Mons. Demetrio Fernández, Obispo de Córdoba (España) explicó en su carta
semanal que “a nadie le está permitido matar a
nadie, ni siquiera por la compasión de suprimir el dolor” y animó a
matar “el dolor, no matemos al enfermo”.
Con la reciente presentación de un proyecto de ley sobre enfermedades
irreversibles y el final de la vida, el Gobierno pretende reformar el artículo
143 del Código Penal español que castiga la eutanasia y el suicidio
asistido.
Según explica Mons. Demetrio “en esta nueva
Ley queda legalizada la eutanasia y el suicidio asistido, como reconociendo el
‘derecho’ que toda persona con una enfermedad irreversible tiene a eliminar esa
situación, eliminando su vida”.
Mons. Fernández alerta que “nos encontramos
ante un nuevo ataque a la dignidad de la persona, ante una nueva actuación de
la cultura de la muerte”.
El Prelado recuerda que “la eutanasia
consiste en poner fin a la vida de un paciente, y hacerlo deliberadamente, o
con una sustancia letal o dejando de administrarle los cuidados ordinarios para
sobrevivir” con el objetivo de “poner fin al
sufrimiento”; mientras que “el suicidio
asistido consiste en proporcionar al enfermo a petición propia los medios
necesarios para que se consume el suicidio”.
En ese sentido Mons. Fernández subrayó la importancia de la atención al
enfermo, “por muy extrema que sea su situación y
por muy altos que sean sus dolores, ha de estar inspirada por el amor a la
persona, por el respeto a su dignidad humana, por el amor a la vida en toda
circunstancia, y especialmente cuando esa vida es débil y vulnerable”.
Insistió en que “a nadie le está permitido
matar a otro por ninguna razón”. Asimismo, rechazó el uso de la
compasión para argumentar a favor de la eutanasia, pues “con la ayuda de la ciencia, hoy es posible mitigar e incluso eliminar
del todo el dolor sin necesidad de eliminar la vida de la persona. Eso se llama
cuidados paliativos”.
“Matemos, por tanto, el dolor, pero respetemos la
persona, respetemos la vida, porque la vida es un don de Dios y nadie puede
disponer de la vida ni en su comienzo ni en su final”, aseguró el Prelado.
Dentro de los cuidados paliativos “es
legítimo aplicar la sedación paliativa, donde se administran bajo control
médico fármacos que eliminan el dolor”.
Además destacó los notables avances de la ciencia en este campo y que
tanto los entendidos en este área de la medicina como quienes trabajan con
enfermos “no se cansan de repetir que falta una
política y un desarrollo de los cuidados paliativos”.
“Todavía en nuestra sociedad son miles de personas
a los que no llegan tales cuidados, porque no hay presupuesto, ni medios ni
personal dedicado a ello”, asegura el Obispo de Córdoba y
destaca que “más que una ley de eutanasia hay que
poner en marcha una línea de investigación y un objetivo de llegar a todos los
que necesiten tales cuidados paliativos, y que nadie se vea privado de tales
medios y de la atención personalizada, cuando le llega la necesidad”.
También recuerda que “no se trata de
prolongar la vida indefinidamente y a toda costa, empleando medios
desproporcionados para mantener esa vida al precio que sea”, y pide no
caer en el encarnizamiento terapéutico, “que en
definitiva alarga el sufrimiento que padece el enfermo y quienes le rodean”.
“Dejemos que la persona muera en su momento, sin
que le falten los medios ordinarios, pero sin necesidad de recurrir a medios
extraordinarios para prolongar aquello sea como sea”, subrayó.
Además destacó que “Dios nos ha enseñado a
amar la vida, pero no hemos de temer la muerte” porque “Jesucristo va por delante en ese trago y nos da su mano
para que no recorramos solos ese trayecto”.
“Los que están en torno al enfermo han de ser un
signo de esa ternura de Dios para con sus hijos más débiles, han de ser un
testimonio sacrificado del amor de Cristo que ha querido acompañarnos desde
dentro en ese paso de esta vida a la otra y asocia nuestro sufrimiento humano a
su Cruz redentora”, afirmó.
Mons. Fernández insistió en que “a nadie le
está permitido matar a nadie, ni siquiera por la compasión de suprimir el
dolor. Matemos el dolor, no matemos al enfermo”.
CARTA COMPLETA
MATEMOS EL DOLOR, NO MATEMOS AL ENFERMO. SOBRE LA
EUTANASIA QUE VIENE
Recientemente el Gobierno ha
presentado para su tramitación en las Cortes un proyecto de Ley para afrontar
el sufrimiento de enfermedades irreversibles y el final de la vida, reformando
el artículo 143 del código penal, que castiga la eutanasia y el suicidio
asistido. En esta nueva Ley queda legalizada la eutanasia y el suicidio
asistido, como reconociendo el “derecho” que
toda persona con una enfermedad irreversible tiene a eliminar esa situación,
eliminando su vida
Nos encontramos ante un nuevo ataque a la dignidad de la persona, ante
una nueva actuación de la cultura de la muerte, como señalaba san Juan Pablo
II: “estamos ante un enorme y dramático choque
entre el bien y el mal, la muerte y la vida, la «cultura de la muerte» y la
«cultura de la vida»… tenemos la responsabilidad ineludible de elegir
incondicionalmente en favor de la vida” (EV 28).
La eutanasia consiste en poner fin a la vida de un paciente, y hacerlo
deliberadamente, o con una sustancia letal o dejando de administrarle los
cuidados ordinarios para sobrevivir. El objetivo de la eutanasia es poner fin
al sufrimiento. Y el suicidio asistido consiste en proporcionar al enfermo a
petición propia los medios necesarios para que se consume el suicidio.
La atención al enfermo, por muy extrema que sea su situación y por muy
altos que sean sus dolores, ha de estar inspirada por el amor a la persona, por
el respeto a su dignidad humana, por el amor a la vida en toda circunstancia, y
especialmente cuando esa vida es débil y vulnerable. A nadie le está permitido
matar a otro por ninguna razón. En estos casos, se argumenta que la compasión –“para que no sufra”- permitiría acabar con su
vida, pero con la ayuda de la ciencia, hoy es posible mitigar e incluso
eliminar del todo el dolor sin necesidad de eliminar la vida de la persona. Eso
se llama cuidados paliativos. Matemos, por tanto, el dolor, pero respetemos la
persona, respetemos la vida, porque la vida es un don de Dios y nadie puede
disponer de la vida ni en su comienzo ni en su final.
En los cuidados paliativos es legítimo aplicar la sedación paliativa,
donde se administran bajo control médico fármacos que eliminan el dolor. En
este campo la ciencia ha avanzado notablemente, y la ciencia en este caso
trabaja en favor del hombre. Los entendidos en este campo de la medicina y los
que trabajan con enfermos en este campo no se cansan de repetir que falta una
política y un desarrollo de los cuidados paliativos. Todavía en nuestra
sociedad son miles de personas a los que no llegan tales cuidados, porque no
hay presupuesto, ni medios ni personal dedicado a ello. Más que una ley de
eutanasia hay que poner en marcha una línea de investigación y un objetivo de
llegar a todos los que necesiten tales cuidados paliativos, y que nadie se vea
privado de tales medios y de la atención personalizada, cuando le llega la
necesidad.
Por otra parte, no se trata de prolongar la vida indefinidamente y a
toda costa, empleando medios desproporcionados para mantener esa vida al precio
que sea. Se puede caer por este camino en el encarnizamiento terapéutico, que
en definitiva alarga el sufrimiento que padece el enfermo y quienes le rodean.
Dejemos que la persona muera en su momento, sin que le falten los medios
ordinarios, pero sin necesidad de recurrir a medios extraordinarios para
prolongar aquello sea como sea.
En definitiva, Dios nos ha enseñado a amar la vida, pero no hemos de
temer la muerte. Jesucristo va por delante en ese trago y nos da su mano para
que no recorramos solos ese trayecto. Los que están en torno al enfermo han de
ser un signo de esa ternura de Dios para con sus hijos más débiles, han de ser
un testimonio sacrificado del amor de Cristo que ha querido acompañarnos desde
dentro en ese paso de esta vida a la otra y asocia nuestro sufrimiento humano a
su Cruz redentora.
A nadie le está permitido matar a nadie, ni siquiera por la compasión de
suprimir el dolor. Matemos el dolor, no matemos al enfermo.
Recibid mi afecto y mi bendición: + Demetrio
Fernández, obispo de Córdoba
Redacción ACI
Prensa
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