El Papa Francisco destacó este Domingo dos crisis
actuales que requieren oración y “empeño renovado y eficaz”: la relación entre
el hombre y el medio ambiente y la protección “efectiva de casa ser humano, en
particular los que se han visto obligados a huir debido a situaciones de grave
peligro para ellos o sus familias”.
Así lo indicó el Santo Padre después del rezo del Ángelus que presidió
desde la ventana del palacio apostólico vaticano este 21 de junio.
El Pontífice señaló que la pandemia “nos ha
hecho reflexionar es la relación entre el hombre y el medio ambiente”
y añadió que “la cuarentena ha reducido la
contaminación y ha redescubierto la belleza de muchos lugares libres de
tráfico y ruido”.
Sin embargo, el Papa advirtió que “con la
reanudación de las actividades, todos deberíamos ser más responsables de
cuidar la casa común” por lo que mostró su aprecio por “las muchas iniciativas
que, en todas partes del mundo, vienen ‘desde abajo’ y van en esta dirección”.
Tras citar el ejemplo de una iniciativa en Roma dedicada al río Tíber,
el Santo Padre exclamó que “¡hay muchas en otras
partes!” por lo que animó a fomentar “una
ciudadanía cada vez más consciente de este bien común esencial”.
PROTECCIÓN PARA
GARANTIZAR DIGNIDAD Y SEGURIDAD
Asimismo, el Papa Francisco recordó que el 20 de junio la Organización
de las Naciones Unidas (ONU) celebró el día mundial de los Refugiados y
destacó que “la crisis que ha provocado el
coronavirus ha puesto en relieve la necesidad de asegurar la protección
necesaria también a las personas refugiadas, para así garantizar su dignidad
y seguridad”.
“Los invito a unirse a mi oración por un
empeño renovado y eficaz de todos en favor de la protección efectiva de cada
ser humano, en
particular los que se han visto obligados a huir debido a situaciones de grave
peligro para ellos o sus familias”, pidió el Santo Padre.
En esta línea, el Papa escribió el 20
de junio en su cuenta oficial de Twitter @Pontifex que “en los
refugiados y desplazados internos está presente Jesús, obligado, como en
tiempos de Herodes, a huir para salvarse. Reconozcamos en ellos a Cristo que
nos interpela (Mt 25,31-46). Y seremos nosotros quienes le agradeceremos el
haber podido amarlo y servirlo”.
El pasado 15 de mayo, el Vaticano difundió el Mensaje del Papa
Francisco para la 106ª Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado que se celebrará el 27 de septiembre de 2020
con el lema “Como Jesucristo, obligados a huir.
Acoger, proteger, promover e integrar a los desplazados internos”.
DÍA DEL PADRE EN VARIOS
PAÍSES
Por último, antes de impartir su bendición apostólica este domingo, el
Papa Francisco recordó que en algunos países de Latinoamérica se celebra el día
dedicado al padre, como es el caso de Argentina, México, Perú, entre otros por
lo que pidió oraciones porque "ser papá no es
un trabajo fácil".
"Hoy en mi patria y en otros lugares se
celebra el día dedicado al padre, a los papás. Aseguro mi cercanía y oración a
todos los padres. ¡Todos sabemos que ser papá no es un trabajo fácil! Por esto
recemos por ellos. Recuerdo de manera especial a nuestros padres que continúan
protegiéndonos desde el Cielo", concluyó
el Santo Padre.
POR MERCEDES DE LA
TORRE | ACI Prensa
MENSAJE
DEL PAPA FRANCISCO POR LA 106ª JORNADA MUNDIAL DEL MIGRANTE Y DEL REFUGIADO
El Vaticano difundió este viernes 15 de mayo el
Mensaje del Papa Francisco para la 106ª Jornada Mundial del Migrante y del
Refugiado que se celebrará el próximo 27 de septiembre con el lema “Como
Jesucristo, obligados a huir. Acoger, proteger, promover e integrar a los
desplazados internos”.
A continuación, el mensaje completo del Papa
Francisco:
A principios de año, en mi discurso a los miembros del Cuerpo
Diplomático acreditado ante la Santa Sede, señalé entre los retos del mundo
contemporáneo el drama de los desplazados internos: «Las
fricciones y las emergencias humanitarias, agravadas por las perturbaciones del
clima, aumentan el número de desplazados y repercuten sobre personas que ya
viven en un estado de pobreza extrema. Muchos países golpeados por estas
situaciones carecen de estructuras adecuadas que permitan hacer frente a las
necesidades de los desplazados» (9 enero 2020).
La Sección Migrantes y Refugiados del Dicasterio para el Servicio del
Desarrollo Humano Integral ha publicado las “Orientaciones
Pastorales sobre Desplazados Internos” (Ciudad del Vaticano, 5 mayo
2020) un documento que desea inspirar y animar las acciones pastorales de la
Iglesia en este ámbito concreto.
Por ello, decidí dedicar este Mensaje al drama de los desplazados
internos, un drama a menudo invisible, que la crisis mundial causada por la
pandemia del COVID-19 ha agravado.
De hecho, esta crisis, debido a su intensidad, gravedad y extensión
geográfica, ha empañado muchas otras emergencias humanitarias que afligen a
millones de personas, relegando iniciativas y ayudas internacionales,
esenciales y urgentes para salvar vidas, a un segundo plano en las agendas
políticas nacionales.
Pero «este no es tiempo del olvido. Que la
crisis que estamos afrontando no nos haga dejar de lado a tantas otras
situaciones de emergencia que llevan consigo el sufrimiento de muchas personas»
(Mensaje Urbi et Orbi, 12 abril 2020).
A la luz de los trágicos acontecimientos que han caracterizado el año
2020, extiendo este Mensaje, dedicado a los desplazados internos, a todos los
que han experimentado y siguen aún hoy viviendo situaciones de precariedad, de
abandono, de marginación y de rechazo a causa del COVID-19.
Quisiera comenzar refiriéndome a la escena que inspiró al papa Pío XII
en la redacción de la Constitución Apostólica Exsul Familia (1 agosto 1952). En
la huida a Egipto, el niño Jesús experimentó, junto con sus padres, la trágica
condición de desplazado y refugiado, «marcada por
el miedo, la incertidumbre, las incomodidades (cf. Mt 2,13-15.19-23).
Lamentablemente, en nuestros días, millones de
familias pueden reconocerse en esta triste realidad. Casi cada día la
televisión y los periódicos dan noticias de refugiados que huyen del hambre, de
la guerra, de otros peligros graves, en busca de seguridad y de una vida digna
para sí mismos y para sus familias» (Ángelus,
29 diciembre 2013). Jesús está presente en cada uno de ellos, obligado —como en
tiempos de Herodes— a huir para salvarse.
Estamos llamados a reconocer en sus rostros el rostro de Cristo,
hambriento, sediento, desnudo, enfermo, forastero y encarcelado, que nos
interpela (cf. Mt 25,31-46). Si lo reconocemos, seremos nosotros quienes le
agradeceremos el haberlo conocido, amado y servido.
Los desplazados internos nos ofrecen esta oportunidad de encuentro con
el Señor, «incluso si a nuestros ojos les cuesta
trabajo reconocerlo: con la ropa rota, con los pies sucios, con el rostro
deformado, con el cuerpo llagado, incapaz de hablar nuestra lengua»
(Homilía, 15 febrero 2019).
Se trata de un reto pastoral al que estamos llamados a responder con los
cuatro verbos que señalé en el Mensaje para esta misma Jornada en 2018: acoger,
proteger, promover e integrar. A estos cuatro, quisiera añadir ahora otras seis
parejas de verbos, que se corresponden a acciones muy concretas, vinculadas
entre sí en una relación de causa-efecto.
Es necesario conocer para comprender. El conocimiento es un paso
necesario hacia la comprensión del otro. Lo enseña Jesús mismo en el episodio
de los discípulos de Emaús: «Mientras conversaban y
discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus
ojos no eran capaces de reconocerlo» (Lc 24,15-16).
Cuando hablamos de migrantes y desplazados, nos limitamos con demasiada
frecuencia a números. ¡Pero no son números, sino
personas! Si las encontramos, podremos conocerlas. Y si conocemos sus
historias, lograremos comprender.
Podremos comprender, por ejemplo, que la precariedad que hemos
experimentado con sufrimiento, a causa de la pandemia, es un elemento constante
en la vida de los desplazados.
Hay que hacerse prójimo para servir. Parece algo obvio, pero a menudo no
lo es. «Pero un samaritano que iba de viaje llegó a
donde estaba él y, al verlo, se compadeció, y acercándose, le vendó las
heridas, echándoles aceite y vino, y, montándolo en su propia cabalgadura, lo
llevó a una posada y lo cuidó» (Lc 10,33-34).
Los miedos y los prejuicios —tantos prejuicios—, nos hacen mantener las
distancias con otras personas y a menudo nos impiden “acercarnos
como prójimos” y servirles con amor. Acercarse al prójimo significa, a
menudo, estar dispuestos a correr riesgos, como nos han enseñado tantos médicos
y personal sanitario en los últimos meses.
Este estar cerca para servir, va más allá del estricto sentido del
deber. El ejemplo más grande nos lo dejó Jesús cuando lavó los pies de sus
discípulos: se quitó el manto, se arrodilló y se
ensució las manos (cf. Jn 13,1-15).
Para reconciliarse se requiere escuchar. Nos lo enseña Dios mismo, que
quiso escuchar el gemido de la humanidad con oídos humanos, enviando a su Hijo
al mundo: «Porque tanto amó Dios al mundo, que
entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él […] tenga vida eterna»
(Jn 3,16-17).
El amor, el que reconcilia y salva, empieza por una escucha activa. En
el mundo de hoy se multiplican los mensajes, pero se está perdiendo la
capacidad de escuchar. Sólo a través de una escucha humilde y atenta podremos
llegar a reconciliarnos de verdad.
Durante el 2020, el silencio se apoderó por semanas enteras de nuestras
calles. Un silencio dramático e inquietante, que, sin embargo, nos dio la
oportunidad de escuchar el grito de los más vulnerables, de los desplazados y
de nuestro planeta gravemente enfermo.
Y, gracias a esta escucha, tenemos la oportunidad de reconciliarnos con
el prójimo, con tantos descartados, con nosotros mismos y con Dios, que nunca
se cansa de ofrecernos su misericordia.
Para crecer hay que compartir. Para la primera comunidad cristiana, la
acción de compartir era uno de sus pilares fundamentales: «El grupo de los creyentes tenía un solo corazón y una
sola alma: nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía, pues lo poseían todo
en común» (Hch 4,32).
Dios no quiso que los recursos de nuestro planeta beneficiaran
únicamente a unos pocos. ¡No, el Señor no quiso
esto! Tenemos que aprender a compartir para crecer juntos, sin dejar
fuera a nadie. La pandemia nos ha recordado que todos estamos en el mismo
barco. Darnos cuenta que tenemos las mismas preocupaciones y temores comunes,
nos ha demostrado, una vez más, que nadie se salva solo.
Para crecer realmente, debemos crecer juntos, compartiendo lo que
tenemos, como ese muchacho que le ofreció a Jesús cinco panes de cebada y dos
peces… ¡Y fueron suficientes para cinco mil
personas! (cf. Jn 6,1-15).
Se necesita involucrar para promover. Así hizo Jesús con la mujer
samaritana (cf. Jn 4,1-30). El Señor se acercó, la escuchó, habló a su corazón,
para después guiarla hacia la verdad y transformarla en anunciadora de la buena
nueva: «Venid a ver a un hombre que me ha dicho
todo lo que he hecho; ¿será este el Mesías?» (v. 29).
A veces, el impulso de servir a los demás nos impide ver sus riquezas.
Si queremos realmente promover a las personas a quienes ofrecemos asistencia,
tenemos que involucrarlas y hacerlas protagonistas de su propio rescate. La
pandemia nos ha recordado cuán esencial es la corresponsabilidad y que sólo con
la colaboración de todos —incluso de las categorías a menudo subestimadas— es
posible encarar la crisis.
Debemos «motivar espacios donde todos puedan
sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y
de solidaridad» (Meditación en la Plaza de San Pedro, 27 marzo 2020).
Es indispensable colaborar para construir. Esto es lo que el apóstol san
Pablo recomienda a la comunidad de Corinto: «Os
ruego, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, a que digáis todos lo
mismo y que no haya divisiones entre vosotros. Estad bien unidos con un mismo
pensar y un mismo sentir» (1 Co 1,10).
La construcción del Reino de Dios es un compromiso común de todos los
cristianos y por eso se requiere que aprendamos a colaborar, sin dejarnos
tentar por los celos, las discordias y las divisiones. Y en el actual contexto,
es necesario reiterar que: «Este no es el tiempo
del egoísmo, porque el desafío que enfrentamos nos une a todos y no hace
acepción de personas» (Mensaje Urbi et Orbi, 12 abril 2020).
Para preservar la casa común y hacer todo lo posible para que se
parezca, cada vez más, al plan original de Dios, debemos comprometernos a
garantizar la cooperación internacional, la solidaridad global y el compromiso
local, sin dejar fuera a nadie.
Quisiera concluir con una oración sugerida por el ejemplo de san José,
de manera especial cuando se vio obligado a huir a Egipto para salvar al Niño.
Padre, Tú encomendaste a san José lo
más valioso que tenías: el Niño Jesús y su madre, para protegerlos de los
peligros y de las amenazas de los malvados.
Concédenos, también a nosotros,
experimentar su protección y su ayuda. Él, que padeció el sufrimiento de quien
huye a causa del odio de los poderosos, haz que pueda consolar y proteger a
todos los hermanos y hermanas que, empujados por las guerras, la pobreza y las
necesidades, abandonan su hogar y su tierra, para ponerse en camino, como
refugiados, hacia lugares más seguros.
Ayúdalos, por su intercesión, a tener
la fuerza para seguir adelante, el consuelo en la tristeza, el valor en la
prueba.
Da a quienes los acogen un poco de la
ternura de este padre justo y sabio, que amó a Jesús como un verdadero hijo y
sostuvo a María a lo largo del camino.
Él, que se ganaba el pan con el
trabajo de sus manos, pueda proveer de lo necesario a quienes la vida les ha
quitado todo, y darles la dignidad de un trabajo y la serenidad de un hogar.
Te lo pedimos por Jesucristo, tu
Hijo, que san José salvó al huir a Egipto, y por intercesión de la Virgen
María, a quien amó como esposo fiel según tu voluntad. Amén.
Roma, San Juan de Letrán, 13 de mayo de 2020,
Memoria de la Bienaventurada Virgen María de Fátima.
FRANCISCO
Redacción ACI Prensa
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