“¡Quiero ser santo!”, solía decir Santo Domingo
Savio, patrono de los niños cantores y también de las embarazadas por haber
cumplido en su vida una misión de la Virgen María, mientras era guiado por San
Juan Bosco.
Domingo Savio nació en Italia en 1842. Desde muy
pequeño deseó ser sacerdote y al conocer a Don Bosco le pide ingresar al
Oratorio de San Francisco de Sales en Turín.
Allí organizó la Compañía de María Inmaculada y con sus compañeros
frecuentaba los sacramentos, rezaba el Rosario, ayudaba en los quehaceres y
cuidaba a los niños difíciles. Además tenía un espíritu muy alegre, le gustaba
jugar y estudiar.
San Juan Bosco escribió una biografía del joven santo y lloraba cada vez
que la leía. En ella contaba que varias ocasiones vio a Domingo como arrobado
después de recibir la Comunión hasta que cierto día, Don Bosco lo encontró en
el coro del templo.
“Voy a ver –cuenta
Don Bosco– y hallo a Domingo que hablaba y luego callaba, como si diese lugar a
contestación; entre otras cosas entendí claramente estas palabras: ‘Sí, Dios mío, os lo he dicho y os lo vuelvo a repetir:
os amo y quiero seguir amándoos hasta la muerte. Si veis que he de ofendemos,
mandadme la muerte; sí, antes morir que pecar’”.
Cuando Don Bosco le preguntó qué hacía en esos momentos, Domingo le
contestó: “es que a veces me asaltan tales
distracciones que me hacen perder el hilo de mi oración, y me parece ver cosas
tan bellas que se me pasan las horas en un instante”.
Durante el proceso de investigación para llevar a Domingo Savio a los
altares, su hermana Teresa narró que cierta vez el Santo se presentó ante Don
Bosco y le pidió permiso para ir a casa. Su formador le preguntó el motivo y el
joven le contestó: “mi madre está muy delicada y la
Virgen la quiere curar”.
Don Bosco le preguntó de quién había recibido noticias y Domingo
contestó que de nadie, pero que él lo sabía. El sacerdote, que ya conocía de
sus dones, le dio dinero para el viaje.
La mamá de Domingo estaba embarazada, pero sufriendo con fuertes
dolores. Cuando el muchacho llegó a verla, la abrazó fuertemente, la besó y
luego obedeció a su madre, quien le había pedido que fuera con unos vecinos.
Cuando llegó el doctor vio que la señora estaba repuesta de salud y
mientras los vecinos la atendían, le vieron al cuello una cinta verde que estaba
unida a una seda doblada y cosida como un escapulario. La sorprendente visita
de Domingo a su madre se dio el 12 de septiembre de 1856, fecha del nacimiento
de su hermana Catalina.
Tiempo después Domingo le dijo a su madre que conserve y preste aquel
escapulario a las mujeres que lo necesiten. Así se hizo y muchas afirmaban
después haber obtenido gracias de Dios con la ayuda del escapulario de la
Virgen.
Domingo Savio retornó al oratorio salesiano, pero no por mucho tiempo.
Su salud se resquebrajó más y a sugerencia de los médicos tuvo que despedirse
de Don Bosco y sus compañeros para volver a su casa. Antes de morir, dijo: “¡Qué cosa tan hermosa veo!”. Partió a la Casa del
Padre un 9 de marzo de 1857 con catorce años edad. Su fiesta se celebra cada 6
de mayo.
Redacción ACI
Prensa
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