Cuando el diablo
ataca siembra en ti la desesperanza. Pierdes la alegría de vivir, la ilusión
por las cosas pequeñas, lo hermosa que es la vida cotidiana.
Cuando
el diablo ataca siembra en ti la desesperanza. Pierdes la alegría de vivir, la
ilusión por las cosas pequeñas, lo hermosa que es la vida cotidiana.
Cuando
el diablo ataca, te llenas de inquietudes y angustias, de un odio profundo, un
deseo irracional de hacer daño.
Cuando
el diablo ataca, te hace olvidar que él existe y que eres un hijo del Dios
vivo.
Cuando
el diablo ataca te hace perder la vergüenza, vives el momento en una euforia de
la que te arrepentirás el resto de tu vida.
El
diablo con sus insidias marchita tu alma como una flor hermosa que se va secando
y es pisoteada por los que pasan.
Un
hijo de Dios debe saber cómo reconocer los ataques sutiles del demonio.
Decía
un sacerdote que el diablo es como un perro rabioso encadenado. Sólo si te le
acercas podrá hacerte daño.
El
problema es que solemos verlo como un perrito inofensivo y nos vamos acercando
hasta meter nuestra mano y nuestra alma entre sus fauces.
La
magnitud del pecado es algo que ni siquiera puedes imaginar.
¿Qué mueve al demonio? El
odio. Te detesta en lo más profundo de su ser. ¿Qué desea? Tu alma. Para verte sufrir una eternidad alejado de Dios.
Se
goza cuando ofendes a Dios. Disfruta viendo cómo las almas de los elegidos se
pierden y se van llenando de cicatrices y olores nauseabundos, para luego
desgarrarse en el infierno.
Una vez
leí esta frase impactante: Qué tristeza, perder una
hermosa eternidad, por un poco de tierra.
Se
cuenta que santa Teresa pudo ver un alma en pecado mortal, y casi cae muerta de
espanto ante esta horrorosa visión.
Son
almas muertas, alejadas de Dios, en las que no hay alegrías ni esperanza. No
hayan el camino de vuelta, porque se sumergen cada vez más profundamente en su
propio pecado. Los videntes de Fátima las vieron cuando tuvieron la visión
espantosa del infierno.
San
Francisco de Asís amaba tanto a Dios que le espantaba la sola idea de
ofenderlo. Lloraba por los bosques de Asís gritando El Amor no es Amado El
Amor no es amado. Y se hacía acompañar
por un compañero para poder confesar en el acto cualquier mal pensamiento,
cualquier cosa que ofendiera el corazón tierno de nuestro Dios.
¿QUÉ DEBO HACER?
¿QUÉ DEBO HACER?
Reconciliarme
con Dios. Empezar a cuidar mi alma, el estado de gracia. Decía un santo: Sólo tienes un alma. Si la pierdes, ¿qué harás?
Procura
vivir lo que Dios te pide: perdonar, amar, compartir,
hacer el bien.
Tus
buenas obras quedarán grabadas en el corazón de Dios.
Aún
hay tiempo.
Tenemos
el tiempo de gracia y de Misericordia que Dios nos concede a todos. No cierres
tu corazón al llamado que te hace el Padre Eterno.
Encuentra
la paz que sólo Dios te puede dar.
Aspira
a lo más hermoso: la santidad.
Vive
lo extraordinario: el Evangelio.
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