Hace ya varias
semanas, el Papa Francisco dirigió una carta a los «movimientos populares», con
los que, como recuerda en la misma carta, se ha reunido ya en varias ocasiones.
No he hecho mucho esfuerzo por indagar cuáles son exactamente estos
«movimientos populares», porque creo que sin mucha dificultad podemos
imaginarnos de qué tipo son y qué ideologías se gastan. Los términos de la
carta son los acostumbrados en este tipo de escritos y no me voy a detener a
analizarlos, porque cuando lo he intentado he sobrepasado algunos de los
límites editoriales que nos imponemos en esta web, que pretende servir a la
Iglesia con el respeto debido a su jerarquía.
Me centraré en la sugerencia del Papa que ha despertado más polémica en ámbitos extraeclesiales, especialmente en
España, al haber sido utilizada por uno de los partidos más anticatólicos para
arremeter contra los obispos españoles. El Papa dice, con
el estilo con el que suele suscitar propuestas abiertas para el debate que:
«Tal vez
sea tiempo de pensar en un salario universal que reconozca y
dignifique las nobles e insustituibles tareas que realizan; capaz de garantizar
y hacer realidad esa consigna tan humana y tan cristiana: ningún trabajador sin
derechos.»
El presidente de la
Conferencia Episcopal Española, comentando estas palabras, indicó
que este «salario universal» o, como se
suele llamar en el debate político patrio, «renta
básica», puede ser necesaria como un alivio temporal debido a la situación
actual de pandemia.
Valorando las declaraciones de
Mons. Argüello, Pablo Iglesias, líder supremo del partido
comunista-bolivariano Unidas Podemos, quiso enfrentar al Papa con los obispos españoles,
con estas palabras:
«Me quedo con lo
que ha dicho el Papa, que ha demostrado nuevamente una enorme sensibilidad
social al plantear la necesidad de que todo el mundo tenga un ingreso mínimo
vital, y hasta nueva orden, el Papa es el jefe de la Iglesia Católica.»
Esta tarde he leído un librito
muy interesante de William R. Luckey, profesor emérito del Christendom College
de Virginia, que acaba de ser traducido al italiano con el título: Creare Ricchezza. La soluzione alla povertà.
Es un ensayo breve (70 p.), pero lleno de sugerencias que darían para muchos
artículos. En la línea de la economía capitalista de libre
mercado, el prof. Luckey valora
históricamente la postura de la Iglesia respecto de la riqueza, y cómo haber
entendido la creación de riqueza como algo desvinculado de la distribución de
ésta, ha lastrado la valoración que el Magisterio ha hecho de los temas
relacionados con el capital, el papel del Estado en la economía y el problema
de la pobreza.
La propuesta de este autor es
clara: si es propio de los cristianos preocuparse de la
mejora de las condiciones de vida de los pobres, la solución ha de ser fomentar
la creación de riqueza. Y si analizamos los mecanismos de la creación de
riqueza, la mejor ayuda para los pobres (en particular en los países en
desarrollo) es fomentar la libertad económica, el ahorro y las
instituciones sociales que fomentan la seguridad del individuo y de su
propiedad.
En otro momento me gustaría
tener tiempo de valorar todas estas cosas que ahora me limito a enunciar,
adelantando que estoy absolutamente de acuerdo con todo. Pero en este momento
quisiera aplicar estas ideas a valorar tanto la propuesta del Papa, como yo
quiero entenderla, como el proyecto de lo que en España se entiende como «renta mínima», que me parecen cosas totalmente
distintas.
EL «SALARIO
UNIVERSAL» DEL PAPA FRANCISCO
El Papa en esta carta propone,
como una mera sugerencia, la posibilidad de implantar un salario universal. No estoy muy seguro de que la expresión «salario universal» deba
entenderse como sinónimo de lo que se suele llamar «renta básica universal», que es lo
que proponen los comunistas españoles. La renta básica universal sería un ingreso que recibirían todos los ciudadanos por el hecho de serlo, sin
más condiciones o determinaciones. Es
fácil ver los problemas de tipo humano y social que puede traer un ingreso de
este tipo, así como el más que posible uso del Estado para limitar la libertad
de la sociedad civil, pero no entraremos en esto aquí, por ser de sentido común.
La pregunta que quiero responder ahora es: ¿está proponiendo el Papa una
renta básica universal de este tipo o propone algo distinto?
Creo que el Papa propone,
efectivamente, algo distinto. Y la pista la tenemos en
la frase inmediatamente anterior en la que realiza esta propuesta:
«Muchos de
ustedes viven el día a día sin ningún tipo de garantías legales que los
proteja. Los vendedores ambulantes, los recicladores, los feriantes, los
pequeños agricultores, los constructores, los costureros, los que realizan
distintas tareas de cuidado. Ustedes, trabajadores informales, independientes o
de la economía popular, no tienen un salario estable para resistir este
momento… y las cuarentenas se les hacen insoportables.»
La renta básica universal
pretende resolver el supuesto problema de que en una sociedad moderna y con
muchos trabajos automatizados, muchas personas no tendrían acceso a un puesto de
trabajo que les proporcionara un salario digno. Pero aquí claramente
el Papa no se está refiriendo a este problema, sino al de los trabajadores
informales que son tan abundantes en países en vías de desarrollo,
como son aquellos en los que operan los «movimientos
populares» a los que está dirigida esta carta. Por eso el Papa se
refiere a personas con profesiones concretas que en las circunstancias actuales de pandemia y
crisis tienen problemas para desempeñar sus trabajos con normalidad, sobre todo
porque los gobiernos directamente les prohíben trabajar.
Es cierto que en España se está proponiendo un ingreso que no sería universal,
según entiendo, sino sólo a las personas que no tienen un trabajo (lo cual no
excluye que tengan ingresos desde lo que se suele llamar «economía sumergida»), pero esta desvinculación
del trabajo hace que hablemos de dos cosas totalmente distintas.
Conociendo de primera mano la
situación de los países a los que se dirige el Papa, entiendo perfectamente lo
que quiere decir. En la parroquia de la que fui párroco en Perú había mucha
gente que, como dice el texto, «viven el día a
día». En esa situación, parece lógico que el gobierno
busque la manera de pagar el salario a estos trabajadores que no cuentan con ahorros o sistemas de protección
social. Pero esto no es una renta básica universal,
sino algo más parecido a lo que defendía Mons. Argüello: un subsidio social puntual.
Al margen de esta propuesta,
que considero razonable, sería muy interesante que el Papa además les hubiera
dicho a estos movimientos populares que dejaran de apoyar las políticas
ideológicas que crean estas situaciones de desvalimiento e impiden el
desarrollo económico y humano de sus países. Pero eso supongo que lo habrá
dejado para otra ocasión.
LA RENTA BÁSICA Y
LOS POBRES
Si ahora analizamos lo que es
propiamente la renta básica universal, veremos que, como otras políticas
económicas semejantes, lejos de suponer una mejora de las condiciones de vida
de los pobres, lo que acaban suponiendo es, no solo un empeoramiento de
estas condiciones, sino además un aumento numérico de las personas necesitadas de
auxilios sociales para sobrevivir.
La clave está en lo que
señalábamos antes: que la única solución para la
pobreza es la creación de riqueza, como demuestra solventemente el Prof. Luckey en su ensayo. Viendo
el desarrollo histórico de las relaciones económicas, cuando las relaciones
comerciales y los instrumentos técnicos han conseguido mejorar la producción de
riqueza, la sociedad en general ha mejorado su bienestar económico,
algo verificable desde indicadores empíricos como el aumento de población y la
disminución de la mortandad infantil.
Es cierto que no todo desarrollo económico supone necesariamente un desarrollo humano, pero tampoco se puede ocultar que las épocas de
mayor esplendor en el saber, el arte e incluso en la reforma de la Iglesia, han
ido unidas a una mejora de los indicadores económicos. Podemos pensar, por
ejemplo, en el s. XIII, en el que, como consecuencia de una paz relativa que
permitía el comercio y la mejora de la situación técnica y climática en el
campo, se produjo una explosión de actividad cultural y humana en las ciudades.
Aparecieron las universidades, se construyeron las grandes Catedrales,
aparecieron las órdenes mendicantes que impulsaron la reforma de la Iglesia,
etc. Todo eso supuso un aumento de las condiciones de vida de la población en
general, sin perjuicio de que hubiera grandes diferencias sociales, como las ha
habido siempre en la historia de la humanidad.
Aquí entraría uno de los
puntos en discusión, que es de dónde proviene esta creación
de riqueza. Yo pienso, sin ser
experto en economía, que la creación de riqueza proviene
de la inversión, que es posible gracias al ahorro de los particulares. Una
persona que posee un capital lo pone al servicio del Bien Común cuando, al
invertirlo, a través de la productividad de esa inversión genera riqueza que
repercute en toda la sociedad y, obviamente, en el mismo inversor. Digo que sobre esto hay discusión, porque hay una escuela de pensamiento
económico que piensa que la riqueza se crea a partir del consumo, que reclama
producción y trabajo. Este consumo no surge del ahorro (que sería negativo en
esa perspectiva), sino de las políticas monetarias y de las inyecciones de
liquidez a los particulares por medio de subsidios como el que estamos
comentando. Curiosamente, este tipo de pensamiento económico, generalmente
beligerante contra el capitalismo, suele tildar de «consumistas»
a los que promueven el primero de los sistemas.
Suponiendo que la inversión
que viene del ahorro es fundamental para la creación de riqueza, es fácil ver
cuál es uno de los problemas de la renta básica universal. Esta renta básica,
sin ser una fuente de ahorro para los particulares, supone directa o
indirectamente, una amenaza para el ahorro que sí genera riqueza.
Puede ser directamente porque para financiar este tipo de proyectos se pretenda
crear impuestos contra el ahorro, precisamente como está proponiendo el
político comunista-bolivariano Pablo Iglesias. Indirectamente, este tipo de
políticas tienden a crear inflación que, lógicamente, perjudica también el
ahorro.
Por tanto, lo mejor que se
puede hacer para ayudar a los pobres no es darles un subsidio (que normalmente
les mantiene en una cómoda miseria), sino facilitar que se cree riqueza
mediante la inversión que viene del ahorro. Para esto es necesario
entender que no es malo que haya quién posea más capital que otros, porque no
todos están capacitados igualmente para crear riqueza.
Esto no supone para nada un
conflicto con el principio de la Doctrina Social de la Iglesia que se enuncia
como «destino universal de los bienes». Sobre las condenas del Magisterio a un «cierto capitalismo» (Populorum
Progressio, 26) ya habrá tiempo
de hablar en otra ocasión. Ya he mencionado en otro artículo la
diferencia que realiza Santo Tomás entre la propiedad de los bienes y el uso de
los mismos. El empresario que, poseyendo capital, lo invierte para obtener un
rédito y, a la vez, crear riqueza, productos útiles y baratos para mejorar la
vida de las personas y trabajo digno, está cumpliendo perfectamente con este
principio. Para cumplir con él no es necesario que se despoje de la propiedad
(por ejemplo, mediante donaciones que son muy loables), sino que la use para el
Bien Común, cosa que consigue precisamente siendo un empresario exitoso. Lo que
es absolutamente contraproducente es la actitud de los políticos que pretenden «ayudar a los pobres» con el dinero ajeno. Yo
defiendo que un empresario como Amancio
Ortega sirve más al Bien Común simplemente con haber creado una empresa exitosa
y ganado mucha riqueza con ella, que un Presidente del Gobierno que decide regalar 125 millones de euros de sus gobernados a una fundación que, entre otras
cosas, promueve el infanticidio. Es más, creo que esto último es
abiertamente contrario al Bien Común.
Francisco José
Delgado
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