Catherine L'Ecuyer
denuncia que se rebaje la edad que permite a los menores registrarse.
Por: n/a | Fuente: Religión en Libertad
NdE
de Catholic.net: Aunque el artículo hace referencia a una reforma a leyes
españolas, consideramos que el análisis es aplicable a los jóvenes de cualquier
nacionalidad y que los padres de familia deben estar preparados ante propuestas
similares en otros países.
Catherine L´Ecuyer es una de las grandes expertas mundiales en la divulgación de temas de educación. Autora de Educar en el Asombro y Educar en la Realidad se han convertido en fenómenos editoriales, en los que aboga por la defensa de los niños, criticando que se les quiera convertir en adultos antes de tiempo.
Por ello, es muy crítica con la utilización de
pantallas, tanto móviles como tabletas, por parte de niños y adolescentes,
alertando de las consecuencias del abuso que se produce en su consumo y también
en su utilización en la educación. “Necesitan menos pantallas y
más realidad”, afirma siempre.
Esta madre de 4 hijos alerta nuevamente sobre
estas nuevas tecnologías y sobre el nuevo proyecto ley que rebaja la edad hasta los 13 años
para poder registrarse en las redes sociales.
Este es el análisis que realiza en El País: Niños con 13 años, ¿maduros para usar solos las redes
sociales?
Francia acaba de anunciar que cumplirá con su promesa electoral de prohibir el
móvil en las escuelas. Resulta curioso que una promesa así pueda llevar a un
político al poder en los tiempos que corren. Spain
is different, desde luego. Aquí, acaba de proponerse un proyecto de
ley que baja de 14 a 13 años la edad para consentir al tratamiento de los datos
—y por lo tanto para darse de alta a una red social—, a pesar de que el marco
legislativo europeo recomendaba 16 años a sus Estados miembros. Unos hablan de “una generación pérdida”, mientras que
otros aseguran que “la tecnología es neutra y que el impacto dependerá del uso
que se haga de ella”.
¿Es neutra la tecnología? Veamos
el caso de una tecnología “neutra”: una nevera. Supongamos
que cada vez que abrimos la nevera, se enciende la luz. ¿Volveríamos a abrirla
varias veces para ver si se ilumina? No hacemos eso, porque nos resulta
previsible que ocurra -mientras
la bombilla no se funda-. La luz no provoca fascinación, ni adicción,
porque no hay descarga de dopamina en el cerebro cuando abrimos neveras. Ahora
bien, imaginémonos que cada vez que abrimos una nevera “inteligente”,
nos da noticias en directo de la erupción de un volcán en una ciudad
cercana, estadísticas de las personas que han pensado en nosotros en tiempo
real, nos dice si esos pensamientos fueron positivos o no, y además nos enseña
comidas distintas de las que podemos escoger para comérnoslas inmediatamente
con una presentación impecable. ¿Cuántas veces
abriríamos la nevera cada día?
En las redes se entrega a
uno mismo
¿Creemos que el uso de esa nevera no impactaría en nuestros hábitos alimenticios? ¿En nuestro peso? ¿En la cantidad de tiempo que pasamos en la cocina? ¿En el tiempo que dejamos de dedicar a otras actividades?
Decía Marshall McLuhan que “la postura según la cual la tecnología es neutra es la
del adormecido idiota tecnológico”. Frase dura, pero de una curiosa
vigencia, después de que Mark Zuckerberg haya confesado en uno de los eventos
más destacados de su interminable gira del perdón, su comparecencia ante los
representantes del Congreso de los Estados Unidos: “hemos
creado una herramienta neutra, pero no hemos pensado en cómo podía ser usada para hacer
el mal”. ¿Solución? La contratación
de 20.000 personas que revisarán nuestros muros al peine fino y eliminarán los
contenidos considerados “no seguros para la
comunidad”. Y muy recientemente, Facebook sorprendió una vez más con el
anuncio de la contratación de “especialistas en
credibilidad de las noticias”, eufemismo divertido por “editor de noticias de medios de comunicación”. Un
duro golpe para un medio que siempre se posicionó como “neutro”.
¿Cómo se decide si un contenido es seguro, o no? ¿Cuál es el criterio? El
de la neutralidad. La neutralidad toda
poderosa de una empresa que se atribuyó a sí misma la infalibilidad para emitir
el sello del nihil obstat sobre el contenido emitido y consumido por sus 2.200
millones de usuarios, nada menos que una tercera parte de la población mundial.
Ninguna religión, ninguna organización en el mundo tiene actualmente tantos
adeptos susceptibles de ser influidos por el incuestionable dogma de la “neutralidad”. Un dogma con tantas fisuras, que se
está empezando a convertir en una pesadilla recurrente para Zuckerberg.
Si pensábamos que el impacto que tiene la
tecnología depende del uso que se hace de ella, es que nos olvidamos de que, en
la vida, no hay nada gratuito. Cuando usamos una herramienta, tenemos que pagar
un precio por ella. Otra cosa es que no seamos conscientes de ello, por mucho
consentimiento y acuerdo de uso con letra pequeña que hayamos firmado con el
dedo. En el caso de las redes, lo que entregas, no es
dinero, eres tú mismo. No solo por las horas y por la preciada atención que le
dedicas. Va mucho más allá de eso. Las plataformas que ofrecen contenidos en
las redes, o que permiten a los usuarios compartirlos, no están en el negocio
de entregar contenidos a cambio de nada. Están en el negocio de entregar usuarios
a los que patrocinan sus plataformas y esos contenidos, o incluso a terceros.
Por lo tanto, la moneda de cambio por el uso de las redes, es el usuario. Eres
tú, o es tu hija o tu hijo. Y pronto podrá hacerlo sin tu consentimiento con
tan solo 13 años.
"No podemos dejar que
sean esclavos de su tiempo"
Y si pensamos que el impacto no se aprecia,
recordemos que 30 segundos de una publicidad en la Super Bowl valen más de dos
millones de dólares. Las empresas no gastarían ese dinero si ello no tuviera un
impacto directo e inmediato en el consumo o la apreciación de sus productos o
de sus marcas. La atención del usuario y su información privada es
un bien preciado que nunca había sido objeto de tanto poder económico y
político. Tanto
es así, que sabemos que una empresa de consultoría política —Cambridge
Analytica—, se hizo indebidamente con la información de más de 50 millones de
usuarios de Facebook, consiguió influir en el resultado de las elecciones
americanas y cambiar el curso de la historia de la democracia.
Hace unos días, Facebook confesó el intercambio
de datos de usuarios con al menos 60 empresas, entre ellas Apple, Amazon, Samsung y Microsoft. ¿Quizás sea esa la explicación por la que el joven
fundador de Facebook tiene las entradas del audio y de la cámara de su
dispositivo tapadas con un celo oscuro? ¿Podemos, entonces, razonablemente asumir que
un menor de 13 años tiene la madurez suficiente para dar su consentimiento a
una actividad que tiene tantas implicaciones?
Algunos dicen que, si les quitamos el Internet a
los jóvenes, es como si les quitáramos la sangre. ¿Es
posible defender la neutralidad de una tecnología de la que hablamos en esos
términos? La tecnología en una mente no preparada para usarla, difícilmente será
neutra. Y menos si está diseñada para la adicción. Nuestros hijos son hijos de su
tiempo, y es cierto que su tiempo no es el nuestro. Pero si deseamos lo mejor
para ellos, no podemos dejar que sean esclavos de su tiempo; para ello,
necesitamos leyes que no dejen a los padres fuera de juego.
No hay comentarios:
Publicar un comentario