Pío XII vio con suma
preocupación la confusión teológica, filosófica y política en la que se insertó
el mundo de la postguerra.
Por: Hernán Bressi | Fuente: Catholic.net
1.
EL
MAGISTERIO DE LA REGENERACION EN CRISTO POR MEDIO DE SU IGLESIA.
El 2 de Marzo de 1939, a sólo 24 hs de haber
iniciado el Cónclave, el Cardenal Eugenio Pacelli fue elegido como sucesor de
S.S. Pío XI en la Cátedra de Pedro adoptando el nombre de Pío XII por su
profunda devoción y amistad con su antecesor. A
pocos meses de iniciar su Pontificado, la Wehrmacht invadió Polonia el 1 de
Septiembre de 1939 dando comienzo a la Segunda Guerra Mundial. Gran parte de su
pontificado vertió sobre este grave conflicto y su preocupación con gestiones y
actuaciones para evitarla, cuando aún era tiempo; y por limitarla cuando
estalló alentando siempre a que las potencias beligerantes no pisoteen el respeto al
Derecho Natural y “a la leyes de la guerra”; utilizando todos los medios
legítimos a su alcance: la
enseñanza, a través de mensajes públicos por medio de la radio (radiomensajes),
o las exhortaciones a los Pastores y fieles, o los documentos dirigidos a las
autoridades responsables y la acción diplomática bajo todas las formas que le
eran posible.
A este escenario apuntó con su claridad y
profundidad doctrinaria su primera encíclica denominada “programática” Summi
Pontificatus, redactada el 24 de Julio en su Residencia Veraniega Castelgandolgo pero
promulgada poco tiempo después. La encíclica revela las preocupaciones
fundamentales del Santo Padre ante los padecimientos del mundo apuntando hacia
una reeducación de la humanidad, sobre todo en la esfera moral y religiosa,
partiendo en Cristo, como fundamento indispensable poniendo de relieve la
misión maternal de la Iglesia y de los laicos para esta misión sin olvidarse de los derechos de la misión de la
familia como cédula fundamental para el Reinado de Cristo Rey. Parte de un
enfoque teológico para abordar los problemas de su tiempo como método de evangelización.
LA ENCÍCLICA SEÑALA CUATRO
ERRORES PRINCIPALES EN AQUEL MOMENTO HISTÓRICO:
I.
AGNOSTICISMO MORAL Y RELIGIOSO
1. La
negación y el rechazo de una norma de moralidad universal (así en la vida
individual como en la social y en las relaciones internacionales), o sea, el
rechazo de la ley natural, que tiene su fundamento en Dios.
2. La
exclusión de Cristo de la vida moderna, especialmente de la vida pública, y la
aparición de un paganismo corrompido y corruptor.
II.
DOS ERRORES CAPITALES EN EL ORDEN POLÍTICO.
3. El
olvido de la ley de solidaridad y caridad universal
4. La
separación de la autoridad del Estado de toda dependencia de Dios, y la
elevación del Estado o de la colectividad a fin último de la vida y a criterio
supremo del orden moral y jurídico.
III.
LA REEDUCACIÓN RELIGIOSA Y ESPIRITUAL DE LOS PUEBLOS.
2.
EL
MISTERIO DE LA IGLESIA
El pecado de Adán trajo consigo la ruina a todo
el linaje del cual él era la cabeza. Cristo, como nuevo Adán, es el tronco de
un nuevo linaje de la que es Cabeza y cuya comunidad es la Iglesia, “…como un sacramento, o sea signo e instrumento de la
unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (Lumen
Gentium, 1). Por su Crucifixión, Muerte y Resurrección, Cristo vence a la muerte
y al pecado restableciendo una nueva
alianza entre Dios y los hombres para toda la eternidad quedando constituida de
este modo la Iglesia en sus fundamentos, porque al vencer al pecado,
desapareció el único obstáculo que impedía la entrada de la gracia al seno de
la humanidad. Cada hombre en particular es un miembro de Cristo ya que la
Iglesia es el Cristo continuado. Pero el día en que formalmente nació la
Iglesia, fue Pentecostés, después de la Ascensión a los cielos; porque ese día
desbordó por primera vez desde la Cabeza glorificada hacia los miembros el
Espíritu Santo, quien con la variedad de los miembros y órganos crea y forma la
unidad de la Iglesia.
San Pablo a la Iglesia el Cuerpo de Cristo cuya Cabeza es Cristo. También podemos definirla como
la “Esposa” de Cristo ya que la Iglesia es
la sociedad de todos los que se unen a Cristo como seres conscientes y
personales. Cristo y la Iglesia forman un organismo misterioso, pero real.
SAN
PABLO NOS DICE: “…Hay diversidad de dones,
pero uno mismo es el Espíritu. Hay diversidad de dones, pero uno mismo es el
Señor. Hay diversidad de operaciones, pero uno mismo es Dios, que obra todas
las cosas en todos. Pero a cada uno se le otorga la manifestación del Espíritu
para común utilidad. A uno le es dada por el Espíritu la palabra de la
Sabiduría; a otro la palabra de la ciencia, según el mismo Espíritu; a otro fe
en el mismo Espíritu; a otro el don de curación en el mismo Espíritu; a otro
operaciones de milagros; a otro profecía, a otro discreción de espíritu, a
otros, géneros de lenguas. Todas estas cosas las obra el único y mismo
Espíritu, que distribuye a cada uno según quiere. Porque así como siendo el
cuerpo uno tiene muchos miembros y todos los miembros del cuerpo, con ser
muchos, son un cuerpo único, así también es Cristo. Porque también todos
nosotros hemos sido bautizados en un solo Espíritu, para constituir un solo
cuerpo y todos, ya judíos, ya gentiles, ya siervos, ya libres, hemos bebido del
mismo Espíritu. Porque el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. […] De
esta suerte si padece un miembro, todos los miembros padecen en él; y si un
miembro es honrado, todos los otros a una se gozan. Pues vosotros sois el
Cuerpo de Cristo y cada uno en parte”.
(I Corintios 12, 4-27)
Si Cristo es la Cabeza y la
Iglesia es el Cuerpo, el Espíritu Santo es el alma.
Habita primeramente en Cristo, Cabeza y desde allí fluye como un río de vida
hacia los miembros. La Iglesia continúa la obra de Cristo por la doctrina y el
gobierno administrando los tres poderes recibidos de Cristo: 1. Sacerdotal para la santificación de los hombres, 2. El
magisterio enseñándoles la verdad divina y 3. El poder de gobierno,
dirigiéndolos con sus preceptos y consejos por el camino que conduce a la
eterna bienaventuranza.
Pío XII nos aclara en su carta Encíclica Mystici Corporis Christi punto
30 promulgada el 29 de Junio de
1943 esta doctrina que años más tarde es retomada por la Constitución Dogmática
Lumen Gentium del CVII: “[…] Y si en la Iglesia se
descubre algo que arguye la debilidad de nuestra condición humana, ello no debe
atribuirse a su constitución jurídica, sino más bien a la deplorable
inclinación de los individuos al mal; inclinación, que su Divino Fundador
permite aun en los más altos miembros del Cuerpo místico, para que se pruebe la
virtud de las ovejas y de los Pastores y para que en todos aumenten los méritos
de la fe cristiana. Porque Cristo, como dijimos arriba, no quiso excluir a los
pecadores de la sociedad por El formada; si, por lo tanto, algunos miembros
están aquejados de enfermedades espirituales, no por ello hay razón para
disminuir nuestro amor a la Iglesia, sino más bien para aumentar nuestra
compasión hacia sus miembros[..]”
En su alocución consistorial pronunciada con
motivo de la imposición del birrete a los 32 nuevos cardenales conocida como
Discurso La Elevatezza
sobre la supranacionalidad de la Iglesia nos ilumina con claridad y
profundidad en su punto 6 que “…La Iglesia —aun
cumpliendo el mandato de su divino Fundador de ex-tenderse por todo el mundo y
de conquistar para el Evangelio a todas las gentes (cf. Mc
16,15)— no es un imperio, sobre todo en el sentido
imperialista que se quiera dar a esta palabra. El camino que traza en su
progreso y en su expansión es contrario al que sigue el imperialismo moderno.
La Iglesia progresa, ante todo, en profundidad; después, en extensión y en
amplitud. Busca, en primer lugar, al hombre mismo; se dedica a formar al
hombre, a modelar y perfeccionar en él la semejanza divina. Su trabajo se
realiza en el fondo del corazón de cada uno, pero tiene su repercusión sobre
toda la duración de la vida, en todos los campos de la actividad de cada uno.
Con hombres así formados, la Iglesia prepara a la sociedad humana una base
sobre la que ésta pueda descansar con seguridad” y en su punto 20 que “…La Iglesia no puede, encerándose inerte en el secreto
de sus templos, desertar de su misión divinamente providencial de formar al
hombre completo y así colaborar sin descanso en la constitución del sólido
fundamento de la sociedad. Esta misión es para ella esencial”.
La Iglesia es la única que puede salvar a los
hombres, pero esto no significa que el hombre viviendo de buena fe y siguiendo
su recta conciencia (semillas de verdad) no pueda salvarse. Ese hombre
pertenece sin saberlo realmente al alma de la Iglesia. Está en el camino que
conduce hacia ella; sólo que, sin culpa suya, se le ha interpuesto un obstáculo
insalvable. La Iglesia prolongará la obra y glorificación de Cristo en el mundo
por medio de la celebración litúrgica que es el “culto
que la Iglesia celebra como Cuerpo Místico de Cristo en unión con su cabeza, en
su nombre y por misión suya, y como renovación y actualización continuada del
misterio de la redención. El punto céntrico de la liturgia es el sacrificio.
Cristo se depositó a sí mismo en las manos de su
Iglesia a la que instituyó como mediadora de su salvación. La Santa Mare
Iglesia es la permanencia viviente de Cristo mediante la instauración de los
sacramentos. Los Sacramentos conservan a Cristo viviente entre los hombres,
perpetuando su obra redentora por medio de la gracia de Cristo. Por eso, se los
llama los medios de santificación, es decir, los medios de adquirir la gracia
divina. Dios Creador de la naturaleza humana quiso acomodarse a ella como autor
del mundo sobrenatural, queriendo atar de este modo su gracia a signos externos
en los que se encarnará la acción interior que invisiblemente realiza el
Espíritu Santo en el Sacramento. Por esta razón nuestro cuerpo queda
santificado y es introducido mediante el Sacramento en el orden sobrenatural.
Santo Tomás nos enseña que por medio de los sacramentos que son signos eficaces
de la gracia sobrenatural de Cristo, el Hijo de Dios renueva la obra de la
redención prolongando hacia nosotros sus actos redentores. La Pasión y
Resurrección gloriosa llegan a nosotros por los canales de los Sacramentos
siendo instrumentos para nuestra Salvación: “…porque puestas en contacto con
nosotros por medio de la fe y de los Sacramentos producen la gracia” (Summa theologica, III, q. 48, a.6; q. 56, a.1 y 2)
Siguiendo al Doctor Angélico nos dice que Cristo
es el “primer sacramento”. La fe se perfecciona y
purifica con la recepción del Sacramento porque solo nuestros actos interiores
de la voluntad y el entendimiento se consuman realmente complementándose con la manifestación y encarnación exterior. Los actos
puramente interiores no caen en el dominio público. Sólo por la recepción
visible del Sacramento se completa nuestra fe interior, y tiene un valor social
ante la comunidad visible, así como por otra parte la fe interior anima e
informa la recepción del Sacramento.
Pío XII ve con suma preocupación la confusión
teológica, filosófica y política en la que está inserta el mundo de postguerra;
razón por la cual publica en 1956 la Instrucción del Santo Oficio
sobre la moral de situación poniendo en aviso a los fieles católicos
sobre las nuevas corrientes de la ética, que derivadas del existencialismo,
restaban importancia al ser del hombre y a las normas objetivas derivadas de la
Ley de Dios y de los preceptos eclesiásticos. El origen y naturaleza de estos
errores reside de una falsa interpretación teológica, filosófica y
antropológica del hombre (el hombre tiene una, rechazando el concepto
tradicional de <naturaleza
humana> fundado en la
verdad objetiva reemplazándola por el concepto de naturaleza humana tal como
existe, una moral existencial que depende de las circunstancias históricas
concretas y puede ser cambiante.
Lamentablemente a 60 años
de su muerte, estás advertencias de Pío XII fueron desoídas y la moral de
situación se ha consolidado como carta de ciudadanía del nuevo orden mundial
surgido como consecuencia de la disolución de la Unión Soviética rigiendo el
equilibrio de poder actual de las naciones.
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