Creo no estar fuera
de la realidad si digo que en los últimos tiempos muchos han llegado a pensar
que la ciencia y la técnica eran casi omnipotentes.
A lo largo de mi vida me ha
impactado profundamente que en la narración del pecado original la oferta que
la serpiente, es decir el diablo, hace a Eva sea ésta: «No
moriréis. Lo que pasa es que Dios sabe que
en el momento que comáis se abrirán vuestros ojos y seréis como Dios, conocedores
del bien y del mal.
La mujer se dio cuenta entonces que el árbol era bueno para comer, hermoso de
ver y deseable para adquirir sabiduría. Así que tomó de su fruto y comió» (Gén
3,4-6). Es indudable que todos nosotros deseamos ser como Dios y que incluso es
nuestro máximo deseo. El problema es: ¿cuál es el
camino adecuado para ello?, ¿el que nos señala el diablo de lograrlo por
nuestros propios medios y prescindiendo de Dios, o el contrario de obediencia y
amor a Dios?
Creo no estar fuera de la
realidad si digo que en los últimos tiempos muchos han llegado a pensar que la
ciencia y la técnica eran casi omnipotentes. Incluso he visto afirmaciones de
quien han llegado a decir que la victoria sobre la muerte estaba a la vuelta de
la esquina, aunque reconozco que no he perdido mucho tiempo ante estupideces
así. La llegada del coronavirus ha roto muchas de estas ilusiones y varios me
han preguntado si el coronavirus no era un castigo de Dios ante nuestra
soberbia.
Ahora mismo me he encontrado
en un Misal la siguiente frase: «los profetas
explicaron muchas veces cómo Dios habla y corrige por los acontecimientos de la
historia». Yo no me atrevo a decir, porque además no tengo un hilo tan
directo con Dios que el coronavirus sea un castigo divino. Lo que sí me atrevo
a decir es que en nuestra Sociedad hay muchísima soberbia y un volver la
espalda a Dios que indudablemente no trae consigo nada bueno.
Como el ser humano necesita
creer en algo, vemos que buena parte de los que rechazan a Cristo, se dejan
llevar por las ideologías de moda, como pueden ser la relativista, la marxista
y la ideología de género, que además están ligadas entre sí.
Para el relativismo no existe
la Verdad absoluta, ni Principios inmutables y ni siquiera una Ley Natural. Lo
que hoy es delito mañana puede ser un derecho, como sucede con cosas tan
importantes como la vida humana en su origen (aborto) y su fin (eutanasia).
Para el marxismo el motor de la Historia es la lucha de clases, con lo que ello
conlleva de odio y la Verdad es lo que le conviene y decide el Partido. Para la
ideología de género se sustituye la lucha d clases por la lucha de sexos, por
lo que también el odio es el motor de la Historia, como si del odio pudiese
surgir el amor y la fraternidad.
Además ninguna de las tres
cree en otra vida inmortal, por lo que nuestra máxima aspiración de ser felices
siempre es un imposible, una quimera. Al ser irrealizable nuestra máxima
aspiración no sólo no podremos ser divinizados, sino somos víctimas de una
gigantesca estafa.
En cambio los creyentes
pensamos que el camino correcto para realizar lo que ofrece el demonio, nuestra
divinización, no es el de la rebelión contra Dios, sino el de la obediencia y
amor a Cristo. Lo que Dios pretende de nosotros es transformarnos en hijos de Dios y
consecuentemente en hermanos entre nosotros, Dios nos ama y quiere que seamos
sus hijos (cf. 1 Jn 3,1-2) y ha demostrado su amor enviando su Hijo al mundo «para que nosotros vivamos por Él» (1 Jn 4,9). Somos
nacidos de Dios (Jn 1,1-13) y renacidos del agua y del Espíritu Santo (Jn 3,5).
Para San Pablo somos hijos de Dios por adopción (cf. Gal 4,4-7; Rom 8,14-17; Ef
1,5), mientras que San Pedro nos dice que somos partícipes de la naturaleza
divina (2 P 1,4), es decir somos divinizados, y santificados por el Espíritu Santo
(1 P 1,4). Por ello san Juan XXIII cuando le preguntaron cuál había sido el día
más importante de su vida contestó: «el día de mi bautismo».
Pedro Trevijano
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