Estas semanas de
desdichado confinamiento me están ayudando a ver más claramente lo que ya
intuía. Sostener con alfileres un edificio en ruinas es absurdo. La idea de una
Iglesia supuestamente coextensiva con la población del barrio en el que está
una parroquia es un sinsentido.
La Iglesia está
para anunciar el Evangelio. Una tarea –el anuncio - que se ha hecho, sí, pero
que exige hoy hacerla mejor. Ya no podemos pensar que ese anuncio será bien
recibido. No va a serlo. No tiene que serlo. El anuncio del Evangelio es
paradójico. Será, para muchos, lo más racional – lo es, realmente - . Será,
para otros, lo más absurdo.
La Iglesia celebra el
Evangelio. La santa Misa es algo tan serio que sorprende – gracias a Dios
empieza a sorprendernos – que la celebración de la Misa fuera considerado como
algo así como el horario de una farmacia de guardia o de una gasolinera. ¿Para qué está una Parroquia? Para ofrecer la
Santa Misa. Como si lo de menos fuera calibrar si hay católicos que, de verdad,
pueden valorar la Misa.
La celebración de la fe lleva
años siendo devaluada, reducida a un producto de consumo, a una especie de “el que paga, manda”. Realmente el que paga, el
que marca la “X”, en el escaso ejercicio de
soberanía que Hacienda permite sobre nuestros impuestos, no arriesga nada. No
le cuesta nada. Pero algunos, muy católicos ellos, esgrimen esa “X” como una
advertencia al clero, a sus capellanes: “O hacéis
lo que queremos, o se os acaba la X”.
No hay vocaciones, se dice. No
puede haberlas. El desprecio a los sacerdotes ha llegado a límites
insospechables. Para cualquiera es penoso renunciar a una profesión y vivir
como de limosna. Para los sacerdotes, también. Pero los que van de muy fieles,
algunos de ellos, nos recuerdan a cada paso que vivimos de las limosnas que
ellos, en su liberalidad de señores feudales, nos dan.
La Iglesia anima cómo se ha de
regir el mundo. Y esa regla, de cómo deseamos que sea el mundo, es muy difícil
en la práctica, pero no lo es tanto en el deseo: “Al
buscar su propio fin de salvación, la Iglesia no solo comunica la vida divina
al hombre, sino que además difunde sobre el universo mundo, en cierto modo, el
reflejo de su luz, sobre todo curando y elevando la dignidad de la persona,
consolidando la firmeza de la sociedad y dotando a la actividad diaria de la
humanidad de un sentido y de una significación mucho más profundos. Cree la
Iglesia que de esta manera, por medio de sus hijos y por medio de su entera
comunidad, puede ofrecer gran ayuda para dar un sentido más humano al hombre, a
su historia” (GS 40).
Anunciar. Celebrar. Regir. Eso
es algo más que ejercer de “gasolinera de guardia”,
con todo el respeto a ese servicio tan importante.
Ser católico compromete a más,
debe de comprometer a más. A formarse mejor – muchas críticas injustas se deben
a falta de formación - . A celebrar mejor, valorando lo que hay cada domingo y
cada día en todas las parroquias. Ya no vale eso de que “a la hora en que me va mejor no hay Misa a un minuto de mi casa”.
Y también, ha de valer para
apostar por un mundo más humano, más sensato, más lógico. Lo que ha pasado en
las residencias de ancianos, por ejemplo, nos debe interpelar de un modo muy
serio.
En las parroquias, las “tonterías” se van a acabar. No mañana, no. Ya.
Guillermo Juan
Morado.
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