Teológica o
filosóficamente hablando no es algo factible, veamos por qué.
Por: n/a | Fuente: DiocesisdeCelayaMX.blogspot.com
Hace días pasó en mi ciudad en Monterrey Nuevo
León, que a una mujer joven durante un rito satánico que hacían en su casa, le
pidieron que ofreciera a su hijo, un pequeño de 3 años, y sin piedad lo quemó
vivo dentro de su casa. ¿Qué dice la Iglesia sobre
estas almas que por otras son ofrecidas al demonio? Era un niño, creo yo
que a su edad aún no conocía el pecado, ¿qué pasa
con él entonces? ¿Se condena o entra en la justicia divina y confiamos esté en
la casa de Dios? ¿Podemos hacer algo por esas almas?
La tragedia de Fausto es una obra de teatro
basada en una historia escrita por Goethe en la que este doctor vende su alma
al diablo para conseguir poder y conocimiento. Fausto hace un trato con el
diablo: venderle su cuerpo y alma para recibir
placeres y poderes sobrenaturales durante algunos años.
El diablo, aceptando el trato, le concede al Dr.
Faustus el goce de los placeres del pecado durante esa temporada, y su destino
parece estar sellado. Pero cuando se cumple el plazo, Fausto intenta frustrar
los planes del diablo, enfrentándose a una muerte espantosa.
Esta historia es pues una leyenda que funciona
bien como una metáfora de la paga del pecado, aunque no tenga ningún asidero
bíblico ni teológico.
En la sagrada escritura no existe ningún caso de
una persona que haya literalmente “vendido” su
alma a Satanás. Tampoco teológica o filosóficamente hablando es algo factible.
A
PARTIR DE AQUÍ HAY QUE TENER PUES EN CUENTA 5 COSAS:
1. Nadie
puede pactar con el diablo para ofrecerle o venderle la propia vida (o el alma)
o una vida ajena, por la sencilla razón que no nos pertenecemos a nosotros
mismos, como tampoco nadie nos pertenece; todos le pertenecemos a Dios, somos
suyos (Sal 8, 6-7; Ef 2, 10).
Cuando se escucha decir que una persona le ha
vendido el alma al diablo se está diciendo simplemente que dicha persona, para
conseguir a toda costa sus objetivos, ha preferido recurrir a medios non
sanctos (pecados graves) sin importarle su condenación; es solo una figura
metafórica. Por otra parte, no es posible firmar ningún tipo de contrato con el
diablo y menos aún protocolizarlo ante notario.
En el mismo sentido también son erróneas
aquellas afirmaciones de muchos cuando, por ejemplo, dicen: “Yo con mi cuerpo hago lo que quiero”, o “yo tengo derecho a decidir sobre mi cuerpo”. El
espíritu, alma y cuerpo (la totalidad) no le pertenecen a la persona humana,
sino a Dios su creador; en consecuencia cada uno está llamado sólo a respetar y
administrar los dones de Dios comenzando por el don de la vida.
2.
Aunque le pertenezcamos a Dios, Él no nos obliga a estar a su lado, en su casa,
como expresa la parábola del Padre misericordioso (conocida también como del
hijo pródigo) (Lc 15,11-22), en que, muy a su pesar, el padre deja marchar a su
hijo menor.
Si optamos conscientemente por estar lejos del
Padre, Él, aunque no quiera, permite que nos vayamos, nos deja ir para sufrir.
Cristo nos liberó para que seamos libres; nosotros debemos mantenernos firmes
en esa libertad para no someternos otra vez al yugo de la esclavitud (Ga 5, 1).
3. Y
hablando concretamente del bebé que “supuestamente”
fue ofrecido al diablo, siendo asesinado por su propia madre al
arrojarlo al fuego, pues ese bebé no tendrá un destino de condenación haya o no
recibido el sacramento del Bautismo.
Ese niño le pertenece a Dios su creador, y la
madre, en un acto de demencia, tampoco tenía la posibilidad, como se ha dicho
antes, de ofrecerlo al diablo porque no es suyo, no le pertenece aunque sea “su” hijo.
En caso de que el bebé en cuestión no hubiera
recibido el sacramento del bautismo, él tiene un camino de salvación
(Catecismo, 1261). “El Espíritu Santo ofrece a
todos la posibilidad de ser asociados, del modo que Dios conoce, al misterio
pascual” (Gaudium et spes, 22).
4. No le
podemos ofrecer a nadie lo que no nos pertenece. Una persona puede ofrecer lo
que ha hecho consciente y voluntariamente con sus propias manos. Y Dios
objetivamente sólo puede recibir lo que esté de acuerdo con su voluntad. Las ofrendas
a Dios han de ser lo mejor de lo mejor, recordemos la ofrenda de Abel (Gn 4,
4).
Dios sólo recibe lo bueno; ni Él puede recibir
lo malo ni el diablo puede recibir lo bueno (la santa e inocente vida de ese
bebé de tres años).
5.- Y
finalmente recordemos que el poder de Satanás está limitado por la voluntad de
Dios (Jb 1, 10-12; 1 Co 10, 13). Él defiende lo suyo y Él ha provisto los
medios para defendernos contra los ataques de Satanás y contra su poder (Ef 6,
11-12).
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