Este será un
artículo diferente, en el que meditaremos juntos el contenido de uno de los
pasajes de la Palabra de Dios.
Por: Ernesto Martínez | Fuente: http://catolicosconaccion.com/
“Siempre hay una Palabra de
Dios que nos guía en nuestra desorientación; y a través de nuestros cansancios
y decepciones hay siempre un Pan partido que nos hace ir adelante en el
camino”. Papa Francisco (Regina Coeli, 4 de Mayo de 2014)
Recientemente, escuchando la homilía dominical
en la que el sacerdote reflexionaba sobre el pasaje de los discípulos que iban
por el camino hacia la aldea de Emaús, recordando tal escena del Evangelio,
reconocí interiormente que esta historia también era – a su manera – mi
historia… claro, también es tú historia y la de muchos cristianos. Que bien nos
hace en esta época volver nuestro corazón hacia la profundidad de este pasaje
tan peculiar y único que el evangelista San Lucas quiso transmitirnos a todos
los cristianos de todas las épocas, con especial atención a aquellos que han
olvidado la alegría del encuentro con Cristo.
Este será un artículo diferente, en el que
meditaremos juntos el contenido de uno de los pasajes de la Palabra de Dios.
Para que puedas hacerlo de mejor manera, te recomiendo iniciar con una pequeña
oración, en la que con tus propias palabras le pidas a Dios que ilumine tu
mente y tu corazón con su Palabra, invocando la acción del Espíritu Santo;
luego, lee en tu Biblia el pasaje del Evangelio de San Lucas 24,13-35. Sabes,
siempre he pensado que para comprender el mensaje de Jesús, escrito según San
Lucas debe prestarse atención a los detalles (San Lucas, como buen médico, es
cuidadoso en los detalles); en este pasaje, cada palabra, cada escena y
descripción es un susurro de corazón a corazón por parte de Dios. Así,
siguiendo la dinámica de reflexión previamente propuesta, escudriñemos el
Evangelio de la forma siguiente:
1.
“Aquel mismo día dos discípulos se dirigían a una aldea llamada Emaús…” (San
Lucas 24, 13)
El Evangelio inicia presentándonos nuestra vida
misma, es el día a día de todos, es nuestro caminar constante y es también el
regresar a las realidades temporales: Dirigirnos al trabajo, a la escuela,
universidad e inclusive a nuestra misma casa, nuestros propios “Emaús”. Estos discípulos habían presenciado
atónitos los acontecimientos de la pasión y aunque les había sido anunciada ya
la Resurrección de Jesús, ellos simplemente decidieron regresar a su aldea de
Emaús; ante esa Buena Nueva, no buscaron al Señor como María Magdalena en el
sepulcro, pareciese que el anuncio de la Resurrección no les causo alegría como
a las mujeres, tampoco sintieron la curiosidad de averiguar sobre lo ocurrido,
más bien fue indiferencia y nada detuvo su regreso.
¿No te suena? ¿Cuántas
veces nosotros “los que conocemos al Señor” preferimos “regresar” a nuestras
“aldeas”? ¿Cuántas veces hemos decidido caminar sin Jesús? La
indiferencia parece invadir nuestra vida toda y tal pareciese, incluso, que el
Señor nos interpela nuevamente en el silencio “ya
no me amas como me amabas antes” (Apocalipsis2,
4). El caminar del cristiano, ese es el punto de inicio de este pasaje del
Evangelio, tenemos que caminar, claro que sí, es la misión del discípulo, ir
adelante, no quedarse estancado, pero no indiferentes y sin propósito de vida,
el cómo caminamos o con quién caminamos, es lo que debemos evaluar hoy.
2.
“… Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se les acercó y se puso a
caminar con ellos…” (San Lucas 24, 15)
Y es que muchas veces nos olvidamos de caminar
con el Señor, pero Él no se olvida de caminar con nosotros; caminamos solos o
caminamos con amigos (buenos o malos), pero no invitamos al recorrido al “Amigo que nunca falla”… y cuando ya hemos
avanzado algún trecho, el Señor Jesús aligera el paso y se pone a caminar con
nosotros. ¿Curioso no? El Señor “en persona” se acercó a aquellos discípulos y se
puso a caminar con ellos, sin importar el ánimo con el que estos iban o si estos
le reconocían o no.
Hoy también Jesús aligera el paso porque quiere
caminar con nosotros, no importa si corremos o si desviamos el camino, igual Él
quiere caminar con nosotros y acompañarnos “en
persona”, como a aquellos discípulos, de forma total y no a medias; no
importan nuestros ánimos, aunque si nuestra actitud, dejemos que Él nos
acompañe y nos guíe siempre, porque, al final de cuentas, Él es “el camino, la verdad y la vida” (San Juan 14, 6).
3.
“… pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran.” (San Lucas 24, 16)
¿Qué nos impide reconocer a
Jesús como compañero de camino? ¿Por qué no queremos dejar que Él camine junto
a nosotros? Algo impide que nuestros ojos de discípulos le
reconozcan, aunque lo tengamos cara a cara, no le vemos, más bien, no le
queremos ver… en realidad es nuestro corazón el que está cerrado (cegado) por
el pecado, por el odio y los resentimientos, por el vacío de Dios. A veces nos
pasa como a los discípulos de Emaús, que estaban más enfocados en el problema o
en las “malas noticias” de lo sucedido en
aquellos días, que en la “Buena Nueva” de la
resurrección de Cristo que les había sido anunciada y de su salvación misma.
No cerremos nuestro corazón, quitemos nuestros
propios impedimentos, abramos sus puertas de par en par para reconocer a Cristo
que camina con nosotros; y si, no obstante esto, no le vemos, pidámosle a Él
más fe para verle y para reconocerle. Hoy Jesús pasa en el camino de nuestras
vidas, va con nosotros y parece preguntarnos “en
qué te puedo ayudar”, más bien, “¿qué
quieres que yo haga por ti?”… como
el ciego Bartimeo, digámosle hoy también a Jesús “Maestro,
quiero ver” (San Marcos 10, 51),
es decir, quiero reconocerte en mi vida, para también recuperar la vista y
seguir en el camino (San Marcos 10, 52).
4.
“Él les dijo: «¿De qué van discutiendo por el camino?» Se detuvieron, y
parecían muy desanimados…” (San Lucas 24, 17)
Cualquier encuentro con Cristo implica un nuevo
comenzar; de cualquier forma que esto ocurra, el encuentro con Jesús siempre
causa una pausa en nuestras vidas. Nos detenemos y nos presentamos ante Él tal
y como somos, tal y como estamos en ese momento, discutiendo, desanimados,
sucios, cansados… Estos discípulos, como nosotros, conocían a Jesús y le
amaban, pero cuando las “cosas no ocurrieron como
ellos querían”, en vez de buscar reencontrarse con su Maestro,
decidieron alejarse de la comunidad cristiana, regresar a sus vidas anteriores
y simplemente pasar la página. La Cruz no era de su agrado y la Resurrección
les parecía algo tan increíble como para verdaderamente ser cierto.
¡Qué fácil es desanimarse
ante la prueba! ¡Qué fácil es huir del dolor!… Pero
ese no es el propósito del cristiano, estamos llamados a ser extraordinarios, a
ser valientes, a ser auténticos, a tener coraje… A no huir ni desanimarnos en
la prueba, porque “¿Adónde iremos lejos de su
espíritu, a dónde huiremos lejos de su rostro?” (Salmo 139 7-10). No
podemos huir del amor y de la misericordia de Dios, el encuentro con Cristo hoy
a través de su Palabra también nos interpela.
5.
“… «¿Qué pasó?»… «¡Todo el asunto de Jesús Nazareno!» Era un profeta poderoso
en obras y palabras, reconocido por Dios y por todo el pueblo… Nosotros
pensábamos que Él sería el que debía liberar a Israel…” (San Lucas 24, 19-21)
¿Cómo estimamos a Cristo?
¿Qué tanto nos importa en nuestra vida? ¿Cómo le conocimos y le recordamos?… Los
discípulos de Emaús recordaban perfectamente a Jesús, sus obras y palabras, le
reconocían como un profeta ungido por Dios y sabían de su “popularidad” ante el pueblo, pero no le
reconocían aún como EL SEÑOR. Aún siendo
testigos de su propia salvación, Jesús seguía siendo para ellos un “profeta poderoso”, más no el Señor de sus vidas…
Esto sucede en la vida del discípulo cuando el primer encuentro con Jesús
parece eclipsarse por las formas vacías, los problemas cotidianos, cuánto más por
cuestiones vanas.
¿Es Jesús verdaderamente
nuestro Señor? A veces pasa que sabemos mucho de Dios, de
Jesús, de la Biblia y de la Iglesia, le decimos “Señor”,
más no le reconocemos como tal en nuestras vidas; inclusive,
lastimosamente, para muchos cristianos, Jesús es: Un personaje importante,
respondemos “sí”; que cambio la historia de
la humanidad, decimos “también”; un
revolucionario de su época, pensamos “puede ser”… si
existe Él, es de vez en cuando y solo en los templos o en el lugar en que yo
decida ponerlo para invocarlo. En fin, creemos en Cristo, conocemos sus
palabras, nos maravillamos con su obra, más no vivimos como sus discípulos. Por
eso San Pablo nos pide “confesar con la boca y
creer con el corazón que Jesús es el Señor”
(Romanos 10, 9); por eso, lo que Jesús quiere de nosotros, los nuevos
discípulos de Emaús, es que cambiemos de rumbo, no que regresemos, sino que le
reconozcamos como NUESTRO SEÑOR es decir,
que recorramos el camino de la CONVERSIÓN.
6.
“… Y les explicó lo que se decía de Él en todas las Escrituras…” (San Lucas 24,
27)
La Palabra de Dios es viva, actual, eterna y
tiene poder; Jesús sabía que debía (en cierta forma) comenzar desde cero, ellos
no le habían reconocido, no podía simplemente decir “aquí
estoy y ya resucité”, porque no era una noticia que ellos habrían
aceptado tan fácilmente. Aprovecha el caminar, para explicarles las escrituras,
el “camino de la salvación”; imagínate esa
escena, el Divino Maestro explicando mientras caminaban, ellos escuchando atentamente,
sobre Moisés, los profetas, el pueblo de Israel… Su propia vida.
La Palabra de Dios siempre está en el caminar
del cristiano, aún y cuando tratemos de apartarla de nuestra cotidianidad. Hoy
como siempre, Dios “desciende” para hablar
con el hombre a través de su Palabra, por eso su efecto no es una lectura
histórica, poética o intelectiva, más bien viva, que toca el corazón,
transforma, renueva y convierte. En tal sentido, hasta las formas más sencillas
de revelación de Su Palabra no son desapercibidas por el corazón humano, sino,
recordemos, aún en nuestra época, aquel momento en que nosotros también
sentimos desánimo y vimos publicada una imagen con algún versículo bíblico en
el muro de Facebook y nos sentimos reconfortados; cuando tu hermano(a) te
compartieron el “Evangelio del Día” o qué
tal cuando un amigo nos consoló con algún Salmo en medio de una situación
triste; o aquella vez que acudiste a la Misa dominical y el párroco cito un
versículo de las lecturas con el que te sentiste identificado…
Es Jesús en realidad quien en ese momento se
puso a caminar a nuestro lado y lo sigue haciendo, nos explica las Escrituras,
como a los discípulos de Emaús; nosotros debemos escucharle atentamente, porque
es Palabra de Dios, misma que es Palabra de vida y Palabra de Salvación; en
todo caso, a quién podríamos ir “solo Él tiene
palabras de vida eterna” (San Juan 6, 68).
7.
“… Quédate con nosotros, ya está cayendo la tarde y se termina el día…” (San
Lucas 24, 29a)
¿No te ha pasado que cuando
disfrutas de una buena conversación con un amigo, el tiempo se alarga y no
quisieras que terminara? Pues algo similar les ocurrió a los discípulos
que, llegando a su destino no querían dejar ir a un gran compañero de camino. ¿Qué había ocurrido en ese caminar tan inesperado que,
aquellos que iban “discutiendo” y estaban “desanimados”, aún no pudiendo
reconocer del todo a tan singular caminante, en su interior sabían que era
alguien especial? Y, todos sabemos que, cuando estás con alguien
especial, no quieres separarte de él o de ella.
“Quédate con nosotros
Señor” (San
Lucas 24, 29), esta es la frase que cada cristiano guarda en su corazón como
respuesta eterna al encuentro con Cristo; es como el desahogo del alma que se
siente amada y salvada por Dios, como primera aceptación de su misericordia en
la vida misma. Cuando estamos con Dios, cuando caminamos con Él, cuando estamos
frente a Cristo, el alma se siente atraída a su unión perfecta en la santidad
con Él, aún y cuando humanamente no comprendamos su amor y no le reconozcamos
por completo, somos del Señor, porque “hemos
sido comprados con Su Sangre” (Efesios 1, 7), a un precio muy alto y
desde la Cruz.
8.
“… Entró, pues, para quedarse con ellos…” (San Lucas 24, 29b)
Si invitamos a Jesús a quedarse, Él nos toma la
palabra, entra en nuestra vida y se queda verdaderamente con nosotros, por eso
es el Emmanuel, el Dios con nosotros (San Mateo 1, 23). Fijémonos bien en las palabras
del Evangelio de San Lucas, no dice que Jesús se asomó o simplemente “entró” un rato y ya, más bien dice “entró para quedarse con ellos”; ojo, Jesús no
quiere ser un invitado cualquiera, sino un eterno compañero. No quiere hacerte
visita de vecino o de vendedor, más bien es amigo, familia… es el Señor y
quiere que lo hagas Señor de tu vida. Por eso, a pesar de las épocas y los
lugares, Él sigue diciéndonos hoy como siempre “mira
que estoy a la puerta y llamo: si alguno escucha mi voz y me abre, entraré en
su casa y comeré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20).
Jesús quiere que le entregues todo, no solo lo
aparente o lo más visible, quiere entrar en toda tu existencia: Familia, amigos, trabajo, estudios, diversiones,
descanso… absolutamente todo. Es difícil esa entrega total e
incondicional hacia Jesús, pero no es imposible de lograrla, sino, mira el testimonio
de tantos Santos cuyo sí a Dios fue total hasta la eternidad. Piensa que esta
invitación de Jesús a tu vida, en contrapartida, también es una invitación de
Él hacia la eternidad en el Reino de los cielos. Deja que Jesús entre a tu
casa, a tu vida, que arregle lo que tenga que arreglar, que te ayude a limpiar
y sanar aquellos huecos hasta dónde tú por tus propios medios no has podido
llegar y veras como sí podrás sentarte a la mesa con el Maestro y compartir su
banquete eterno.
9.
“… Mientras estaba en la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición,
lo partió y se los dio, y en ese momento se les abrieron los ojos y lo
reconocieron…” (San Lucas 24, 30-31)
El encuentro con Cristo por excelencia siempre
será la Eucaristía y esta es verdadero signo de comunión del discípulo con su
Señor. Los discípulos de Emaús invitaron a su compañero de camino a la mesa
para compartir su pan, más no sabían que sería Jesús mismo el que iba a
compartir su “Pan de Vida” con ellos. Y
precisamente le reconocieron en la fracción del pan. Es que no se puede decir
que se ha encontrado a Jesús sin haberle encontrado en la Eucaristía; Palabra y
Eucaristía, ambos, no solos, son presencia eterna de Dios que quiere permanecer
con nosotros “todos los días, hasta el fin de
los tiempos” (San Mateo 28, 20).
Así, hoy también nosotros somos invitados por
Jesús a la mesa de nuestros Templos para que, en el caminar de nuestra vida, Él
nos parta y comparta el pan, para que Él sea nuestro alimento. Para que
permanezca con nosotros y para que abra nuestros ojos ante su presencia, para
que le podamos reconocer cuando se ponga a nuestro lado a caminar, para que
podamos llenarnos de su Palabra, para que podamos compartir con el hermano. Hoy
como siempre los cristianos somos invitados al Banquete del Altar de Cristo,
cada vez que vayas a Misa no seas espectador, se adorador y testigo, se
discípulo, allí está Jesús, “el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo” (San Juan
1, 29), el “Pan vivo que ha bajado del cielo” (San Juan 6, 51),
su cuerpo y su sangre son “verdadera comida,
verdadera bebida” (San Juan 6,
55).
Si estamos alejados de Jesús Eucaristía en este
momento, es una buena oportunidad para tomar la decisión de acudir a su
encuentro en la Santa Misa y/o en las Capillas de Adoración Perpetua, allí,
postrados ante Él reconocernos necesitados de su alimento; recuerda que Jesús
está allí siempre en el Sagrario de cada Templo por pequeño que sea, porque así
lo prometió (San Mateo 28, 20) y porque hace unos miles de años unos discípulos
caminantes le pidieron que se quedara con ellos y pues
¡EL QUISO QUEDARSE CON NOSOTROS REAL Y VERDADERO!
10.
“… ¿No sentíamos arder nuestro corazón cuando nos hablaba en el camino y nos
explicaba las Escrituras?..” (San Lucas 24, 32)
Ya lo decíamos un par de líneas antes, cualquier
encuentro con Cristo no es indiferente al corazón humano y sí, le hace arder
porque enciende la fe, inflama la caridad y calienta la esperanza del
cristiano. Muertos con Cristo, nos ha sido dada la Vida Nueva en su
Resurrección, por eso el cristiano predica la vida, transmite vida con su ser
entero, transmite a Cristo para que los corazones de otros también se inflamen
como sucedió a los discípulos de Emaús.
Arde nuestro corazón porque Él “nos habla al corazón”
(Oseas 2, 16) y porqué es en el corazón que se obra la conversión.
Dejemos que Dios haga arder nuestro corazón con su Palabra eterna, el verbo
encarnado, su Palabra de Amor porque Él es el AMOR.
“Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo
único” (San Juan 3, 16), su don
más preciado, como mensaje de amor a toda la humanidad; porque Jesús nos ha
acompañado en nuestro camino para decirnos luego que salgamos a otros caminos a
donde Él también quiere llegar (San Mateo 28, 19). Nosotros que hemos sentido
arder nuestro corazón ante el encuentro con Cristo, debemos ser mensajeros de
su amor al mundo, buscar a los que andan por el camino errado y llevarlos al
encuentro de Jesús para que también haga arder sus corazones; buscar aquellas
esquinas oscuras de nuestra existencia y poner la Palabra Eterna del Padre como
lámpara que alumbra la existencia con el fuego de su amor… Y así, que cada
camino, cada metro o milla recorrida, quede impregnada de la alegría de
sentirse amados por Dios.
11.
“De inmediato se levantaron y volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos
a los Once y a los de su grupo…” (San Lucas 24, 33)
Ardiendo nuestro corazón con el amor de Dios,
llenos de fe, ahora debemos hacer que ese fuego no se extinga; Benedicto XVI
decía a los jóvenes que “la fe crece cuando es
compartida”, pues bien, ese es el efecto del Camino de Emaús,
compartir la fe para que no se apague, para que siga creciendo en nosotros,
para que nuestro corazón siga ardiendo. Y no hablamos acá únicamente del
sentido misionero de testimoniar la fe y anunciar el Evangelio a otros para que
crean también en Jesús, sino también, no menos importante, la fe vivida y
compartida en la comunidad cristiana, a través de la oración, la Palabra y los
sacramentos, a través del caminar juntos como Pueblo de Dios.
Necesariamente, tarde o temprano, el encuentro
con Cristo siempre nos impulsará al encuentro con los hermanos en la comunidad;
no somos islas de fe, porque tenemos una misma identidad, somos “UN SOLO CUERPO, UN SOLO ESPÍRITU, UNA SOLA ESPERANZA… UN
SOLO SEÑOR, UNA SOLA FE, UN SOLO BAUTISMO, UN SOLO DIOS Y PADRE…” (Efesios 4, 4-6). Porque Jesús no quería que
camináramos solos, sino en comunidad, para apoyarnos, levantarnos los unos a
los otros ante cada caída, darnos aliento cuando estamos desanimados y hacernos
crecer también a partir de la experiencia cristiana de otros. Esto es lo
hermoso de la fe cristiana, por eso, si estamos alejados de nuestras parroquias
y comunidades, hoy también como aquellos discípulos, regresemos a nuestras
propias “Jerusalén” donde encontraremos la
riqueza de la comunidad cristiana: “La multitud
de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma…” (Hechos
4, 32)
12.
“… Ellos, por su parte, contaron lo sucedido en el camino y cómo lo habían
reconocido al partir el pan.” (San Lucas 24, 35)
Dar testimonio. El propósito del cristiano es
testimoniar el Amor eterno de Dios al mundo, que entrego a su hijo único, “para que todo aquel que crea, no se pierda, más bien
tenga vida eterna” (San Juan 3,
16); debemos de ser capaces de compartir las maravillas de Dios con otros,
contagiarles la alegría de ser cristianos, ser embajadores de Cristo y
misioneros de su misericordia (2ª Corintios 5, 18-20). Capaces y dispuestos por
el Bautismo a “ir por todo el mundo y anunciar el
Evangelio, haciendo que todos sean Sus discípulos” (San Mateo 28, 19).
No tengamos miedo de compartir con otros cómo
nos encontramos con Cristo cada día a través de su Palabra y de que,
verdaderamente le reconocemos en la Eucaristía. No tengamos miedo de mostrar al
mundo como el amor de Dios ha hecho arder nuestros corazones, que Él es nuestro
Señor y de que mi vida es diferente porque Jesús camina a mi lado siempre.
Así, a manera de resumen, recordemos ahora en
nuestra reflexión lo que dice el Papa Francisco “el
camino de Emaús se convierte así, en símbolo de nuestro camino de fe: las
Escrituras y la Eucaristía son indispensables para el encuentro con el Señor…
La vida a veces nos hiere y nos marchamos tristes, hacia nuestro «Emaús», dando
la espalda al proyecto de Dios. Nos alejamos de Dios. Pero nos acoge la
Liturgia de la Palabra: Jesús nos explica las Escrituras y vuelve a encender en
nuestros corazones el calor de la fe y de la esperanza, y en la Comunión nos da
fuerza. Palabra de Dios, Eucaristía… Así sucedió con los discípulos de Emaús:
acogieron la Palabra; compartieron la fracción del pan, y, de tristes y
derrotados como se sentían, pasaron a estar alegres. Siempre, queridos hermanos
y hermanas, la Palabra de Dios y la Eucaristía nos llenan de alegría.
Recordadlo bien. Cuando estés triste, toma la Palabra de Dios. Cuando estés
decaído, toma la Palabra de Dios y ve a la misa del domingo a recibir la
comunión, a participar del misterio de Jesús. Palabra de Dios, Eucaristía: nos
llenan de alegría…” (Regina Coeli, 4 de Mayo de 2014)
Ahora, para finalizar nuestra reflexión, así
como iniciamos, terminamos en oración. Te proponemos la siguiente, agrégale a
esta oración lo que en tu corazón quieras decirle a Jesús Resucitado:
Quédate con nosotros Señor
porque el día acaba, el sol cae y en la oscuridad no sabemos hacia donde
caminar; si te quedas con nosotros Señor, siempre tendremos luz para seguir y
nuestro corazón será inflamado en la fe por tu Palabra. Quédate con nosotros
Señor, queremos reconocerte en la Eucaristía y participar de tu entrega;
quédate en nosotros, camina a nuestro lado, porque andando de tu mano la vida
es diferente. No queremos caminar sin ti, si nos faltas Tú nos perdemos en los
caminos del mundo, contigo en cambio caminamos hacia la eternidad. Quédate
Jesús y guíanos hacia el encuentro también con nuestra comunidad cristiana, que
ellos también sean signo vivo de tu presencia en nuestras vidas… Quédate en mi
vida Señor, quiero caminar contigo, cansarme por causa de tu Evangelio, ser
misionero de tu Misericordia y reposar cerca de tu corazón cuando me falten
fuerzas, para siempre estar junto a ti Señor Jesús. Amén.
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