Cómo filtrar las
muchas voces que nos hablan, para escuchar lo que nos tiene que decir el Santo
Espíritu de Dios.
Por: n/a | Fuente: La-palabra.com
"Se lava la carne para
que se purifique el alma; se unge la carne para consagrar el alma; se signa la
carne para fortalecer el alma; se imponen las manos sobre la carne para que el
alma sea iluminada por el Espíritu; se nutre la carne con el Cuerpo y la Sangre
de Cristo para que el alma se sacie de Dios" (Tertuliano,
en De Resurrectione, 8).
Esta cita de uno de los Padres de la Iglesia nos
permite ver algo de cómo los primeros cristianos entendían el Bautismo y la
Confirmación, vale decir, que mientras el Bautismo "nos
lava" del pecado original, es a través del don del Espíritu Santo
que somos ungidos, sellados e iluminados.
Como sucede con los demás sacramentos, si
queremos experimentar completamente las bendiciones de la Confirmación, a
nosotros nos toca hacer algo también: creer que el
Espíritu Santo vive en nosotros y que quiere hablarnos y actuar en nuestra vida. Tenemos,
además, que aprender a escuchar su voz y seguir su guía. Así pues, en los
párrafos siguientes, veremos cómo se pueden experimentar con mayor profundidad
las bendiciones recibidas en la Confirmación.
UNA
MULTITUD DE VOCES.
Sí, es cierto que el Espíritu Santo nos quiere
hablar, pero a veces nos cuesta escucharle. Esto sucede porque hay muchas otras
voces que constantemente nos llegan de todos lados pidiendo atención. Todas
quieren penetrar en nuestros razonamientos e influir en las decisiones que
tomamos.
Pensemos en todas las voces, unas útiles, otras
inútiles, que escuchamos durante el día: voces de
familiares, amigos, compañeros de trabajo y vecinos. Está además toda la
inmensidad de anuncios y propaganda comercial que nos urge a comprar diversos
productos o servicios que supuestamente van a comunicarnos felicidad o
satisfacción en la vida. Además están los medios de difusión (periódicos,
televisión, radio, internet) que tratan de informarnos y condicionarnos para
pensar de una u otra forma. También está la presencia de Satanás, el maligno "que engaña a todo el mundo" (Apocalipsis
12, 9). Y, naturalmente, está nuestro Padre celestial que quiere concedernos su
sabiduría y guiarnos hacia el camino de la salvación.
Con todas estas voces que llegan al oído y a la
mente, uno tiene que preguntarse: ¿Cómo puedo
discernir lo correcto y lo erróneo en todas estas voces? La respuesta radica, en gran parte, en los dones
espirituales que recibimos en nuestra Confirmación.
DECLARAR
CULPABLE Y CONVENCER.
Cuando fuimos confirmados, fuimos sellados con
el Espíritu Santo, recibimos los dones espirituales y fuimos santificados como
seguidores del Señor. Recibimos la gracia y el poder que nos permiten centrar
la mente en las cosas de Dios y participar en la construcción del Reino en la
tierra.
Pero, ¿cómo nos ayuda esta gracia día
tras día? En su Evangelio, San
Juan nos dice que el Espíritu Santo quiere hacernos reconocer nuestros pecados
y convencernos de la santidad y la justicia de Jesús (v. Juan 16, 8-10). Esta
doble obra de declararnos culpables y convencernos es parte de la esencia del
Sacramento de la Confirmación.
En cuanto a reconocernos culpables de los
pecados cometidos, el Espíritu Santo nos habla a la conciencia. Todos hemos
pasado por situaciones en las que hemos ocultado o torcido la verdad,
manipulado a alguien o desviado la atención de las consecuencias morales de
alguna decisión que hayamos tomado.
Es muy importante que nosotros sepamos que el
Espíritu Santo nos declara culpables de los pecados que hayamos cometido, pero
es más importante aún que estemos dispuestos a reconocer la realidad de Cristo
Jesús, porque quiere enseñarnos que el Señor es el fiel Servidor de Dios, que
nos ha salvado de nuestros pecados; quiere revelarnos que Cristo es quien nos
prodiga su divina misericordia cuando lo buscamos, que nos ama profundamente y
que nunca se cansará de nosotros.
ESTAR
CONSCIENTES DE DIOS.
El Señor nos ama a todos por igual. Nos creó a
todos con la misma capacidad espiritual, de modo que nadie debe sentirse en
desventaja al tratar de escuchar la voz del Espíritu Santo o reconocer la obra
de Dios en su vida. La Escritura contiene magníficos relatos acerca de personas
como San Pedro, la Virgen María y San Felipe, que percibieron la guía del
Espíritu Santo aun cuando esa guía parecía extraña al principio. Por ejemplo,
Pedro estuvo dispuesto a dejar de lado la tradición judía que le prohibía
entrar en la casa de un gentil, pero haciéndolo dio lugar a la expansión del
Evangelio más allá del judaísmo (Hechos 10, 1-49). A su vez, el Espíritu Santo
inspiró a la Virgen María, por medio de un ángel, a renunciar a sus propios
planes para ser la Madre de Dios (Lucas 1, 26-38), y Felipe fue conducido por
el Espíritu para dirigirse hacia el desierto sin saber exactamente por qué,
pero su obediencia dio lugar a la conversión de un alto oficial del gobierno
etíope (Hechos 8, 26-39).
Del mismo modo, el Espíritu
Santo también quiere hablarnos a nosotros.
Tal vez no sea de la manera tan dramática que leemos en estos
relatos, pero él quiere infundir nuevos pensamientos en nuestra mente. Por
ejemplo, tal vez al caminar hacia la Iglesia para ir a misa tú te puedes sentir
movido a hablarle a un desconocido y quién sabe si eso te daría la oportunidad
de compartir tu fe en Jesucristo. O bien, tal vez estés mirando la televisión
cuando sientas el deseo de orar por tu familia o pedirle a Dios perdón por
alguna antigua situación de pecado. Estas son ocasiones en que el Espíritu
quiere inspirarte tal como inspiró a Pedro, la Virgen María y Felipe para hacer
algo inesperado. Estos son ejemplos de lo que hace el Espíritu Santo para que
tú seas un instrumento apto para compartir el Evangelio y edificar la Iglesia
de Cristo. Y todo esto fluye del Sacramento de la Confirmación.
Sí, es cierto que es necesario asegurarnos de
que estos impulsos provengan del Espíritu Santo, pero sucede muy a menudo que
descartamos estas inspiraciones como cosas pasajeras sin consecuencia alguna.
Naturalmente, también es posible que algunas ideas como éstas provengan sólo de
nuestra propia imaginación, pero no es imposible que vengan del Espíritu Santo.
Pensemos en lo que sucedió con San Pedro. Un día le dijo a Jesús "Tú eres el Mesías" (Mateo 16, 16), tal
vez pensando que era algo que a él solo se le había ocurrido, pero Jesús le
corrigió: "Esto no lo conociste por medios
humanos, sino porque te lo reveló mi Padre que está en el cielo" (Mateo
16, 17).
¿Por qué Pedro pronunció
estas palabras? Porque
amaba a Jesús, pasaba horas en su compañía y quería llegar a ser como él. Es
claro que la devoción de Pedro lo había cambiado, y al parecer, él ni siquiera
se había dado cuenta. Lo mismo puede sucedernos a nosotros. Si pasamos tiempo
con Jesús cada día, el amor que le tenemos crecerá y se hará más fuerte,
desearemos complacerlo y comenzaremos a escuchar la voz del Espíritu Santo en
el corazón. Ya sea que lo reconozcamos o no, nuestra vida comenzará a cambiar y
así nos iremos asemejando un poco más al Señor.
PRACTICAR
LA ESCUCHA.
Reconozcamos que el Espíritu Santo quiere
hablarnos a todos, hasta ser la voz dominante en nuestra mente, y mientras
mejor dispuestos estemos a aceptar la obra del Espíritu de hacernos ver nuestros
pecados, convencernos de amar al Señor y edificar la Iglesia, más nos
acercaremos a Cristo y avanzaremos por el camino de la santidad. Igualmente,
encontraremos que la gracia de la Confirmación tiene una influencia cada vez
más poderosa en nuestra vida personal y espiritual.
Creamos pues que podemos estar conscientes de la
presencia de Dios; creamos que el Espíritu Santo realmente nos habla y tratemos
de percibir lo que nos trata de decir cada día, para que estemos más atentos a
sus inspiraciones.
Al mismo tiempo, comprometámonos a poner en
práctica al menos una buena acción que nos parezca percibir en la mente cada
día de este mes. Cuando estés haciendo oración o justo después de recibir la
Sagrada Eucaristía, pídele al Espíritu Santo que te hable y te conceda los
dones que quiera darte. Luego, pon atención a los pensamientos que lleguen a tu
mente, escribe lo que te parezca que te dice el Espíritu Santo y busca la
manera de ponerlo en práctica. Después de unos días, reflexiona y ve qué tipo
de resultados han surgido de lo que te pareció escuchar o de lo que hiciste.
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