«No
podemos ser testigos silenciosos de violencia, abuso y crimen»
Una misionera
católica revela a la Agencia Fides la situación provocada en Papúa Nueva Guinea
por la creencia en la magia de buena parte de la población. Recientemente dos
mujeres estuvieron a punto de morir ante los ojos de cientos de personas tras
ser acusadas de brujería.
(Fides/InfoCatólica) La hermana Anna Pigozzo,
misionera de la Fraternidad Cavanis Jesús Buen Pastor en Bereina, explica lo
sucedido a la Agencia Fides.
«La policía
rescató a dos mujeres mientras estaban siendo torturadas, apuñaladas y quemadas
con barras de hierro; a su alrededor, una multitud de quinientas personas
observaban la escena. Hace unas semanas, esta noticia apareció en la primera
plana del periódico nacional, en Papua Nueva Guinea. ¿Cómo puede ser que la
tortura ocurra bajo los ojos de tanta gente? Lo que sucedió fue un episodio de
violencia, tristemente frecuente en este país, relacionado con una acusación de
brujería. Pero aún más triste es tener que hablar sobre asesinatos por
acusaciones de brujería, cuando la violencia supera todos los límites».
«De este modo,
mientras la pandemia de coronavirus cosecha muchas víctimas, estas noticias nos
recuerdan que hay personas en el mundo que aún sufren y mueren por terribles
injusticias», explica la
misionera.
Y añade:
«Aquí, en Papúa
Nueva Guinea, de hecho, la creencia en
la magia y la superstición todavía está profundamente arraigada: si, por
ejemplo, una persona muere repentinamente y sin ninguna enfermedad visible, la
gente tiende a pensar que la muerte fue causada por una maldición lanzada por
algún 'enemigo'. Por eso, intentan
identificar al 'enemigo' para castigarlo y vengar la muerte. Se
considera una forma de justicia y hasta
2013 la ley también tenía en cuenta este rasgo cultural, aliviando las
penas de una sentencia de asesinato si existía una supuesta acusación de magia
contra la víctima. En 2013 se modificó la ley y en 2015 el gobierno aprobó el
Sorcery National Action Plan, cuya implementación todavía es evidentemente
larga y difícil de realizar. De hecho, Papua
Nueva Guinea, tanto en las zonas rurales como en las ciudades, ha experimentado
un aumento de los ataques violentos de grandes grupos que, acusando a
las víctimas de brujería, quieren hacerse justicia. Los testigos presenciales del
asesinato de una víctima acusada de brujería no denuncian el delito, por temor
a perder la vida o la de sus familiares».
La religiosa recuerda la
advertencia que hizo en el año 2012 Mons. Donald Lippert, , obispo de Mendi, un
área donde la acusación de brujería es un problema grave y que requiere una
acción urgente:
«Todos hablan de
la importancia del desarrollo de Papua Nueva Guinea, pero se centran solo en el
económico. Sin crecimiento moral, este país no podrá progresar. De hecho, se
perderá para siempre. Hoy es el momento de eliminar esta gran vergüenza de
nuestra comunidad, de nuestro país, de nuestra fe».
La Hermana Anna subraya el
hecho de que «la violencia y el odio no se pueden
combatir con más violencia y odio y que, reflexionando sobre estos temas,
estamos aún más convencidos de lo importante que es continuar el trabajo de
evangelización y educación en este país, donde la fe cristiana solo ha llegado
hace ciento treinta años».
La misionera recuerda que el
obispo Lippert le dijo a la gente que «uno no puede ser
católico y creer en el sanguma (magia), en las pociones, en la brujería. No informar de la tortura o el asesinato de víctimas
acusadas de brujería significa creer en la brujería. Todo esto es incompatible
con la fe católica. Y entonces pidió a sus fieles que rezaran, ayunaran y
rechazaran este pecado».
«En esta batalla
cultural», concluye, «tenemos la educación como herramienta, para desarrollar el pensamiento crítico y un sentido de
responsabilidad, para aprender a distinguir los hechos de las opiniones. Tenemos
la oración, los sacramentos, nuestra fe católica en la que profesamos creer en
Dios, Padre, Todopoderoso, para ayudar a evitar la violencia, la
superstición, el odio y cualquier otro pecado. No podemos ser testigos
silenciosos de violencia, abuso y crimen. Debemos luchar por
compartir la caridad y la paz de Cristo».
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