El Mesías es mucho
más que un hombre descendiente de un Rey, es Dios mismo que se encarna en la
humanidad.
Por: Mons. Enrique Diaz, Obispo de la Diócesis de Irapuato |
San
Efrén
Tobías
11, 5-17: “El Señor me castigó, pero ahora ya puedo ver a mi hijo”
Salmo
145: “¿Cómo dicen que el Mesías es hijo de David?”
Mc
12,35-37: ¿Cómo dicen que el Mesías es Hijo de David?
¡Qué difícil es dialogar
cuando se tienen posturas irreductibles! Todos
los argumentos son nada frente a la obstinación y ceguera. Jesús discute con
los fariseos porque le dan un sentido errado a lo anunciado en la escritura.
El Mesías que ellos esperan
es un rey a la manera de David guerrero, capaz de formar un ejército para
liberarse de la dominación romana, y hacer de Israel una gran nación. Jesús les dice que el Mesías no es sólo un hombre descendiente
de David, les recuerda que
en la escritura David se refiere al Mesías
llamándole “mi Señor” (en el
lenguaje del pueblo judío esto equivale a llamarle mi Dios), de esta forma el Mesías es mucho más que un hombre descendiente de un Rey, es Dios
mismo que se encarna en la humanidad. Pero
el pueblo judío con el respeto enorme que le tienen al nombre de Dios, no se
atreven ni siquiera a nombrar a Dios, por eso no es raro que la postura de
Jesús les sorprenda y entonces se produzca el gran escándalo: Jesús con sus palabras se está autoproclamando Señor,
Dios.
Lo contemplan, conocen sus
obras, escuchan sus palabras, pero para ellos es imposible concebirlo, no
pueden aceptar que Él es el Mesías. Ésta
al final será la causa de su condena a muerte. También hoy tenemos posturas
encontradas y para muchos es imposible aceptar que Dios no cae del cielo, sino
que habita al ser humano, con toda la riqueza, toda la limitación y finitud que
eso conlleva. Dios da a la mujer y al hombre una dimensión superior al resto de
la creación, es entonces un Dios con nosotros y un Dios en nosotros.
El Mesías se ha hecho
cercano, como uno de nosotros, comparte nuestra humanidad, pero nos da una
dimensión de cielo, de infinito y de eternidad. No queda atrapado en la mezquindad del hombre,
sino que nos eleva al cielo partiendo de la misma tierra. ¿Nosotros aceptamos a Cristo como nuestro Mesías y
Nuestro Señor, sin recórtalo a nuestro capricho? Aceptémoslo y
descubramos la gran verdad que hoy nos proclama.
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