Caminemos en
compañía de María la senda que nos conduce a Jesús
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Fuente: Mercaba.org // Multimedios.org
De la misma manera que el
antiguo pueblo de Israel marchó durante cuarenta años por el desierto para
poder ingresar a la Tierra Prometida, la Iglesia, Nuevo Pueblo de Dios, se
prepara para vivir y celebrar la Pascua del Señor. A lo largo de cuarenta días
nos vamos disponiendo para acoger cada vez más profundamente en nuestras vidas
el misterio central de nuestra fe. A este tiempo especial de preparación para
la Pascua lo llamamos "Cuaresma".
En efecto, la Cuaresma no es un viejo residuo de
anticuadas prácticas ascéticas. Tampoco es un tiempo depresivo y triste. Se
trata de un momento especial de purificación, para poder participar con mayor
plenitud del misterio pascual del Señor (cf. Rm 8,17).
TIEMPO
DE CONVERSIÓN
La Cuaresma es un tiempo privilegiado para
intensificar el camino de la propia conversión. Este camino supone cooperar con
la gracia para dar muerte al hombre viejo que actúa en nosotros. Se trata de
romper con el pecado que habita en nuestros corazones, alejarnos de todo
aquello que nos aparta del Plan de Dios y, por consiguiente, de nuestra
felicidad y realización personal.
En efecto, la vida cristiana no es otra cosa que
hacer eco en la propia existencia de aquel dinamismo bautismal, que nos selló
para siempre: morir al pecado para nacer a una vida nueva en Jesús, el Hijo de
María (cf. Jn 12,24). Esa es la opción del cristiano: la opción radical,
coherente y comprometida, desde la propia libertad, que nos conduce al
encuentro con Aquel que es Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14,6), encuentro que
nos hace auténticamente libres y nos manifiesta la plenitud de nuestra
humanidad.
Todo esto supone una verdadera renovación
interior, un despojarse del hombre viejo para revestirse del Señor Jesús. En
palabras de Pablo VI: "Solamente podemos
llegar al reino de Cristo a través de la metanoia, es decir, de aquel
íntimo cambio de todo el hombre –de su manera de pensar, juzgar y actuar–
impulsados por la santidad y el amor de Dios, tal como se nos ha manifestado a
nosotros este amor en Cristo y se nos ha dado plenamente en la etapa final de
la historia".
Esta es la gran aventura de ser cristiano, a la
cual todo hijo de María está invitado. Camino que no está libre de dificultades
y tropiezos, pero que vale la pena emprender, pues sólo así el ser humano da
respuesta a sus anhelos más profundos, y encuentra su propia felicidad.
VIVIENDO
LA CUARESMA
Durante este tiempo especial de purificación,
contamos con una serie de medios concretos que la Iglesia nos propone y que nos
ayudan a vivir la dinámica cuaresmal. Ante todo, está la vida de oración, condición
indispensable para el encuentro con Dios. En la oración, el creyente ingresa en
el diálogo íntimo con el Señor, deja que la gracia divina penetre su corazón y,
a semejanza de Santa María, se abre a la acción del Espíritu cooperando a ella
con su respuesta libre y generosa (cf. Lc 1,38).
Asimismo, también debemos intensificar la
escucha y meditación atenta a la Palabra de Dios, la asistencia frecuente al
sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía, lo mismo que la práctica del
ayuno, según las posibilidades de cada uno (cf. SC,110).
La mortificación y la renuncia en las
circunstancias ordinarias de nuestra vida, también constituyen un medio
concreto para vivir el espíritu de Cuaresma. No se trata tanto de crear
ocasiones extraordinarias, sino más bien, de saber ofrecer aquellas
circunstancias cotidianas que nos son molestas, de aceptar con humildad, gozo y
alegría, los distintos contratiempos que se nos presentan a diario. De la misma
manera, el renunciar a ciertas cosas legítimas nos ayuda a vivir el desapego y
desprendimiento.
De entre las distintas prácticas cuaresmales que
nos propone la Iglesia, la vivencia de la caridad ocupa un lugar especial. Así
nos lo recuerda San León Magno: "Estos días
cuaresmales nos invitan de manera apremiante al ejercicio de la caridad; si
deseamos llegar a la Pascua santificados en nuestro ser, debemos poner un
interés especialísimo en la adquisición de esta virtud, que contiene en sí a
las demás y cubre multitud de pecados".
Esta vivencia de la caridad debemos vivirla de
manera especial con aquel a quien tenemos más cerca, en el ambiente concreto en
el que nos movemos. De esta manera, vamos construyendo en el otro "el bien más precioso y efectivo, que es el de la
coherencia con la propia vocación cristiana" (Juan Pablo II).
MARÍA
MODELO Y COMPAÑERA
En este camino que nos prepara para acoger el
misterio pascual del Señor, no puede estar ausente la Madre. María está
presente durante la Cuaresma, pero lo está de manera silenciosa, oculta, sin
hacerse notar, como premisa y modelo de la actitud que debemos asumir.
Durante este tiempo de Cuaresma, es el mismo
Señor Jesús quien nos señala a su Madre. Él nos la propone como modelo perfecto
de acogida a la Palabra de Dios. María es verdaderamente dichosa porque escucha
la Palabra de Dios y la cumple (cf. Lc 11,28).
Caminemos en compañía de María la senda que nos
conduce a Jesús. Ella, la primera cristiana, ciertamente es guía segura en
nuestro peregrinar hacia la configuración plena con su Hijo.
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