NOS AYUDA A VIVIR EUCARÍSTICAMENTE:
TAMBIÉN CUANDO PASE LA PANDEMIA - LA
COMUNIÓN ESPIRITUAL ES UN ACTO DE FE Y AMOR QUE PUEDE HACERSE EN TODA
CIRCUNSTANCIA.
La Comunión Espiritual es
el gran "descubrimiento" del confinamiento por la pandemia. Una mayoría de
católicos se ven imposibilitados para comulgar sacramentalmente, y eso está
relanzando una devoción que puede practicarse siempre: ahora,
cuando no hay misas públicas, pero también cuando reabran las iglesias y se
normalice el culto.
El
sacerdote y teólogo Pablo Cervera, colaborador de ReL,
ha escrito un artículo sobre la Comunión Espiritual que se publicará en el
próximo número de Magnificat, la publicación
litúrgica cuya edición española dirige. Por cortesía del autor, reproducimos a
continuación un amplio extracto.
LA
COMUNIÓN ESPIRITUAL
«El que cree en la Eucaristía cree en todo el Credo». Esta frase del
santo Obispo de los Sagrarios Abandonados, D.
Manuel González, encierra,
entre otras muchas, esta gran intuición: Cristo muerto y resucitado vivo,
entregado en la Eucaristía es el centro de la vida de la Iglesia, de la vida de
cada creyente. El Concilio Vaticano II afirmó que la Eucaristía es «el centro y
culmen de la vida de la Iglesia». Por eso
es una cuestión «de vida o muerte». Con
razón los mártires de Abisinia en la persecución de Diocleciano proclamaban, al dejárseles sin celebrar la
Eucaristía el día del Señor: «Sine Dominico non
possumus [No podemos vivir sin el Día del Señor]».
La Eucaristía es un regalo, un don, no un merecimiento. Esta perspectiva nos puede ayudar cuando
consideramos las circunstancias por las que no es posible recibir la Sagrada
Comunión. Sucede que no siempre podemos acceder a la Eucaristía de modo
sacramental, bien porque no estamos en gracia de Dios (en pecado mortal),
bien porque no hayamos cumplido el ayuno preceptivo
previo de una hora, bien porque nuestra situación de vida no concuerde con la
vida que debemos vivir como bautizados.
Luego,
hay situaciones en las que no podemos recibir la Comunión sin que sea nuestra culpa. Por ejemplo, puede ser que no podamos recibir los
sacramentos por estar enfermos, o por vivir en una zona alejada en la que los
sacramentos no se celebran con regularidad. Algún viaje de emergencia u otra
complicación extraordinaria podría también limitar nuestro acceso a la
Eucaristía.
Por
último, puede haber circunstancias calamitosas como en tiempos de guerra o
peste (nuestra pandemia sería el caso), en que los
católicos tienen prohibido asistir a Misa y no pueden recibir la Sagrada
Comunión ni fuera de la Misa, a menos que se reciba como Viático (en peligro de
muerte).
En todas
estas situaciones de privación Cristo está en medio de nosotros: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo» (Mt 28,20). La ausencia de sacramentos (signos sensibles
portadores de la gracia) no significa ausencia de gracia: «La gracia
no está sometida a los sacramentos» (Catecismo de la Iglesia Católica,
1275). Ciertamente los sacramentos son los
medios ordinarios de acceso a la gracia, a la vida de Cristo muerto y
resucitado. [...] En situaciones de impedimento para acceder a la Sagrada
Comunión tenemos un «remedio» a nuestro
alcance: hacer un acto de comunión espiritual.
La comunión espiritual es un acto de fe y de amor, un acto de devoción personal cuando las
circunstancias que sean no impidan recibir la Sagrada Comunión. Evidentemente
la ley de la encarnación de nuestra fe requiere el sacramento como signo
sensible, corporal, de la gracia. Ahora bien en la imposibilidad de recibirlo,
podemos elevar el corazón a Dios, en deseo hondo, deseando imitar el modo en
que la Virgen y los santos acogieron a Jesús.
Para esto
no hay establecidas fórmulas rituales. Es un deseo personal eucarístico
en una circunstancia de imposibilidad y
aquí puede entrar toda la «creatividad» espiritual
personal para abrir el alma a que Dios entre con su gracia. Aunque, en este
caso, no sea de manera sacramental. La actuación de gracia no se ata solo a los
sacramentos.
LA
OBLIGACIÓN DEL PRECEPTO DOMINICAL Y LA RECEPCIÓN DE LA EUCARISTÍA
Hay que
advertir que la obligación de asistir a Misa los domingos y la recepción
de la Sagrada Comunión son dos cosas diferentes. Ya hemos dicho que
no todos pueden siempre acercarse a la Comunión en la celebración sacramental
de la Eucaristía por motivos varios.
La
recepción habitual de la Comunión es algo relativamente reciente, desde que el
Papa San Pío X (pontificado
1903-1914) exhortó a la comunión frecuente. Durante muchos siglos la comunión
no era algo «regular». Incluso los santos nos eran asiduos a la comunión. San Luis Rey de Francia la
recibía seis veces al año. Hoy en día los católicos tenemos prescrito por la
ley de la Iglesia comulgar al menos una vez al año, en el período de Pascua (es
el llamado precepto pascual). Esto no impide que la
Iglesia anime a participar con frecuencia del banquete eucarístico: «La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban
la Sagrada Comunión cuando participan en la celebración de la Eucaristía»
(Catecismo de la Iglesia Católica,
1417).
De todo
ello se deduce que la obligación de participar en la Misa (precepto dominical
que recurre una 60 veces al año) no está supeditada a la de
recibir la comunión (estrictamente
una vez al año, con la recomendación de hacerlo siempre que se pueda).
LA
COMUNIÓN ES UN ACTO ECLESIAL
Normalmente
no recibimos la Comunión cuando no podemos asistir a Misa (siempre existe la
posibilidad, en el caso de los enfermos sobre todo, de comulgar fuera de la
misa). [...] En la Misa... nos unimos a toda la Iglesia, de ahí que se nombre
en la plegaria eucarística al Papa y al Obispo de la diócesis. La eucaristía inserta a los bautizados en la máxima expresión de la vida
eclesial: la Santa Misa. Resulta impresionante volver a escuchar lo
que San Agustín decía
a sus fieles: Cuando comulgáis y decís ¡Amén! (no solo es que asentís a la
realidad del cuerpo de Cristo que comulgáis), sino que decís amén al Cuerpo
eclesial de Cristo, que es vuestro propio misterio. La Comunión no es algo
estrictamente individual o devocionista, sino que implica toda esta carga eclesial del sacramento. Más aún, la Comunión nos lleva
al ofrecimiento total de la vida que es la dimensión sacrificial de la
Eucaristía. Aunque no pueda hacer ya «nada» en
mi existencia (enfermedad, dependencia…) siempre quedará el ofrecimiento.
Cada vez
que se ofrece la Eucaristía al Padre, por lo tanto, se ofrece el Cuerpo de
Jesucristo y se ofrece con él la Iglesia Cuerpo Cristo. De ese
ofrecimiento se benefician incluso los no asistentes porque redunda
en toda la vida y misión de los miembros de la Iglesia terrestre, pero también
purgante. Aquí es donde, ante la imposibilidad de acudir al sacramento
eucarístico podemos unirnos místicamente (espiritualmente) al sacrificio de
Cristo mediante la comunión espiritual. No estamos abandonados ni por
Dios ni por la Iglesia, por
graves que sean las circunstancias de guerra, peste o pandemia.
SIGUIENDO
EL EJEMPLO DE LOS SANTOS: HACER LA COMUNIÓN ESPIRITUAL
A lo
largo de los siglos muchos santos nos testimonian cómo hicieron y vivieron la
realización de la comunión espiritual. Siguiendo sus huellas podemos imitarlos
hoy. Espigo solo algunos ejemplos.
Santa
Teresa de Jesús
fomentaba esta práctica: «Cuando no puedan comulgar ni oír Misa, pueden comulgar
espiritualmente, que es de grandísimo provecho. Es mucho lo que se imprime el
amor así del Señor».
San
Juan María Vianney, el Cura
de Ars decía: «Cada vez que sientas que tu amor por
Dios se está enfriando, rápidamente haz una comunión espiritual. Cuando no
podamos ir a la iglesia, recurramos al tabernáculo; ninguna pared nos podrá
apartar de Dios».
San
Pío de Pietrelcina, incluso
celebrando diariamente la Misa, decía: «Cada
mañana antes de unirme a Él en el Santísimo Sacramento, siento que mi corazón
es atraído por una fuerza superior. Siento tanta sed y hambre antes de
recibirlo que es una maravilla que no me muera de ansiedad. Mi sed y mi hambre
no disminuyen después de haberlo recibido en la comunión, sino que aumentan.
Cuando termino la misa, me quedo con Jesús para darle gracias».
LAS
FÓRMULAS
Como se
ha dicho más arriba no hay un ritual para la comunión espiritual. Sí será buen buscar
previamente el perdón con un acto de contrición,
y si se tuviera conciencia de pecado mortal, hacer una confesión sacramental lo
antes posible.
LA
COMUNIÓN ESPIRITUAL IMPLICA TRES
CONDICIONES:
1) Expresar nuestra fe (Credo) y de modo particular
en la presencia real de
Cristo en la Eucaristía;
2) Expresar el deseo inmediato de estar unidos sacramentalmente con
Cristo en la Eucaristía; y
3) Expresar nuestro deseo de permanecer unidos
con Cristo y disfrutar los frutos
que se nos proporciona la recepción sacramental de la Eucaristía.
Hemos
dicho que la Iglesia no tiene rituales establecidos para la comunión
espiritual. Eso no quita que muchos santos nos ofrecen ricas fórmulas que
forman parte del tesoro de la Iglesia para todos.
Entre las
más conocidas y populares está la comunión espiritual de San Alfonso
Ligorio.
Solía decir el santo: «La comunión
espiritual consiste en el deseo de recibir a Jesús Sacramentado y en darle un
amoroso abrazo, como si ya lo hubiéramos recibido». Esta era su fórmula:
«Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento
del Altar.
Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma.
Pero como ahora no puedo recibirte sacramentado, ven al menos espiritualmente
a mi corazón.
Se hace una pausa en silencio para adoración.
Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno del todo a ti.
No permitas, Señor, que jamás me separe de ti. Amén».
OTRA
FÓRMULA MUY SENCILLA Y MUY EXTENDIDA ES:
«Yo quisiera, Señor, recibirte con aquella pureza, humildad y
devoción con que te recibió tu santísima Madre; con el espíritu y fervor de los
santos».
EUCARISTÍA
EN LA VIDA Y VIDA EUCARISTIZADA
Aunque
sacramentalmente no haya sido posible la recepción del Señor, al hacer la
comunión espiritual nos comprometemos a
vivir
eucarísticamente. Ya sea la Santa Misa como el deseo de
Eucaristía en la comunión espiritual deben llevarnos a ser Eucaristía en la
vida diaria. [...]
Siempre,
también en cuarentena, aunque no podamos «hacer» nada, sí cabe el ofrecimiento que brota de la comunión
eucarística sacramental o espiritual. Esta es la dimensión litúrgica
de toda nuestra existencia que no queda reducida a la dimensión ritual, sino
que brota y se despliega desde ella. De otra manera sería imposible.
ReL
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