829. –¿El hombre con su razón puede conocer algunos
futuros contingentes o no necesarios?
–En la Suma contra los gentiles, declara Santo Tomás
que: «Algunos futuros contingentes pueden ser
previstos por los hombres no ciertamente en cuanto futuros, sino en cuanto que
preexisten en sus causas, conocidas las cuales en sí mismas o bien en algunos de
sus efectos manifiestos, llamados signos, el hombre puede tener un conocimiento
previo de algunos efectos futuros».
Es un saber, que proporcionan
las ciencias de la naturaleza, por el conocimiento que pueden tener de la
causas de las cosas, directamente o bien indirectamente por sus efectos o
resultados primeros, puede predecir otros futuros efectos. Así, por ejemplo: «el médico prevé la muerte o la salud futuras por el
estado del vigor natural, que conoce mediante el pulso, la orina y otras
señales parecidas».
No obstante, debe tenerse en
cuenta que: «este conocimiento de los futuros es en
parte cierto y en parte incierto». La parte de certeza se explica,
porque: «hay algunas causas preexistentes de las
cuales se siguen necesariamente efectos futuros; como, preexistiendo la
composición de contrarios en el animal, se sigue necesariamente la muerte».
La existencia de la incerteza es provocada por la cierta contingencia o falta
de necesidad absoluta en las cosas, porque: «preexistiendo
otras causas, los efectos futuros no se siguen necesariamente, sino
frecuentemente».
Por consiguiente: «el conocimiento previo de los efectos primeros es
cierto», dado que se siguen necesariamente de las causas, «pero el de los mencionados después no es un conocimiento
previo infaliblemente cierto», por su falta de necesidad absoluta. En
cambio: «el conocimiento previo que se tiene de los
futuros por revelación divina, según el don de profecía, es absolutamente
cierto, lo mismo que es cierto el conocimiento previo divino».
La razón de esta total certeza
es porque: «Dios no prevé los futuros únicamente
según están en sus causas, sino que los conoce infaliblemente, tal como son en
sí, según se demostró (I, c. 67)», Por estar en la eternidad, Dios los
ve como presentes, como son en sí. o en su propio ser presente, y no en sus
causas con un ser futuro.
Debe sostenerse, por tanto,
que: «el conocimiento profético de los futuros que
le da al hombre esta manera es absolutamente cierto». Además: «esta certidumbre no se opone a la contingencia de los
futuros, como tampoco se opone a la certidumbre de la ciencia divina» [1].
El conocimiento infalible de Dios no impide la contingencia de su objeto,
porque el conocimiento divino es causa de todos los efectos, pues es causa de
su esencia o naturaleza, y ha causado no sólo necesarias sino también causas
contingentes.
830. –¿A qué se llama futuros contingentes?
–Para definir el futuro contingente,
debe tenerse en cuenta que todo futuro no tiene existencia real o actual.
Tampoco la tiene lo posible. Futuro y posible se distinguen por ello de lo que
es real, pero son distintos entre sí. Lo posible, en sentido absoluto, no
existe ni tampoco existirá nunca y, por tanto, permanecerá en su estado de mera
posibilidad. Por el contrario, el futuro no existe antes de producirse, pero
existirá a su tiempo.
Santo Tomás define al futuro
por su ordenación a lo real y, por tanto, a la existencia. De manera que: «debe decirse que algo puede considerarse como futuro, no
sólo porque sucederá de un modo tal, sino porque está ordenado de un modo tal
por las causas de las que depende, que por tal modo llegará a suceder» [2].
Pueden a sí distinguirse en
los futuros dos clases: futuros «en sí mismos», o futuros con efectos
terminados, que están ya «presentes» en la
eternidad, aunque como futuros, desde la perspectiva del tiempo; y los futuros
en cuanto dicen sólo orden al efecto y que todavía no existen en la eternidad
como futuros. Estos últimos, que sólo existen en sus causas, se podría decir
que son futuros imperfectos, o futuros incoados. En cambio, los efectos futuros
considerados ya en la eternidad, son futuros perfectos o acabados.
Entre los futuros de
futurición incoada, se puede distinguir todavía entre futuros necesarios, que
tienen causas necesarias, según las leyes de la naturaleza, y futuros contingentes,
cuando sus causas son no necesarias, tal como ocurre si son naturales, que
pueden ser obstaculizadas, o cuando son las de la voluntad libre. En estos
últimos, se puede todavía distinguir entre los futuros contingentes absolutos,
si no dependen de ninguna condición; y condicionados, que, en cambio, dependen
de alguna condición, de manera que se realizaran únicamente si se cumple ésta.
Todos los futuros incoados,
así como todo lo posible, dependen de la llamada voluntad antecedente de Dios,
o la voluntad que tiene Dios sobre algo considerado en sí mismo o
absolutamente, sin tener todavía en cuenta todas las circunstancias que lo
rodearán y podrán modificarlo, como son las condiciones para su realización.
Así, por ejemplo, ante un acusado a pena de muerte, un juez puede querer que
como hombre viva, porque quiere la vida humana. Sin embargo, por ser el acusado
hombre pero homicida, quiere que muera, porque no ha cumplido la condición de
comportarse como hombre, ha decaído en su humanidad y en sus derechos. Algo
parecido ocurre con los futuros perfectos. Estos futuros acabados o ya
presentes en la eternidad dependen de la voluntad consiguiente, o la que tiene
Dios de algo, pero ya con todas las circunstancias concretas que lo acompañan y
que han intervenido en la futurición.
831. –Sin embargo, no siempre la profecía es
«absolutamente cierta». ¿Por qué a veces no se cumplen las profecías?
–Ciertamente a veces no se
realiza lo anunciado por las profecías. Esta falibilidad no afecta a su
veracidad, porque como explica seguidamente Santo Tomás: «ciertos efectos futuros son revelados alguna vez a los
profetas no conforme son en sí mismos, sino conforme serán en sus causas». Los
conocen en su causalidad, sin saber si se cumplirán o no las condiciones para
su realización, si las hubiera. Además sólo con una existencia futura, que es
una existencia posible o potencial. Los futuros contingentes condicionados son
queridos por Dios, dependen de su inteligencia y de su voluntad, pero no todos
llegaran a tener existencia actual, porque no se cumple la condición, como, por
ejemplo, una decisión de la libre voluntad humana.
Sin embargo, los futuros
contingentes condicionados no son meramente posibles, porque tienen una cierta
actualidad. Todos ellos tienen un orden hacia su efecto. Son futuros incoados o
futuribles. Si se cumple la condición pasaran a ser futuros en sí mismos o
acabados.
No todos los futuros
contingentes condicionados pasarán a ser futuros absolutos, o perfectos y
acabados, porque no se habrá cumplido la condición. No todo lo posible pasa a
ser actual, ni tampoco todo futuro incoado pasa a ser futuro perfecto o
acabado. Si no se cumple la condición, permanecerá siempre como futurible. Son
a estos últimos a los que se denomina generalmente futuribles. Los futuros
contingentes condicionados o futuros incoados son futuribles, por ser futuros
potencialmente, pero son propiamente futuribles los que siempre quedarán en
este estado fuera de la eternidad.
Si Dios revela los futuros
cuando son futuros imperfectos o incoados, o cuando están o estarán en sus
causas: «entonces nada obsta, si se impide que sus
causas lleguen a sus efectos, que la predicción del profeta cambie también;
como Isaías predijo a Ezequias, enfermo: «Pon
orden en tu casa, porque vas a morir y no curarás» (Is 38, 1); y, no obstante,
éste sanó» [3].
832. –¿Por qué Dios no revela siempre futuros
perfectos o acabados?
–La profecía que versa sobre
un futuro imperfecto, que es una revelación que se refiere «al orden de las causas» [4],
es a veces una «profecía de conminación», porque
es la amenaza de un castigo, si no se cumple algo ordenado. El futuro de la
profecía de conminación «no siempre se cumple,
porque en ella se anuncia el orden de la causa a sus efectos, que puede quedar
impedido por algunos hechos que suceden» [5].
Otras veces es una profecía de
promesa, pero también condicionada. Así se desprende de un texto de Jeremías. «El
siguiente versículo del mismo es una profecía conminatoria: «De pronto hablaré
contra un pueblo y contra un reino para arrancarlo, destruirlo y hacerlo
perecer; pero si este pueblo se arrepiente de su maldad también yo me
arrepentiré de lo pensado hacer contra ellos» (Jer 18, 7-8). A
continuación, en otro, se presenta una profecía de promesa: «De repente hablaré del pueblo y del reino para
establecerlo y arraigarlo; pero si este pueblo obra mal ante mis ojos, me
arrepentiré del bien que había determinado hacerle» (Jer 18, 9-10)»[6].
Sin embargo, nota Santo Tomás que las dos pueden considerarse como profecías de
conminación, porque «en ambas es idéntica la razón
de verdad. Pero prevalece el nombre de conminación, porque Dios es mas
inclinado a condonar la pena que a retirar los beneficios prometidos» [7].
De este tipo de profecía
sería, como ha indicado Santo Tomás, el anunció profético de Isaías al rey
Ezequías, que iba a morir, y, sin embargo, tuvo quince años más de vida. Se
explica en la Escritura que: «En aquellos días
(hacia el 700 a. C.). Ezequías cayó enfermo de muerte. El profeta Isaías, hijo
de Amós, vino a decirle: «Así habla el Señor: Pon orden en tu casa, porque vas
a morir y no curarás». Ezequías volvió la cara a la pared y oró al Señor: «¡Ah,
Señor!, recuerda que he caminado ante ti con sinceridad y corazón íntegro; que
he hecho lo recto a tu ojos». Y se deshizo el rey en lágrimas. Antes de
que Isaías abandonase el patio central, le llegó la palabra del Señor que
decía: «Vuelve y di a Ezequías, jefe de mi pueblo:
Así habla el Señor, el Dios de tu padre David: He escuchado tu plegaria y he
visto tus lágrimas. Yo voy a curarte; al tercer día subirás al templo del
Señor. Añadiré otros quince años a tu vida. Te libraré, además a ti y a
Jerusalén, de la mano del rey de Asiría y, por mi honor y el de David, mi
siervo, extenderé mi protección sobre esta ciudad» [8].
El profeta Isaías le aplico un
emplasto de higos, tal como se hacía para reblandecer los tumores, y así calmar
el dolor, aunque no curaba. Sin embargo, el rey sano inmediata y completamente.
Realizada esta prodigiosa curación y en agradecimiento a que sanara pronunció
un cántico de acción de gracias [9],
en el que dice: «Me has curado, me has hecho
revivir // la amargura se me volvió paz // cuando detuviste mi alma // ante la
tumba vacía // y volviste la espalda a todos // mis pecados»
[10].
También agrega Santo Tomás
que: «Jonás profeta predijo que «de aquí a cuarenta
días Nínive será arrasada», y, sin embargo, no fue destruida»
[11].
Se lee en la Escritura: «Jonás se puso en marcha
hacia Nínive, (hacia el 800 a. C.), siguiendo la orden del Señor, hacían falta
tres días para recorrerla (puede ser un dicho popular que signifique gran
extensión). Jonás empezó a recorrer la ciudad el primer día, proclamando: «De
aquí a cuarenta días, Nínive será arrasada». Los ninivitas creyeron en Dios,
proclamaron un ayuno y se vistieron con rudo sayal, desde el más importante al
menor. La noticia llegó a oídos del rey de Nínive, que se levantó de su trono,
se despojó del manto real, se cubrió con rudo sayal y se sentó sobre el polvo».
La profecía de Jonás por ser
conminatoria, o de amenaza, incluía implícitamente la condición que la ciudad
se arrepintiera. Por ello: «Después se ordenó
proclamar en Nínive este anuncio de parte del rey y de sus ministros: «Que
hombres y animales, ganado mayor y menor no coman nada; que no pasten ni beban
agua. Que hombres y animales se cubran con rudo sayal e invoquen a Dios con
ardor. Que cada cual se convierta de su mal camino y abandone la violencia
¿Quién sabe si Dios cambiará y se compadecerá, se arrepentirá de su violenta
ira y no nos destruirá!». Vio Dios su comportamiento, cómo habían abandonado el
mal camino, y se arrepintió de la desgracia que había determinado enviarles.
Así que no la ejecutó» [12].
Cuando Jonás vio que Dios
había cambiado de decisión, se incomodó no porque Dios hubiera suspendido el
castigo por su misericordia, sino por el temor a que tomaran la profecía como
falsa y los nínivitas atacaran a los israelitas. Lo que no sucedió [13].
Concluye finalmente Santo
Tomás: «Isaías profetizó la muerte futura de
Ezequias según la disposición del cuerpo y de las otras causas inferiores a tal
efecto, y Jonás predijo la destrucción de Nínive, según lo exigían sus
merecimientos, y, no obstante, en ambos casos sucedió de distinto modo, según
la disposición de Dios que libra y sana» [14].
833. –¿Son más verdaderas las profecías sobre
futuros absolutos que sobre los futuros condicionados?
– Las profecías de conminación
son tan ciertas como las profecías de lo consumado. La aparente dificultad de
las primeras, porque a veces no se cumplen, se explica porque son profecías,
que se refieren a futuros contingentes condicionados, o futuribles, a aquellos
cuya realización depende de una condición, como la decisión libre del hombre.
Son futuros, que no son conocidos por ciencia de simple inteligencia, o de lo
meramente posible, ni por ciencia de visión, que Dios tiene de lo existente en
el tiempo, que está en la eternidad, sino por la llamada ciencia de aprobación,
que es la de los decretos divinos que aprueban lo que está siendo o será
causado hacia la existencia.
Los tres objetos de estas
ciencias divinas son distintos, porque el objeto de la ciencia de simple
inteligencia es lo posible, y sólo supone la inteligencia divina. La ciencia de
aprobación se refiere a lo posible, o lo pensado y, además, querido por Dios,
pero que no tiene existencia actual. El objeto de la ciencia de visión, aunque
también implica la voluntad divina incluye la existencia actual, en alguna de
sus tres dimensiones, pasada, presente o futura, en la eternidad.
Estas tres distinciones en el
futuro y en la ciencia divina permiten explicar la veracidad y certeza de las
profecías sobre los futuros contingentes condicionados, porque Dios los
comunica al profeta en cuanto los conoce en sus causas, pero no el conocimiento
que tiene de los mismos en la eternidad, porque desde las causas, según esta
dimensión, todavía no están presentes en ella.
Argumenta Santo Tomás en la Suma teológica que:
«La presciencia divina mira los futuros de dos
maneras. Una, considerados en sí mismos como presentes. Otra, según que existen
en sus causas. Es decir, que en este último caso contempla el orden de las
causas a sus efectos. Y aunque los futuros contingentes, considerados en sí
mismos, están determinados a una de las posibilidades, pero considerados en
relación con sus causas, no lo están, por cuanto pueden las cosas suceder de
otro modo» [15].
Por su presciencia o
conocimiento del futuro, Dios conoce todos los futuros contingentes, y «la certidumbre de la presciencia divina no excluye la
contingencia» [16],
porque todo efecto contingente puede considerarse, por un lado: «en sí mismo, en cuanto existe ya de hecho, pero así no
tiene carácter de futuro, sino de presente, no es algo que sea contingente,
sino determinado a una posibilidad, que es». Por otro: «considerar el efecto contingente en su causa, y así se
le considera en cuanto futuro y en cuanto contingente no determinado, y en esta
forma no puede ser objeto de ningún género de conocimiento cierto». Así
por ejemplo, si se ve a Sócrates de pie, no se sabe si se sentará o no, pero ya
no hay conjetura cuando se le ve sentado. Sin embargo: «Dios
conoce todos los contingentes no sólo como están en sus causas, sino como cada
uno de allos es en sí mismo» [17].
Los dos conocimientos no están
separados en Dios, porque, en su mente divina, es uno el conocimiento de las
cosas, que están siempre presentes en su eternidad. Sin embargo: «Aunque este doble conocimiento en el entendimiento
divino se halla unido, no siempre lo está en la revelación profética, porque la
impresión del agente no alcanza siempre toda la virtud de éste. De manera que a
veces la revelación profética impresa en la mente del profeta es una semejanza
de la presciencia divina en cuanto considera los futuros en sí mismos, y tales
futuros suceden como están profetizados, como aquel de Isaías: «He aquí que una
virgen concebirá» (Is 7, 14)» [18].
En unos casos, tal como ocurre
en esta profecía de Isaías, el profeta recibe los futuros tal como existen en
sí mismos, que en realidad no son futuros sino presentes para la mente de Dios,
que los ve en la eternidad, en la que todo es presente. Precisa Santo Tomás
que: «Dios conoce de antemano algunas cosas en sí
mismas, bien para hacerlas él mismo», y se llama a la profecía sobre
ellas «profecía de predestinación», como lo es toda profecía mesiánica; «o para ser hechas por el libre albedrío del hombre», y
entonces dan lugar a la «profecía de presciencia». Las
dos clases de profecías de futuros perfectos o consumados se diferencian
además, por que la primera «tiene siempre por
objeto lo bueno», en cambio, la segunda «puede referirse a cosas buenas y a
cosas malas» [19].
En otros casos, como en las
dos anteriores profecías citadas, son distintos los futuros, que comunica Dios
en las profecías, porque lo hace en cuanto ligados a sus causas. «A veces la profecía impresa es semejanza de la
presciencia divina en cuanto conoce el orden de las causas a sus efectos, y
entonces las cosas pueden suceder de modo distinto de cómo están profetizadas».
Aunque el futuro contingente
anunciado, en este caso, no se cumpla: «no por esto
la profecía está sujeta a error, porque el sentido de la profecía es que la
disposición de las causas inferiores, ya de las causas naturales, ya de los
actos humanos, es tal que haya de suceder lo anunciado. Y de este modo se ha de
entender la profecía de Isaías: «Vas a morir y no curarás». (Is 38 1) la
cual significa que: «la disposición de su cuerpo
acabaría en la muerte». Y lo mismo la de Jonás: «Dentro
de cuarenta días Nínive será arrasada» (Jon 3, 4), es decir: «Los méritos de Nínive exigen que sea arrasada» [20].
834. –Dios revela a los profetas que se «arrepentirá» de
lo anunciado, del bien (Jer 18, 10) o del mal (Jon 3, 10). ¿Los cambios de
decisión de Dios, hace inseguras las profecías?[21].
–Se dan profecías sobre los
futuros contingentes condicionados, porque Dios los comunica al profeta en
cuanto los conoce en sus causas, pero no el conocimiento que tiene de los
mismos en la eternidad, porque desde las causas, según esta dimensión, todavía
no están presentes en ella. Las
profecías no cumplidas de los ejemplos bíblicos citados se explican porque eran
anuncios de meros futuros incoados, que no llegarán a ser nunca futuros
perfectos o acabados.
No ocurrió la destrucción de
Nínive, anunciada por el profeta Jonás, porque sus habitantes hicieron
penitencia y Dios les perdonó, aunque ya sabía por su conocimiento desde la
eternidad que harán penitencia y que les perdonaría. La muerte predicha al rey
Ezequías por el profeta Isaías no tuvo lugar, por su oración confiada, pero
Dios no lo desconocía, pues le era conocido también por la ciencia divina de
visión.
Entre las causas y los
efectos, o entre el futuro incoado y el futuro acabado, se encuentran las
condiciones, como la penitencia de los ninivitas y la oración de
Ezequías, que hacen que se haya mudado la justicia divina por su misericordia.
Ha cambiado el orden de la causa al efecto, porque Dios lo había dispuesto así,
si se cumplía la condición, que junto con el efecto conoce ya en su eternidad.
De manera que: «Lo que se dice del arrepentimiento
de Dios se ha de entender metafóricamente, en cuanto que Dios se conduce como
uno que se arrepiente, esto es en cuanto «cambia la sentencia, aunque no muda
la decisión» [22].
835. –En las profecías de fututos contingentes
condicionados que no se cumplirán ¿el profeta está en el error?
–Después de la exposición de
estas dos profecías sobre futuros incoados, en la Suma
contra los gentiles, advierte Santo Tomás: «aunque
alguna vez se le haga al profeta la revelación según el orden de las causas con
un efecto determinado, sin embargo, al mismo tiempo o después se le revela el
proceso de inmutación del efecto futuro, como le fue revelada a Isaías la
curación de Ezequias y a Jonás la liberación de los ninivitas» [23].
Aunque, a veces, se revelan al
profeta, además de los futuros incoados, también los correspondientes futuros
perfectos o acabados, simultánea o posteriormente, en cualquier situación, el
profeta nunca está en el error, porque ha recibido una comunicación divina.
Además, tiene una certeza absoluta, porque sabe que es Dios el que los
comunica. «De las cosas que el profeta recibe por
expresa revelación, tiene la mayor certeza y está seguro que es de Dios lo que
le ha sido revelado. Por esto Jeremías dice: «En verdad que el Señor me ha
enviado para hacer llegar a vuestros oídos todas estas palabras» (Jer
26, 15)».
Se advierte, en los profetas,
que Dios les da esta certeza. Santo Tomás no duda en afirmar que existe tal
convencimiento, al argumentar: «Si no fuera así y
el profeta no tuviera certidumbre, carecería de ella nuestra fe, que se funda
en la enseñanza de los profetas. Una señal de esta certidumbre la tenemos en
Abrahán, que avisado por Dios en una visión profética, se dispuso a inmolar a
su hijo unigénito, lo que en ningún modo hubiera hecho de no estar certísimo de
la revelación divina» [24].
Asimismo debe también tenerse
en cuenta que en las profecías faliblesse muestran dos hechos. Uno es un objeto
de la divina ciencia de aprobación, que es falible, porque lo es de un futuro
contingente condicionado y que, por ello, puede ser impedido, al no cumplirse
la condición. Otro, es la voluntad de Dios, porque el futuro condicionado
supone un decreto de la voluntad antecedente de Dios, que se refiere al orden
al efecto. Este querer de Dios, que se manifiesta es, por tanto, también
falible.
En cambio, en las profecías,
que se cumplen infaliblemente, se revela, por una parte, un futuro perfecto,
conocido por Dios con ciencia de visión, y que ya no puede ser de otro modo,
porque lo que está ya en la eternidad no puede dejar de estar en ella. Por
otra, el decreto de la voluntad consiguiente, que implica y que se refieren al
efecto perfecto, o futuro consumado, y que ya no puede ser impedido.
Sin embargo, no puede decirse
que las profecías de futuros contingentes condicionados y las profecías de
futuros perfectos se diferencian por la certeza, como tampoco por su veracidad,
porque ambas son ciertas y verdaderas profecías. Son distintas, porque las
profecías de los futuros imperfectos, o incoados, lo son también sobre decretos
de futuros contingentes condicionados, o futuribles, y las profecías de futuros
perfectos, lo son a su vez sobre decretos de los futuros perfectos o acabados.
La primera, aunque no se
cumpla, no es falsa. La profecía de futuros contingentes condicionados es
verdadera, porque revela un decreto de Dios, pero que es falible en cuanto
decreto de la voluntad antecedente. Dios, por ser libre puede poner condiciones
y según su cumplimiento cambiar su decisión de su voluntad antecedente e
impedir el orden al efecto del futurible.
836. –¿Por qué Dios revela profecías de fututos
contingentes condicionados?
–Se advierte en las profecías
de Jonás y de Isaías, que, como conminatorias, o amenazantes, pueden
entenderse, por su misericordia, como una amonestación para mover a que se
cumpla la condición, y por realizarse ésta no se cumplieron, Debe tenerse en
cuenta que: «cuando Dios usa de su misericordia no
obra contra su justicia, sino que hace algo que está por encima de la justicia
(…) por donde se ve que la misericordia no destruye la justicia, sino que, al
contrario, es su plenitud» [25].
Sobre esta última afirmación,
puede decirse que: «incluso en el hecho de que los
justos sufran castigos en este mundo aparecen la justicia y la misericordia,
por cuanto sus aflicciones les sirven para satisfacer por los pecados leves y
para que, libres de afectos a lo terreno, se eleven mejor a Dios, conforme a lo
que dice San Gregorio: «Los males que nos oprimen en este mundo nos fuerzan a
ir a Dios (San Gregorio Magno, Libros morales, 26, c. 13)» [26].
Los futuros contingentes
condicionados, o futuribles, no dependen sólo de la voluntad divina, porque
también, por permisión divina, de las criaturas, que con su libertad, querida y
movida por su creador, pueden impedir la continuación y término de la incoación
de la causa puesta por Dios. Aunque la profecía puede revelar sólo el
futurible, Dios conoce la decisión humana.
Dios conoce en el decreto,
pero en cuanto decreto, la incoación del acto que pone Él, pero igualmente
tiene ciencia de visión en este mismo decreto, pero en cuanto eterno, de todo
lo que coexiste con él, y, por tanto, la decisión de la criatura. Dios conoce,
en el decreto eterno, el consentimiento o el impedimento puesto por el hombre,
y, por consiguiente, como será el efecto. Por conocer los decretos de su
voluntad antecedente y de su voluntad consiguiente, y conocer por ciencia de
visión las acciones de la criatura en la eternidad, que no están todavía en el
presente, pero sí en el futuro, Dios puede revelar verdades futuras al profeta,
en las que intervendrá la decisión las criaturas, porque así lo ha permitido.
El motivo de la profecía se comprende
desde la misericordia divina y también porque siempre está al servicio de la
fe. Como conclusión de toda su exposición sobre la profecía, afirma Santo Tomás
que sean profecías sobre futuros condicionados o futuros perfectos: «la declaración profética acerca de los futuros es un
argumento suficiente de fe, porque, aunque los hombres prevean algo de los
futuros, sin embargo, no hay un conocimiento previo cierto de los futuros
contingentes, como es el conocimiento de la profecía» [27].
La profecía sirve para
confirmar la fe de los otros, y el profeta actúa como «instrumento
de la obra divina». Sin embargo, «el don de
profecía se concede, a veces, tanto para utilidad de los demás como para
ilustración de la propia mente» [28],
pero, en este último caso, esta segunda función de la gracia gratis data de
la profecía, actúa sólo en «aquellos a cuya mente se comunica la Sabiduría
divina por la gracia, que nos hace gratos a Dios», por la gracia habitual o
gracia santificante.
837. –¿Puede haber profecías que tengan su origen en
el demonio?
–El demonio solo puede simular
profecías, porque al igual que parece que hace milagros, aparenta que también
profetiza. Explica Santo Tomás que: «Los espíritus
malignos, esforzándose por corromper la verdad de la fe, del mismo modo que
abusan de las obras milagrosas para inducir a error y debilitar el valor de la
fe, aunque no hacen verdaderos milagros, sino cosas que parecen milagrosas a
los hombres, como se dijo (III, c. 103), así también abusan de la predicción
profética, no ciertamente profetizando, sino predicando ciertas cosas según el
orden de las causas ocultas al hombre, para que parezca que prevén los futuros
en sí mismos».
Por su mayor inteligencia, el
demonio puede conocer mejor que los hombres las causas y efectos en la
naturaleza y simular, por la ignorancia humana, que conoce los futuros
contingentes. «Y aunque los efectos contingentes
provengan de las causas naturales, dichos espíritus malignos pueden conocer
mejor que los hombres, por la sutileza de su entendimiento, cómo y cuándo
pueden impedirse los efectos de las causas naturales; y así, al predecir los
futuros, parecen más maravillosos y veraces que los hombres más sabios». Al
revelar estas cosas ocultas a los hombres por este medio puede parecer que los
diablos vean el futuro.
El demonio para sus falsas
profecías puede valerse de conjeturas, que, por su potencia intelectual son
mucho más fáciles que para los hombres. Añade Santo Tomás que: «entre las causas naturales, las supremas y más distantes
de nuestro conocimiento son los poderes de los cuerpos celestes, que son
conocidos de estos espíritus en sus propias naturalezas, como consta por lo
dicho (II, c. 99 ss.). Por lo tanto, como todos los cuerpos inferiores están
regidos por las fuerzas y el movimiento de los cuerpos superiores, estos espíritus
pueden profetizar mucho mejor que un astrólogo los vientos y tempestades
futuras, las corrupciones del aire y otras cosas semejantes que suceden en los
cambios de los cuerpos inferiores, causados por el movimiento de los cuerpos
superiores».
Sin embargo: «aunque los cuerpos celestes no pueden influir
directamente sobre la parte intelectiva del alma, según se demostró (c.
84 ss.), no obstante, muchos siguen los impulsos de las pasiones y las
inclinaciones corporales, sobre los cuales es
evidente que los cuerpos celestes tienen eficacia; pues sólo pertenece a los
sabios, cuyo número es pequeño, resistir con la razón a tales pasiones. Y de
aquí se sigue que incluso puedan predecir muchas cosas acerca de los actos de
los hombres, aunque alguna vez se equivoquen al predecir, a causa del libre
albedrío». Por este medio, el demonio puede saber muchas cosas sobre los
actos humanos, desconocidas por el hombre, pero se equivocan algunas veces,
porque en los actos humanos interviene la libertad.
838. –¿La diferencia entre la profecía divina y la
falsa profecía del demonio está solamente en el modo del conocimiento del
futuro?
–Hay otra importante
diferencia entre la profecía que viene de Dios y la aparente profecía que viene
del diablo: su distinto propósito. En la
profecía divina, se encuentra la intención de perfeccionar el conocimiento en
orden de la verdad. En cambio, en la diabólica, está la mala intención de
desviar de la verdad, porque: «las cosas que prevén
las predicen no ciertamente para ilustración de la mente, como se hace en la
revelación divina, pues no es su intención perfeccionar la mente humana para
conocer la verdad, sino más bien desviarla de ella. Y ciertamente profetizan
alguna vez inmutando la imaginación, ya sea durmiendo, como cuando por los
sueños muestran indicios de ciertos futuros; ya sea estando despierto, como
vemos en los posesos y frenéticos, que predicen lo futuro».
En otras ocasiones, los
demonios «profetizan por ciertos indicios
externos», como la nigromancia, o el buscar este conocimiento por las
respuestas de aparentes apariciones de difuntos; los oráculos, o contestaciones
a través de un ídolo; la astrología, por la observación del lugar o movimiento
de los astros; auspicios, por los vuelos de las aves; augurios, por sus cantos;
auspicios, por el examen de sus entrañas; sortilegios, por medio de artes de
magia; echando suertes con las cartas; piromancia, por figuras en el fuego; y
otros de esta índole.
No son difíciles de advertir
que estas acciones sean diabólicas, porque «es evidente
que los espíritus malignos hacen todo esto» y para engañar. Los futuros
contingentes no se pueden conocer por medios naturales y Dios que los conoce no
los revela por estos medios indebidos y para satisfacer la curiosidad.
No ignora Santo Tomás que: «sin embargo, algunos intentan atribuir estas cosas a las
causas naturales. Pues dicen que como el cuerpo celeste mueve a los inferiores
para producir ciertos efectos por el influjo de dicho cuerpo, aparecen en
algunos casos ciertos signos de su influencia; diferentes seres reciben de
diverso modo la impresión del cuerpo celeste. Y por esto dicen que el cambio
que el cuerpo celeste produce en un ser puede tomarse como indicio del cambio
de otro».
Desde esta suposición, en
consecuencia; «afirman que los movimientos que se
hacen sin la deliberación de la razón, como las visiones de los soñadores y de
los locos, y el movimiento y el graznido de las aves, y la interpretación de
los puntos cuando uno no delibera cuantos puntos debe describir, responden a la
influencia del cuerpo celeste. Y así dicen también que tales cosas pueden ser
indicios de efectos futuros causados por el movimiento celeste».
No obstante, deberían inferir
que: «como esto tiene escaso fundamento, es mejor
juzgar que las predicciones basadas en estos signos proceden de alguna
substancia intelectual, por cuya virtud se disponen los citados movimientos,
que se dan sin deliberación alguna, según conviene para la observación de las
cosas futuras. Y aunque alguna vez la divina voluntad disponga estas cosas
mediante el ministerio de los espíritus buenos, pues Dios revela muchas cosas
en sueños, como a Faraón y a Nabucodonosor y como dice Salomón: «las suertes se
echan en la urna, pero el Señor dispone de ellas» (Prov 16, 33); sin
embargo, ordinariamente suceden por obra de los espíritus malignos».
Estas falsas profecías tienen
su origen en el demonio y lo: «dicen también los
santos doctores y estimaron incluso los mismos gentiles, pues dice Publio
Valerio Máximo que la observación de los agüeros y de los sueños y de otras
cosas por el estilo pertenecen a la religión mediante la cual se adoraba a los
ídolos (Hechos y dichos memorables, I, c. 1). Y por esta razón, en la
Ley Antigua junto con la idolatría, se prohibían todas estas cosas, pues se
dice en la Escritura. «No imites las abominaciones de esas naciones», a saber,
las que servían a los ídolos. «Ni haya en medio de ti quien haga pasar por el
fuego a su hijo o a su hija, ni quien se dé a la adivinación, ni a la magia, ni
a hechicería y encantamientos, ni a espíritus, ni a adivinos, ni pregunte a los
muertos la verdad» (Deut 18, 9-11)»[29].
839. –El profeta demoníaco Balaam fue un falso profeta,
mago y adivino, de la región del Eufrátes, que aconsejó a los madianitas que
indujesen a los israelitas a su idolatría licenciosa, y que, después de ser
derrotados por el ejército de Moisés, fue muerto junto con los dirigentes de
este pueblo que ocupaba Canaán. ¿Cómo se explican sus profecías sobre la
grandeza de Israel y sus dos profecías mesiánicas, relatadas en la Escritura[30], y comentadas por los Santos Padres?
–Santo Tomás refiere que: «la Glosa ordinaria dice: «Balaam era adivino,
hablaba por ministerio de los demonios, por arte mágica y algunas veces conocía
las cosas futuras». Añade que: «anunció muchas cosas verdaderas, como se dice
en los Números: «Saldrá una estrella de Jacob y se levantará una vara de
Israel» (Num 24, 17)» [31].
La estrella es el símbolo de Cristo, luz del mundo y que será rey, porque, para
los antiguos, la estrella era el símbolo natural del rey y, por ello, la
aparición de una estrella la relacionaban con el nacimiento de un gran rey. Con
la vara se significa el cetro real, que simboliza la dignidad del rey.
A pesar de haber sido
advertido por Dios, Balaam no se sometió interiormente a la voluntad divina,
bendijo a Israel de mala gana, porque temía la espada del ángel, o, según
Orígenes, del Arcángel San Miguel, protector del pueblo de Israel, que le había
amenazado en el camino y hecho hablar milagrosamente a su burra. San Pedro
presenta a Balaam de Beor como codicioso, porque «amó
el premio de la maldad», dice que: «recibió el castigo de su locura: una bestia
muda en la que iba montado habló con voz de hombre y refrenó la locura del
profeta» [32].
Como Balaam, los falsos
profetas pueden también anunciar cosas verdaderas, porque: «Los profetas de los demonios no siempre hablan por
revelación de éstos, a veces hablan por inspiración divina, como se lee de
Balaam, a quien se dice haber hablado el Señor (Num 22, 8 ss). Aunque profeta
de los demonios; porque Dios se sirve a veces de los malos para provecho de los
buenos». Además el don de profecía, como carisma, no implica como fin
primario la bondad de su sujeto, puede ser incluso que esté en pecado, pues la
gracia gratis dada no se le ha dado para su propio beneficio, sino para el de
los demás.
La razón por la que Dios «anuncia algunas cosas buenas por los profetas de los
demonios» puede ser: «para hacer más creíble
la verdad, al ser testificada incluso por los adversarios», o bien: «porque cuando los hombres dan fe a los dichos de esos
profetas son inducidos a la verdad por las mismas palabras. Por esto, hasta las
sibilas vaticinaron muchas verdades de Cristo» [33].
840. –La profecía, en cuanto que se revelan «las cosas
futuras y aquellas otras que ordinariamente se ocultan a los hombres», como
gracia gratis dada, como se ha dicho, confirma la verdad de la enseñanza de la
fe. ¿La profecía confirma también contenidos de la fe?
–Concluye Santo Tomás que: «La profecía confirma asimismo la predicación de la fe de
otro modo, a saber, en cuanto que se predican para ser creídas ciertas cosas
ocurridas en el transcurso del tiempo, como la natividad de Cristo, la pasión,
la resurrección y otras cosas parecidas; y para que no se crea que tales cosas
fueron inventadas por los predicadores o que ocurrieron azar, se demuestra que
fueron profetizadas mucho tiempo antes por los profetas».
Añade Santo Tomás que: «por lo
cual dice San Pablo: «Pablo siervo de Cristo Jesús,
llamado al apostolado, elegido para predicar el Evangelio de Dios, que por sus
profetas había prometido en las Santas Escrituras acerca de su Hijo, nacido de
la descendencia de David, según la carne» (Rm 1, 1)»
[34].
Eudaldo Forment
[33] SANTO TOMÁS DE
AQUINO, Suma teológica, II-II, q. 172, a. 6, ad 1. Lo mismo se podría
decir de la profecía de Caifás sobre la muerte de Cristo (Jn 11, 49-52).
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