El Papa Francisco presidió este miércoles 29 de
abril en la Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano la Audiencia General
con la que concluyó la serie de catequesis sobre las Bienaventuranzas.
A continuación, la catequesis completa del Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
Con la audiencia de hoy concluimos el itinerario sobre las
Bienaventuranzas del Evangelio. Como hemos escuchado, la última proclama la alegría
escatológica de los perseguidos por la justicia.
Esta bienaventuranza anuncia la misma felicidad que la primera: el Reino de los cielos es de los perseguidos, así como de
los pobres de espíritu; así comprendemos que hemos llegado al final de un itinerario
unificado jalonado por los anuncios precedentes.
La pobreza de espíritu, el llanto, la mansedumbre, la sed de santidad,
la misericordia, la purificación del corazón y las obras de paz pueden conducir
a la persecución por causa de Cristo, pero esta persecución al final es causa
de alegría y de gran recompensa en el cielo.
El sendero de las Bienaventuranzas es un camino pascual que lleva de una
vida según el mundo a una vida según Dios, de una existencia guiada por la
carne - es decir, por el egoísmo - a una guiada por el Espíritu.
El mundo, con sus ídolos, sus compromisos y sus prioridades, no puede
aprobar este tipo de existencia.
Las "estructuras de pecado", a
menudo producidas por la mentalidad humana, tan ajenas al Espíritu de verdad
que el mundo no puede recibir (cf. Jn 14,17), no pueden por menos que rechazar
la pobreza o la mansedumbre o la pureza y declarar la vida según el Evangelio
como un error y un problema, por lo tanto como algo que hay que marginar. Así
piensa el mundo: "Estos son idealistas o
fanáticos...". Así es como piensan.
Si el mundo vive en base al dinero, cualquiera que demuestre que la vida
se puede realizar en el don y la renuncia se convierte en una molestia para el
sistema de la codicia.
Esta palabra "molestia" es
clave, porque el testimonio cristiano de por sí que hace tanto bien a tanta
gente porque lo sigue, molesta a los que tienen una mentalidad mundana. Lo
viven como un reproche.
Cuando aparece la santidad y emerge la vida de los hijos de Dios, en esa
belleza hay algo incómodo que llama a adoptar una postura: o dejarse cuestionar y abrirse a la bondad o rechazar esa
luz y endurecer el corazón, hasta el punto de la oposición y el ensañamiento (cf.
Sabiduría 2, 14-15).
Es curioso ver cómo, en la persecución de los mártires, la hostilidad
crece hasta el ensañamiento. Basta con ver las persecuciones del siglo pasado,
de las dictaduras europeas: cómo se llega al ensañamiento contra los
cristianos, contra el testimonio cristiano y contra la heroicidad de los
cristianos.
Pero esto muestra que el drama de la persecución es también el lugar de
la liberación del sometimiento al éxito, a la vanagloria y a los compromisos
del mundo. ¿De qué se alegra el que es rechazado
por el mundo a causa de Cristo?
Se alegra de haber encontrado algo más valioso que el mundo entero.
Porque "¿de qué le sirve al hombre ganar el
mundo entero si arruina su vida?" (Mc 8:36). ¿Qué ventaja hay?
Es doloroso recordar que, en este momento, hay muchos cristianos que
sufren persecución en varias partes del mundo, y debemos esperar y rezar para
que su tribulación se detenga cuanto antes.
Son muchos: los mártires de hoy son más que
los mártires de los primeros siglos. Expresemos a estos hermanos y
hermanas nuestra cercanía: somos un solo cuerpo, y
estos cristianos son los miembros sangrantes del cuerpo de Cristo que es la
Iglesia.
Pero también debemos tener cuidado de no leer esta bienaventuranza en
clave victimista, auto- conmiserativa.
En efecto, el desprecio de los hombres no siempre es sinónimo de
persecución: precisamente un poco más tarde Jesús dice que los cristianos son
la "sal de la tierra", y advierte
contra la "pérdida del sabor", de
lo contrario la sal "no sirve para otra cosa
que para ser tirada y pisoteada por los hombres" (Mt 5,13).
Por lo tanto, también hay un desprecio que es culpa nuestra cuando
perdemos el sabor de Cristo y el Evangelio.
Debemos ser fieles al sendero humilde de las Bienaventuranzas, porque es
el que lleva a ser de Cristo y no del mundo.
Vale la pena recordar el camino de San Pablo: cuando
se creía un hombre justo, era de hecho un perseguidor, pero cuando descubrió
que era un perseguidor, se convirtió en un hombre de amor, que afrontaba con
alegría los sufrimientos de las persecuciones que sufría (cf. Col 1,24).
La exclusión y la persecución, si Dios nos concede la gracia, nos
asemejan a Cristo crucificado y, asociándonos a su pasión, son la manifestación
de la vidanueva.
Esta vida es la misma que la de Cristo, que por nosotros los hombres y
por nuestra salvación fue "despreciado y
rechazado por los hombres" (cf. Is 53,3; Hch 8,30-35).
Acoger su Espíritu puede llevarnos a tener tanto amor en nuestros
corazones como para ofrecer nuestras vidas por el mundo sin comprometernos con
sus engaños y aceptando su rechazo.
Los compromisos con el mundo son el peligro: el
cristiano siempre está tentado de hacer compromisos con el mundo, con el
espíritu del mundo. Esta - rechazar los compromisos y seguir el camino
de Jesucristo - es la vida del Reino de los Cielos, la alegría más grande, la
felicidad verdadera.
Y luego, en las persecuciones siempre está la presencia de Jesús que nos
acompaña, la presencia de Jesús que nos consuela y la fuerza del Espíritu que
nos ayuda a avanzar. No nos desanimemos cuando una vida coherente con el
Evangelio atrae las persecuciones de la gente: existe
el Espíritu que nos sostiene en este camino.
Redacción ACI Prensa
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