miércoles, 13 de mayo de 2020

ADIÓS, ESPAÑA, ADIÓS


Durante estos tiempos de emergencia nacional, no he querido criticar al gobierno. Las decisiones estaban tomadas y de qué servía añadir más tensión, aunque solo trasmitiera esa tensión a unos cuantos miles de lectores míos.

Ahora bien, ayer por la noche se me cayó el alma a los pies al leer en un periódico la noticia de que el gobierno planea pedir otra prórroga del estado de emergencia. No me lo podía creer.

El gobierno ha esgrimido la excusa perfecta a quien quiera que, en el pasado, un replanteamiento del confinamiento: “Dinero frente a muertes, codicia frente a humanidad, las vidas son lo primero”. Frente a una réplica de este tenor no ha habido político, intelectual o periodista que se haya atrevido a lanzarse hacia el suicidio mediático. Sin duda ha habido excepciones, pero sus voces han alcanzado a un pequeño porcentaje de ciudadanos.

He escuchado a alguna ministra del gobierno hablar, hace tiempo, de que la economía entraba en hibernación, en estado basal. No, señora ministra, eso no es verdad. La economía es como las células del cerebro: sin oxígeno, mueren; no hibernan. Decir que una economía ha entrado en estado basal sería como si un médico viera un cerebro sin oxígeno y quisiera convencernos que ha entrado en “estado basal”. A lo mejor la ministra quiere convencernos de que las momias de Egipto han entrado en estado basal.

Cuando el gobierno envió sus gráficos a todos los medios de comunicación, tras el primer mes de confinamiento, en las cadenas se repitió lo recibido: “Este año el PIB bajará un 8%, y esperamos crecer en 2021 un 4% y otro 4% en 2021”; nadie dijo nada. También en Alicia en el País de las Maravillas aparece un gato que habla y se juega al croquet con flamencos. Esos gráficos entraban plenamente en el género de la novela de ficción.

Todos los que sabían de macroeconomía sabían que no era verdad. Pero no era el momento de entrar en polémicas. Pero cuando llevamos dos meses de confinamiento y se plantean otra prórroga, sí que es el momento de entrar en polémicas.

¿Por qué un sacerdote como yo habla de este asunto? Porque cuando se esgrime la protección de la vida humana para lograr la perfecta destrucción de la economía de un país, eso merece un análisis moral. Eso va más allá de lo sociológico, lo médico o lo económico, para entrar en lo moral; por supuesto que se puede hacer un análisis moral.

En España, en el año 2018, hubo 427 721 fallecidos, lo he consultado en el Instituto Nacional de Estadística. En España llevamos casi 27 000 fallecidos por coronavirus.

Lo repito: 427 721 fallecidos anuales por todo tipo de causas. 27 000 fallecidos por coronavirus. El 86,3% eran mayores de 70 años. Creo que las cifras, solo las cifras, hacen que las conclusiones aparezcan en las mentes de todos sin necesidad de que yo las explicite en palabras.

No me opuse al confinamiento dos semanas. No me hubiera opuesto a una prórroga de una semana. Pero llevamos dos meses y el gobierno ni siquiera ha anunciado el final de esta situación. Al revés, las medidas económicas que ha ido tomando el Gobierno han servido para agravar más el hundimiento económico. Podría analizarlas, una por una, y cualquier persona con sentido común entendería como la política se ha impuesto a la razón. Varias de esas medidas gubernamentales son especialmente destructoras del sector que creaba o, más bien, mantenía el empleo.

Los que me leéis desde hace años sabéis de mi pasión por la macroeconomía. Desde la experiencia de tantos años, estoy convencido de que el PIB de España va a caer un 20%. Para la gente eso es un número, un mero número. Los españoles no se acuerdan cuando, en 2009, en tantas ciudades, también en Alcalá, los ayuntamientos tenían que apagar las farolas porque no podían pagar la electricidad. Cómo me impresionaba ver barrios enteros a oscuras. La renta bajó tanto que, a partir de las 9:00 de la noche, en los barrios periféricos apenas se veían coches por las calles. Tampoco, fuera del centro, se veía gente por la calle tras la cena. La gente no salía de casa. En la calle en la que vivo, comprobaba que la mitad de los comercios cerraron. Eso lo viví yo, lo vi con mis propios ojos. Otro asunto fueron los suicidios. Un amigo mío psiquiatra me comentaba, hace poco, el aumento de personas con depresión que hubo en esos años.

Pues bien, en el año 2008 hubo un 3,5% de bajada del PIB. ¡Un 3,5%! La gente no tiene ni idea de lo que va a ser un -20%.

La España que yo conocí hasta 2019 ya no existe. Ha dejado de existir. Ahora afrontaremos la bolivarianización de este país. Sea quien sea, sea del partido que sea, un nuevo Erdogán emergerá. 

Nuestro Putin nacional se esforzará, por supuesto, en controlar los medios de comunicación. Ni en ocho años volveremos a los niveles de bienestar de 2019. Y eso suponiendo que todo se hiciera bien. ¿Cuál es la política económica de los próximos años? Echar la culpa de todo a los ricos, a Bruselas (que nos podría dar dinero) y a la mala suerte. Yo me refugiaré en la paciente redacción de mi novela sobre san Pablo, en repensar mis libros de teología y en dar conferencias, mientras todo se hunde a mi alrededor.

P. FORTEA

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