Esa historia
recuerda que Dios no abandona a su pueblo y que de mil maneras busca atraernos
a sus brazos.
Por: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net
La historia enseña cuando los hechos son
presentados en su cruda realidad y desde interpretaciones serias y bien
elaboradas. También la historia de la Iglesia católica enseña, y mucho, si le
dedicamos tiempo, si hay historiadores competentes, si miramos hacia el pasado
en toda su complejidad.
En esa historia de la Iglesia caminan juntos la
santidad y el pecado, el trigo y la cizaña, la ortodoxia y la herejía. A todos
los niveles: desde los obispos hasta el laico que lleva una vida ordinaria.
Por eso duele ver cómo ha habido, y hay también
hoy, tantos hombres y mujeres que fallan (que fallamos), que sucumben, que se
confunden, que incluso llegan poco a poco o de modo masivo a apartarse de la
doctrina verdadera y de la moral auténticamente cristiana.
Incluso en algunos momentos eran decenas,
incluso centenas, los sacerdotes y obispos que, poco a poco o de golpe, se
apartaban de la doctrina verdadera y defendían ideas sectarias. Basta con
recordar cómo en el siglo IV muchos obispos de Oriente se unieron a la herejía
de Arrio. O cómo, en el siglo XVIII, miles de sacerdotes en Francia juraron
fidelidad al Estado surgido de la Revolución francesa en contra de su auténtica
vocación como pastores católicos.
Uno de los grandes engaños de ciertos
intérpretes de la historia defiende que esos eran hechos del pasado y que hoy
no pueden ocurrir, pues el tiempo nos habría hecho más maduros. Nada más falso.
Después de lo que muchos celebran como triunfos de la educación y de la
ciencia, ¿no tenemos hoy una terrible corrupción entre los políticos, una
enorme apostasía religiosa, y una conciencia adormecida ante algo tan
terriblemente injusto como el aborto generalizado?
La historia de la Iglesia nos recuerda esa
debilidad íntima que hiere a cada ser humano. En el pasado, con hechos
lamentables que recordamos con vergüenza; y en el presente, con un vivir
acomodado al mundo en miles de católicos que olvidan lo que significa ser sal y
luz.
Gracias a Dios, también esa historia recuerda
que Dios no abandona a su pueblo y que de mil maneras busca atraernos a sus
brazos. Por eso siempre ha habido santos, héroes, mártires.
¿Por qué fueron fieles en
medio de situaciones muy difíciles? Porque
se dejaron iluminar por el Espíritu Santo y porque conservaron valientemente el
tesoro de la auténtica doctrina católica.
También hoy podemos ser fieles a Cristo hasta el
final. Basta con ser humildes, pedir ayuda a Dios, y seguir los pasos de miles
de testimonios (mártires) que a lo largo de los siglos nos muestran cómo ser
fieles, incluso hasta dar la propia vida por quien murió para salvarnos.
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