El padre Iraburu
sabe cuánto he buscado un confesor y/o director espiritual. Llevo años en eso, lecturas, oración,
discernimiento y decenas de intentos por aquí y allá.
Hace unos cuatro meses conocí al padre E, religioso y maestro en el seminario
que construyó su congregación hace cuatro décadas cerca de mi casa. Una sola
misa bastó para que comprendiera que Dios había escuchado mis oraciones. Una
sola.
Cuando, terminada la misa,
estaba subiendo al carro, el padre pasaba por ahí y se puso a conversar con mi
hermano. Aproveché para presentarme y a la vez agradecerle por su misa tan
bella.
El caso es que, poco he podido
encontrarme con él, solo dos veces: una, para confesarme (fue la mejor y más larga
confesión que he tenido, tal vez una hora) y, otra para sacar cita para
confesión antes de la pandemia, cosa que –obviamente- nunca sucedió.
No fue hasta esta semana que
decidí que ya era tiempo de indagar si podría confesarme “aunque fuera en los jardines” –le dije- “así, no más, a grito pelado; no importa si alguno
escuchara por accidente”–pensé- “ya que mis
pecados son los mismos de todo el mundo”, me dije, un poco riendo de
misma.
Me he confesado y fue
espectacular ya que, como había hecho concienzudo examen de mis pecados durante
Cuaresma, los llevaba anotados por lo que fue muy sencillo decir nombres,
pecados, actos de reparación que tenía pensados o había realizado, etc.
Recibí la absolución tan agradecida que no saben cuánto; pero, lo mejor estaba
por venir: así, como quien no quiere la cosa, se
vuelve el padre y me dice en un tono de voz sin adorno de nada, como lo más
lógico y normal: - “Espere para traerle la comunión!”
No podía creerlo!
No podía creerlo!
Así, de rodillas, (no voy a
mentir, tenía lágrimas en los ojos) esperé a que el padre regresara y, para
cuando tuve a Nuestro Señor delante, no podía apartar la mirada y hasta me
descubrí perturbada, siendo yo tan pecadora como soy, tan frágil e impotente
para todo.
Pero, “no importa”,
pensé en el instante, “Él se ha dado todo a mí y
ahora, y siendo que toda me doy, esto no es más que la realización de nuestro
ansiado encuentro”; así que,
comulgué. Personas del orbe entero: ¡He comulgado!
De repente, tuve conmigo a
todos esos santos que solo podían comulgar pocas veces al año. Los comprendí
perfectamente y supe que mi gozo era el suyo y, además, de que estaban
contentos de que hubiese aprendido la lección. Los ángeles, lo mismo. Y, María;
Ella, por ahí estuvo, sonriendo en complicidad con Nuestro Señor. Sin duda.
Hoy leí sobre ese joven catalán de nombre Ricardo al
que, con 21 años, le diagnosticaron cáncer en el pulmón durante la pandemia,
quien dijo: - “Bien vale un tumor maligno para
la hermosura de lo que estoy viviendo”; pues yo, aunque sin cáncer
pero dependiente de Dios en todo sentido, digo también que “bien vale lo que estoy pasando por la hermosura de lo
que estoy viviendo”
Tengo muy claro que la
obediencia a los obispos es obediencia a Cristo, así como tengo claro que
necesito de la Eucaristía y los sacramentos; sin embargo, de no haberme visto
en el deber de obedecer y privada de los sacramentos, no habría comprendido que
Dios, en su Divina Providencia, nos da todo a su tiempo.
Recibir “gracia sobre gracia” significa haberlo
comprendido.
Ya llegará el día, en que
–dado el caso- conozca que es la hora de defender ante el Estado mi derecho a
la libertad de culto y de conciencia; pero, ese será tema para otro momento.
Maricruz Tasies
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