Hablar de progreso
es posible desde una perspectiva en la cual podemos distinguir entre
situaciones consideradas como peores y otras vistas como mejores. Pasar de las
primeras a la segundas sería progresar.
Por: Fernando Pascual | Fuente: Análisis y Actualidad
El tema del progreso atrae. En parte, porque es
grande el deseo de mejoras. En parte, porque buscamos comprender hacia dónde
vamos para orientar correctamente las decisiones presentes y futuras.
Hablar de progreso es posible desde una
perspectiva en la cual podemos distinguir entre situaciones consideradas como
peores y otras vistas como mejores. Pasar de las primeras a la segundas sería
progresar.
Si hablamos de progreso, también habría “regreso”, o retroceso, cuando pasamos de lo mejor
hacia lo peor. En ese sentido, diversos autores hablan de la decadencia de los
pueblos o de las civilizaciones.
Las discusiones surgen a la hora de identificar
los criterios según los cuales distinguir entre peor y mejor, entre proceso y
retroceso, entre esplendor y decadencia.
Hubo progreso en la tierra cuando se descubrió y
se difundió industrialmente el plástico.
¿Hubo progreso cuando se aprobó el aborto en tantos países? ¿Hubo progreso cuando explotaron bombas atómicas en dos
ciudades japonesas durante la Segunda Guerra Mundial?
Por eso resulta tan importante, a la hora de
buscar respuestas, individuar una serie de parámetros válidos que permitan
distinguir entre progreso y retroceso. Uno de esos parámetros, por desgracia no
aceptado por algunos, radica en el grado de respeto que exista hacia la
dignidad humana.
El respeto a esa dignidad nos permite declarar
como progreso aquellos cambios que promueven tal respeto, mientras que habría
retroceso, incluso a veces grave decadencia, cuando se inician cambios que van
contra la dignidad de algunos.
Aquí surgen nuevas discusiones, pues para varios
autores no todos los seres humanos tienen la misma dignidad. Basta con leer
libros que defienden el aborto para ver con qué pasión algunos consideran que
los embriones humanos no tienen el mismo valor que reconocen a los adultos.
El mundo necesita tiempo para una seria
discusión sobre estos temas, con una mente abierta y reflexiva, capaz de
identificar la verdad sobre el ser humano y sobre el sentido de su existencia.
Sólo desde esa discusión seremos capaces de
identificar cuándo una sociedad ha escogido el camino del fracaso y del
retroceso, y cuándo esa sociedad ha puesto en marcha opciones que respetan a
cada ser humano en su dignidad y que, por lo tanto, promueven un progreso
auténtico y justo.
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