El diácono es un ministerio eclesial que desempeña su función
también en el marco de la liturgia. No sólo es para la liturgia, ¡faltaría
más!, ya que engloba el ministerio de la caridad y de la predicación, pero en
la liturgia tiene también su función ritual.
En el
rito romano, especialmente en la santa Misa a la que nos vamos a ceñir, son muy
pocas y discretas las funciones que desempeña un diácono. En las liturgias
orientales sí es mucho más activo, entre el santuario y el pueblo, como un
ángel que enlaza ambas realidades. Pero nuestro rito romano es muy sobrio y parco para los
diáconos.
¿Cómo lo dirá el actual Misal? La IGMR nos dice
sobre la “Misa con diácono”;
“Cuando en la
celebración eucarística está presente un diácono, desempeña su ministerio
vestido con las vestiduras sagradas. El Diácono, en general:
a) Asiste al
sacerdote y está a su lado.
b) En el altar
sirve, en lo referente al cáliz y al libro.
c) Proclama el
Evangelio y puede, por mandato del sacerdote que celebra, hacer la homilía
(cfr. n. 66).
d) Dirige al
pueblo fiel mediante oportunas moniciones y enuncia las intenciones de la
oración universal.
e) Ayuda al
sacerdote celebrante en la distribución de la Comunión, y purifica y arregla
los vasos sagrados.
f) Desempeña los
oficios de otros ministros, él mismo, si no está presente alguno de ellos,
según sea necesario” (IGMR 171).
VESTIDURAS Y UBICACIÓN EN EL PRESBITERIO
Sobre el
alba la estola cruzada y encima, para la Misa, lo normal debe
ser la dalmática, “la cual, sin embargo, puede omitirse por necesidad o
por menor grado de solemnidad” (IGMR 119). Debe haber dalmáticas, ya
sean de diseño clásico, barroco, ya sean más actuales, para el uso litúrgico de
los diáconos, por supuesto en la catedral, pero también en las demás parroquias
donde ejerza un diácono.
Durante la Misa se sentará cerca del obispo (o del sacerdote) a fin
de auxiliarlo: “dos diáconos… se colocan
de pie a ambos lados de la cátedra dispuestos para servir al obispo”
(Ceremoniale, n. 131), aunque haya más concelebrantes. Su sitio es al lado del
obispo o del sacerdote que preside (“se dirige
juntamente con el sacerdote a la sede y allí permanece a su lado y le ayuda,
según sea necesario”, IGMR 174). Si son varios diáconos, entonces
ocuparán otro sitio: “los diáconos y demás
ministros lo hacen [se sientan] según la disposición del presbiterio, pero de
manera que no parezcan tener el mismo rango que los presbíteros” (Ceremoniale,
n. 136).
RITO DE ENTRADA
En la
procesión de entrada solemne lleva el Evangeliario a la altura de su cabeza (no
más, tampoco dejado caer sobre el pecho), y lo deposita sobre el altar.
Entonces besa el altar y se retira. Los diáconos que asisten al obispo besan el
altar a la vez que el obispo (Ceremoniale, n. 131). En la Misa parroquial, con
un sacerdote, el diácono deja el Evangeliario en el altar y se espera a besarlo
juntamente con el sacerdote (IGMR 173).
Cuando se inciensa, el acólito ofrece el turíbulo y el diácono se encarga de
ofrecer la naveta para que se imponga el incienso; luego toma el incensario y
lo entrega a quien preside; por último, acompaña al obispo o al sacerdote
durante la incensación (IGMR 173; Ceremoniale 131).
El sacerdote “o el diácono”, u otro ministro idóneo, pueden
hacer una monición muy breve para introducir a los fieles en la liturgia del
día (cf. Ordo Missae). Y en la tercera fórmula del acto penitencial, las tres
invocaciones dirigidas a Cristo, pueden ser pronunciadas por el diácono, según
el Ordo Missae: “Tú que has venido a llamar a los
pecadores, Señor ten piedad”.
LITURGIA DE LA PALABRA
Cuando se
entona el Aleluya, todos en pie, el diácono asiste al Obispo o sacerdote para
imponer el incienso ofreciéndole la naveta. Después, “profundamente
inclinado” (IGMR 175), “se inclina profundamente” (Ceremoniale, n. 140): ¡es algo más que inclinar la
cabeza!, pide la bendición para proclamar el Evangelio y se santigua
al recibirla, respondiendo: “Amén”.
Entonces se dirige al altar; hace “inclinación” al altar (Ceremoniale, n. 140), “hecha
la inclinación al altar” (IGMR 175), toma el Evangeliario depositado en
el altar. Esta
inclinación se olvida muchísimas veces, por no decir
que casi siempre se omite sin razón.
Hecha la
inclinación al altar, toma el libro de los Evangelios “con
veneración” (Ceremoniale, n. 140), “llevando
el libro un poco elevado” (IGMR
175) y “se dirige al ambón llevando solemnemente el
libro precedido del turiferario y de los acólitos con cirios” (Ceremoniale,
n. 140).
Llega
al ambón, abre el libro y pronuncia el saludo ritual: “El
Señor esté con vosotros”. Lo hace “con las manos juntas” (Ceremoniale,
n. 141). Siempre el
diácono habla con las manos juntas, tanto en este saludo como en las moniciones (“Daos la paz”, “Podéis ir en paz”). No hay gesticulación alguna del diácono.
¡Manos juntas!
Tras
anunciar “Lectura del santo evangelio…” (no “proclamación
del santo Evangelio” o “proclamación de la
buena nueva”: el diácono que se atenga a lo que está escrito en el
Evangeliario), toma el incensario
que le ofrece el acólito e inciensa el libro de los Evangelios, inclinándose
antes y después de incensar (que esto también se olvida
mucho).
Terminada
la lectura lleva el Evangeliario al obispo para que lo bese. Si preside un
sacerdote, entonces el mismo diácono besa el Evangeliario rezando en secreto: “Las palabras de tu Evangelio borren nuestros pecados”
(IGMR 175).
Sólo hay
una excepción; incluso habiendo diácono, el rito de toma de posesión de un
nuevo párroco marca que sea éste quien reciba el Evangelio y lo lea por vez
primera en su nueva parroquia.
La oración de los fieles le corresponde al diácono dirigirla, no un
lector por petición, sino al diácono: “Las intenciones dela oración de los fieles,
después de la introducción del sacerdote, de ordinario las dice el diácono
desde el ambón” (IGMR 177), aunque pudiera hacerlo “un
cantor un lector u otro” (Ceremoniale, n. 144). Pero esto es oficio
propio del diácono según el rito romano.
LITURGIA EUCARÍSTICA
En la
liturgia eucarística, el diácono con la ayuda de los acólitos prepara el altar,
disponiendo corporales, purificadores, patena y cáliz. Le entrega la patena al
obispo o sacerdote. Vierte el vino y luego el agua con la fórmula correspondiente
(“El agua unida al vino…”) y entrega el
cáliz al obispo (o al sacerdote que celebra). El diácono cubre el cáliz “con la palia” (Ceremoniale, n. 147).
Ayuda
al que preside para imponer el incienso, le entrega el incensario y lo acompaña
en la incensación; después el diácono inciensa a quien preside, a los
concelebrantes y al pueblo, aunque el Misal permite que esto lo haga en lugar
del diácono un acólito (“él mismo o un acólito”, IGMR
178). “Si es conveniente”, al obispo, en el
lavatorio, le retira el anillo pastoral y se lo coloca una vez que se haya
secado las manos (Ceremoniale, n. 150).
“Durante la Plegaria Eucarística, el diácono está junto
al sacerdote, pero un poco detrás de él, para cuando sea necesario servir en lo
que se refiera al cáliz o al misal” (IGMR
179).
Cuando
llega la epíclesis (“Bendice y santifica, Padre”,
“Santifica estos dones”) el diácono retira la palia del cáliz
(Ceremoniale, n. 155). “Los diáconos permanecen
de rodillas desde la epíclesis hasta la elevación del cáliz”
(Ceremoniale, n. 155), nunca de pie: ¡de
rodillas en la consagración!
En la
consagración, se procede a incensar; “uno de los
diáconos coloca incienso en el incensario e inciensa tanto la hostia como el
cáliz en la elevación” (Ceremoniale, 155).
Al llegar
la doxología, el diácono descubre el cáliz retirándole la palia y lo sostiene
elevado (en silencio) mientras el Obispo (o el sacerdote) canta el “Por Cristo, con él y en él” y lo mantiene elevado
hasta que todos hayan cantado el “Amén” (Ceremoniale,
n. 158).
RITO DE COMUNIÓN Y FINAL
Indicará a todos: “Daos fraternalmente la paz” y
lo dirá “con las manos juntas” (IGMR 181).
Las moniciones se
pronuncian en imperativo, son indicaciones de lo que hay que hacer: “Daos”, “inclinaos”, “podéis levantaros”… y no
en presente de indicativo, incluyéndose el mismo diácono: “Nos damos”,
“podemos…”. ¡Con lo fácil que es atenerse a lo que está escrito en
el Misal!
Después de
recibir la comunión con las dos especies, de manos del Obispo o del sacerdote
que preside, el diácono ayuda a distribuir la sagrada comunión,
especialmente con el cáliz si se administra bajo las dos especies. Terminada la
comunión, el diácono reserva en el Sagrario el Santísimo (recuerdo que se hace
genuflexión antes de cerrar el tabernáculo), consume el cáliz y procede a
purificar los vasos sagrados “en la credencia” (Ceremoniale, n. 165; IGMR 183), no purifica en
el altar, con la fórmula que recita en secreto: “Haz,
Señor, que recibamos…”
Si se
da la bendición solemne, después del saludo: “El
Señor esté con vosotros”, el diácono indicará: “Inclinaos
para recibir la bendición”. Y quien preside extenderá las manos y
pronunciará las invocaciones correspondientes de la bendición solemne. Esta
monición diaconal apenas se oye, y ni los obispos se esperan siquiera a que la
pronuncien (Ceremoniale, n. 169). Finalmente, despide al pueblo, diciendo “con las manos juntas” (IGMR 185):
“Podéis ir en paz”.
Juntamente con el sacerdote venera el altar con el beso (IGMR 186).
Así
el diácono interviene en la santa Misa. Vale la pena recordarlo para obispos y
sacerdotes, también para los propios diáconos por bien de su ministerio y,
asimismo, para que todos conozcamos qué hace el diácono en la liturgia, y cómo
debe realizarlo, y corrigiendo aquello que se esté haciendo mal.
Javier Sánchez
Martínez
No hay comentarios:
Publicar un comentario