Con amor eterno te
he amado.
Por: María Teresa González Maciel | Fuente: Catholic.net
Absorto en tus pensamientos caminas, el viento
de la tarde refresca tu cara, respiras el aroma de los eucaliptos que adornan
la vereda por la que transitas, aunque el paisaje es colorido, tu mirada es
nostálgica. La risa de un niño jugando con su abuela te vuelve a la realidad.
Tu mente repasa los momentos en que, siendo
niño, percibiste la ternura de tu abuela, el interés de tus padres por
escucharte, traes a tu mente, tus propios retos logrados, los detalles que
alegraron tu infancia. Hay otros recuerdos que se agolpan y quisieras evitar,
sin embargo, fluyen y sientes un gran alivio. El día que te esforzaste haciendo
una tarea que no fue valorada, el momento en que externaste una necesidad y
fuiste ignorado, también vienen a tu memoria las etiquetas negativas que te
pusieron y que no correspondían a tu persona.
Viendo estas vivencias a
distancia parecen naderías, pero tu corazón de niño las vivió como grandes
heridas. Todo esto te causo confusión, te llevo a frenar
algunos sueños y proyectos que anhelabas realizar. No fue culpa tuya, tampoco
de quien te ofendió. Cada persona tiene
su historia, sus heridas, que, al no ser sanadas, provocan dolor en los demás. Te das
cuenta que esos vacíos los has intentado llenar con amor, y reconocimiento de
otras personas.
La alegría del niño te lleva a desear encontrar
una ruta segura para resolver tus inquietudes. Te preguntas el porqué de tu
existencia y escuchas una voz firme y amorosa que te confirma “Con amor eterno te he amado” te dice que eres
único e irrepetible, repasas con el tus fortalezas y aspiraciones. Él té
recuerda que eres valioso y hermoso a sus ojos. Te asegura que cualquiera que
sea tu situación actual, confía en ti, en la grandeza de tu alma.
Se llena de gozo tu corazón al saberte amado, al
conocer tu valor y comprender que eres imagen y semejanza de Dios. Con estas
certezas, refrescas tu alma y visualizas tu misión. Vislumbras que la
mayor necesidad de amor, la tienes cubierta, por quien más y mejor ama Esto te
da seguridad y fuerza interior. Sabes que más que mendigar amor, estás
preparado para darlo y recibirlo, eres un destello del amor divino.
Escuchas de nuevo esa risa infantil, solo que
ahora has confirmado estas verdades, quieres responder al AMOR, a su llamada diaria, buscas ser fiel a tu
diálogo con el amado, y permitir que tu Señor vaya cincelando en ti su rostro,
rostro que te da la oportunidad de andar por la senda de la vida, derramando en
otros corazones un poco del manantial de ternura y amor que recibes cada día.
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