica y doctrinal; Ingruentium malorum
(1951), sobre el rezo del Santo Rosario; Ad
cœli Reginam (1955), proclamando
la Realeza de María; Musicæ Sacræ (1955),
sobre la música sagrada; Haurietis aquas (1956),
sobre la devoción al Corazón de Jesús; Miranda prorsus (1957), sobre el
cine, la radio y la televisión. Y no omitamos estos documentos: el radiomensaje
de Navidad de 1942, en el que hace votos por los «cientos
de millares de personas que, sin culpa propia alguna, a veces sólo por razones
de nacionalidad o de raza, se ven destinados a la muerte o a un progresivo
aniquilamiento»; el decreto del
Santo Oficio de prohibición a los católicos de colaborar con el comunismo ateo
(1949), renovado por san Juan XXIII en 1959; el importante mensaje al Congreso
Litúrgico Internacional de Asís de 1956 y la Instrucción de la Sagrada
Congregación de Ritos sobre música sagrada y liturgia de 1958.
Me resta decir, como dato ya
conocido y repetido, que el magisterio del venerable Pío XII es el más citado
de un papa en los documentos del Concilio Vaticano II, que, dicho sea de paso,
fue hechura mayormente de los obispos promovidos durante el pontificado de Pío
XI y el suyo.
Por Javier Navascués
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