martes, 16 de junio de 2020

«POR CRISTO, CON ÉL Y EN ÉL» (Plegaria euc.- XVII)


       La plegaria eucarística, en el rito romano, termina con un rito muy elocuente, significativo, incluso impactante cuando se realiza bien. Elevando el sacerdote la patena que contiene el Cuerpo del Señor, y el diácono elevando el cáliz, se canta solemnemente: “Por Cristo, con él y en él…", y todos a una cantan el “Amén".
  Y lo mismo que tantas veces afirmamos aquí que lo normal es cantar el Prefacio con el Sanctus en la Misa dominical, igualmente es lo normal, y no lo excepcional, cantar esta doxología en la Misa dominical para que todos respondan el solemne “Amén” cantándolo.
      Es un broche y sello de oro a toda la plegaria eucarística por el que se recapitula todo lo orado y rezado, presentando al Padre el Cuerpo y la Sangre de su Hijo en el sacramento, fuente de vida y salvación, y los fieles todos se unen y ratifican la plegaria con su “Amén” solemne, el más importante, cantado.
     Su texto, tan conciso, tan elegante, da materia para mucha reflexión y meditación: es la doxología, la recta alabanza a Dios.
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    “POR CRISTO, CON ÉL Y EN ÉL, A TI, DIOS PADRE OMNIPOTENTE, EN LA UNIDAD DEL ESPÍRITU SANTO, TODO HONOR Y TODA GLORIA.”
      Solemne doxología que culmina la plegaria eucarística. Dábamos gracias por Cristo al Padre ya en el prefacio, al iniciarse la gran plegaria eucarística; dábamos gracias porque la creación, la redención y el don del Espíritu, nos fueron concedidos por Cristo y mediante Él. El mismo Señor glorificado, resucitado, vino a nosotros en las especies sacramentales, memorial de la redención y prenda de vida eterna, y ahora nuestra Ofrenda eucarística y nuestra oración suben al Padre glorificándolo, por Él, con Él, en Él, hasta Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo.
    “POR CRISTO, CON ÉL Y EN ÉL…”
      Es la forma de vivir cristiana, el modo cristiano, porque señala la configuración más íntima del amor en quien pertenece a Cristo. Nada hace por sí mismo ni para sí mismo, nada hace para ser visto por los hombres ni aplaudido por ellos: sólo obra por Cristo, para Cristo, movido por su Amor y en respuesta a su Amor.
     Es el dinamismo de la vida cristiana, que parte siempre de la Gracia que precede; en este caso, de esa Gracia inmensa que es el encuentro con el Señor: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”, escribía Benedicto XVI (Deus caritas est, n. 1).
     Con Cristo: ¡siempre con Cristo! La existencia cristiana es fruto de un encuentro personal y único con Él, un acontecimiento decisivo, y nada ni nadie nos puede separar de su Amor. Con Él, que siempre nos acompaña; con Él, que siempre dirige nuestros pasos; con Él, que jamás nos niega su gracia. ¡Siempre con Él!, rechazando cuanto nos aparte de Él; con Él, por medio de la divina liturgia y la oración constante con fervor y amor.
     ¡Qué fuerza tiene para san Pablo ese “con Cristo”! Porque, para el Apóstol, así es la vida cristiana entera: “sepultados con él” (Rm 6,4), “nuestro hombre viejo fue crucificado con Cristo” (Rm 6,6), “creemos que también viviremos con él” (Rm 6,8); “nos ha hecho revivir con Cristo… nos ha resucitado con Cristo Jesús, nos ha sentado en el cielo con él” (Ef 2,5-6).
    A tal punto llega san Pablo a identificar el “con-Cristo” como forma de la existencia cristiana que dirá: “para mí la vida es Cristo” (Flp 1,21) y su mayor aspiración es “estar con Cristo que es con mucho lo mejor” (Flp 1,23).
      “POR CRISTO, CON ÉL Y EN ÉL…”
        En Él, ¡en el Señor! Ya comamos, ya bebamos, ya hagamos cualquier otra cosa, siempre en Él, en el Señor, para glorificar al Padre: “ya comáis, ya bebáis o hagáis lo que hagáis, hacedlo todo para gloria de Dios” (1Co 10,31). Por eso, señala san Pablo, “todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él” (Col 3,17).
     Cuanto hacemos, lo hacemos en Cristo, movidos por su Espíritu Santo; lo hacemos y vivimos unidos a Cristo, con Él.
    “A TI, DIOS PADRE OMNIPOTENTE EN LA UNIDAD DEL ESPÍRITU SANTO”.
     La meta de la vida cristiana es la Trinidad santa, en Comunión de amor y de vida. Y nuestra vida entonces dará todo honor y gloria a Ti, al Padre y al Espíritu por siglos eternos, cantando las alabanzas eternas que constantemente resuenan en el cielo.
    No buscaremos nuestra propia gloria, como Tú no buscaste tu gloria, sino la gloria del Padre, la gloria del que te envió. Así, Señor Jesucristo, nuestra vida será para la mayor gloria de Dios.
Javier Sánchez Martínez

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