Tal día como hoy, 13
de mayo de 1981, el asesino turco Alí Agca disparó a
corta distancia contra Juan Pablo II en la Plaza de San Pedro de Roma. Nunca la
vida del Papa polaco corrió tanto peligro como entonces. De hecho, el médico
Gabriel Turowski, que acudió a Roma para ayudar a Wojtyla en su convalecencia,
aseguró que la bala que atravesó su abdomen no llegó a perforar la principal
vena por tan sólo seis milímetros. De haberla seccionado, el pontífice se
habría desangrado en cinco minutos y no habría llegado por tanto con vida al
Policlínico Gemelli.
Por si fuera poco, la otra
bala que impactó en un dedo del Papa se desplazó de su trayectoria de modo que
no alcanzó la espina dorsal, lo cual podría haberlo dejado paralizado de
cintura para abajo. Juan Pablo II se convenció al final de que la Virgen de
Fátima, cuya festividad se celebra también hoy en todo el mundo, le salvó la
vida aquel día tan aciago.
Desde entonces, se han
barajado numerosas hipótesis sobre quién estuvo en realidad detrás del atentado
más grave sufrido por el pontífice en sus casi veintisiete años de pontificado.
Ahora, gracias a las
revelaciones que aporta la película Wojtyla. La investigación, dirigida por
el periodista y escritor José María Zavala con motivo del centenario del
nacimiento de Juan Pablo II que se celebrará también en todo el mundo el
próximo lunes 18 de mayo, sabemos por fin más cosas sobre uno de los más
enigmáticos atentados de la historia.
«Una de las
hipótesis más fidedignas y verosímiles es que fueron los servicios secretos
soviéticos», asegura el
doctor Marek Lasota, de la Academia Ignatianum de Cracovia, uno de los mayores
expertos en espionaje internacional y, sobre todo, en los servicios secretos
comunistas soviéticos y polacos.
Una afirmación que comparte el
reputado historiador polaco Piotr Fugiel, quien añade: «Muchos
polacos y amigos de Juan Pablo II estaban convencidos de que tras el atentado
se ocultaba el KGB».
Valentina Alazraki,
corresponsal de Televisa en El Vaticano desde hace más de treinta años y
acompañante del pontífice en un centenar de sus viajes apostólicos por el
mundo, declara por su parte en la película: «Cuando
fuimos a Bulgaria, en 2002, Juan Pablo II dijo que él en realidad nunca creyó
en la pista búlgara».
Una opinión que sin duda
respalda también Marek Lasota al poner de manifiesto que «las investigaciones realizadas en Italia, Polonia y en
otros países documentan el llamado rastro de Moscú».
Cartas al
director
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