Cabe hacer la
distinción entre permitir el mal y querer que el mal suceda.
Por: Monseñor Jorge De los Santos | Fuente: elpueblocatolico.com
El problema del mal ha sido por mucho tiempo un
obstáculo. Sabemos que Dios es bueno y que es todopoderoso. Sin embargo, también sabemos que el mal
existe. A un Dios bueno y amoroso no le gustaría que existiera el mal. Un Dios
todopoderoso sería capaz de erradicar el mal.
¿Podríamos imaginar un
mundo sin el mal? Entonces no estaríamos presentes en él, porque
los seres humanos somos imperfectos y pecaminosos. Y aquí entra la cuestión del
libre albedrío. Sin el libre albedrío, no seríamos personas sino títeres de
Dios. No podríamos amar a Dios en verdad. Debido a que Él desea tener una relación
real con nosotros que implica una elección voluntaria, entonces tenía que
permitir que existiera el mal.
Cabe hacer la distinción
entre permitir el mal y querer que el mal suceda. Dios
no desea el mal pero es necesario permitirlo para que el hombre pueda
desarrollarse en la virtud. Por supuesto que Dios pudo crear un mundo sin que
existiera lo malo, pero Dios sabía que un mundo limitado en su libertad sería
un mundo inferior porque las virtudes son definidas por lo opuesto a ellas. Una
persona puede ser humilde solo si el orgullo se antepone. Y ser humilde implica
también la posibilidad de ser orgulloso.
En esta lucha de carácter donde peleamos para
dejar el orgullo que somos formados. Podemos decir que Dios todavía podría
darnos libre albedrío y al mismo tiempo prevenir las consecuencias del mal. Podemos querer que Dios intervenga en el caso de asesinato o violación. Pero ¿queremos
que Dios intervenga en el caso de nuestra propia idolatría? Todo pecado es una
ofensa a Dios, y nos separa de Él. Si Dios fuera a intervenir y evitar el mal,
Él tendría que eliminarnos a nosotros. Además, si Dios fuera a eliminar todas
las consecuencias negativas de nuestros actos, ¿tendríamos realmente libre
albedrío?
En esencia, Dios no quiere el mal pero lo
permite, porque Él desea una relación con nosotros. Somos pecadores. Con los
pecadores vienen cosas malas. Pero ¡gracias al
Señor que nos ha redimido! No es necesario vivir en la esclavitud de
nuestras inclinaciones pecaminosas, aunque todavía luchamos contra nuestros malos
deseos. Sí, vivimos
en un mundo de pecado sobre el que Satanás tiene dominio. Los creyentes no son
inmunes a las consecuencias del mal ¡Pero Jesús ha
vencido! Dios es fiel para redimir el mal que sucede en nuestras vidas.
La historia de José en el Antiguo Testamento, es
una de gran ejemplo de redención. Siendo vendido como esclavo por sus hermanos
y luego convertido en un protagonista importante en el gobierno egipcio, José
más tarde salvó a la nación y dijo a sus hermanos: “Es
verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien
para lograr lo que hoy estamos viendo: salvar la vida de mucha gente.” (Gn
50,20). Dios algunas veces permite el sufrimiento con el objetivo de
desarrollar algo mejor.
Dios permite el mal, sí, pero también algunas
veces lo detiene. Debido a que Dios es bueno, solo lo que se puede redimir y
que puede conducir al bien está permitido. Claro que muchas veces pensamos que
esto es más de lo que podemos soportar. Pero sabemos del carácter de Dios. Él
es un Dios de justicia y de amor. El mal no quedará sin redención. Tampoco el
pueblo de Dios que sufre a manos de los demás quedará sin socorro.
También, hay que recordar que un día Dios
erradicará el mal. Actualmente está esperando con paciencia
que más personas se vuelvan a Él y sean salvos. Pero un día, Satanás será arrojado al lugar del
fuego por toda la eternidad.
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