La plegaria eucarística, en el rito romano, termina con
un rito muy elocuente, significativo, incluso impactante cuando se realiza
bien. Elevando el sacerdote la patena que contiene el Cuerpo del
Señor, y el diácono elevando el cáliz, se canta solemnemente: “Por Cristo,
con él y en él…", y todos a una cantan el “Amén".
Y lo mismo que tantas
veces afirmamos aquí que lo normal es
cantar el Prefacio con el Sanctus en la Misa dominical, igualmente es lo normal, y no
lo excepcional, cantar esta doxología en la Misa dominical para que todos
respondan el solemne “Amén” cantándolo.
Es un broche y sello de oro a toda la plegaria eucarística por el que se
recapitula todo lo orado y rezado, presentando al Padre el Cuerpo y la Sangre
de su Hijo en el sacramento, fuente de vida y salvación, y los fieles todos se
unen y ratifican la plegaria con su “Amén” solemne,
el más importante, cantado.
Su
texto, tan conciso, tan elegante, da materia para mucha reflexión y meditación:
es la doxología, la recta alabanza a Dios.
“POR
CRISTO, CON ÉL Y EN ÉL, A TI, DIOS PADRE OMNIPOTENTE, EN LA UNIDAD DEL ESPÍRITU
SANTO, TODO HONOR Y TODA GLORIA.”
Solemne doxología que culmina la plegaria eucarística. Dábamos gracias por
Cristo al Padre ya en el prefacio, al iniciarse la gran plegaria eucarística;
dábamos gracias porque la creación, la redención y el don del Espíritu, nos
fueron concedidos por Cristo y mediante Él. El mismo Señor glorificado,
resucitado, vino a nosotros en las especies sacramentales, memorial de la
redención y prenda de vida eterna, y ahora nuestra Ofrenda eucarística y
nuestra oración suben al Padre glorificándolo, por Él, con Él, en Él, hasta
Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo.
“POR
CRISTO, CON ÉL Y EN ÉL…”
Es la forma de vivir cristiana, el modo cristiano, porque señala la
configuración más íntima del amor en quien pertenece a Cristo. Nada hace por sí mismo
ni para sí mismo, nada hace para ser visto por los hombres ni aplaudido por
ellos: sólo obra por Cristo, para Cristo, movido
por su Amor y en respuesta a su Amor.
Es el
dinamismo de la vida cristiana, que parte siempre de la Gracia que precede; en
este caso, de esa Gracia inmensa que es el encuentro con el Señor: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o
una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona,
que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”,
escribía Benedicto XVI (Deus caritas est, n. 1).
Con
Cristo: ¡siempre con Cristo! La existencia cristiana es fruto de un encuentro
personal y único con Él, un acontecimiento decisivo, y nada ni nadie nos puede
separar de su Amor. Con Él, que siempre nos acompaña; con Él, que siempre
dirige nuestros pasos; con Él, que jamás nos niega su gracia. ¡Siempre con Él!, rechazando cuanto nos aparte de
Él; con Él, por medio de la divina liturgia y la oración constante con fervor y
amor.
¡Qué fuerza tiene para san Pablo ese “con Cristo”! Porque,
para el Apóstol, así es la vida cristiana entera: “sepultados
con él” (Rm 6,4), “nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo”
(Rm 6,6), “creemos que también viviremos con él” (Rm 6,8); “nos ha hecho revivir con Cristo… nos ha
resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él” (Ef
2,5-6).
A tal punto
llega san Pablo a identificar el “con-Cristo” como
forma de la existencia cristiana que dirá: “para mí la vida es Cristo” (Flp
1,21) y su mayor aspiración es “estar con Cristo
que es con mucho lo mejor” (Flp
1,23).
“POR CRISTO, CON ÉL Y EN ÉL…”
En Él, ¡en el Señor! Ya comamos, ya bebamos,
ya hagamos cualquier otra cosa, siempre en Él, en el Señor, para glorificar al
Padre: “ya comáis, ya bebáis o hagáis lo que
hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios” (1Co 10,31). Por eso, señala
san Pablo, “todo lo que de palabra o de obra
realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de
él” (Col 3,17).
Cuanto hacemos, lo hacemos en Cristo, movidos por su Espíritu Santo;
lo hacemos y vivimos unidos a Cristo, con Él.
“A
TI, DIOS PADRE OMNIPOTENTE EN LA UNIDAD DEL ESPÍRITU SANTO”.
La
meta de la vida cristiana es la Trinidad santa, en Comunión de amor y de vida.
Y nuestra vida entonces dará todo honor y gloria a Ti, al Padre y al Espíritu
por siglos eternos, cantando las alabanzas eternas que constantemente resuenan
en el cielo.
No
buscaremos nuestra propia gloria, como Tú no buscaste tu gloria, sino la gloria
del Padre, la gloria del que te envió. Así, Señor Jesucristo, nuestra vida será
para la mayor gloria de Dios.
Javier Sánchez Martínez
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