jueves, 9 de enero de 2020

COSAS DEL DIÁCONO EN LA MISA


    El diácono es un ministerio eclesial que desempeña su función también en el marco de la liturgia. No sólo es para la liturgia, ¡faltaría más!, ya que engloba el ministerio de la caridad y de la predicación, pero en la liturgia tiene también su función ritual.
     En el rito romano, especialmente en la santa Misa a la que nos vamos a ceñir, son muy pocas y discretas las funciones que desempeña un diácono. En las liturgias orientales sí es mucho más activo, entre el santuario y el pueblo, como un ángel que enlaza ambas realidades. Pero nuestro rito romano es muy sobrio y parco para los diáconos.
   ¿Cómo lo dirá el actual Misal? La IGMR nos dice sobre la “Misa con diácono”;
“Cuando en la celebración eucarística está presente un diácono, desempeña su ministerio vestido con las vestiduras sagradas. El Diácono, en general:
a) Asiste al sacerdote y está a su lado.
b) En el altar sirve, en lo referente al cáliz y al libro.
c) Proclama el Evangelio y puede, por mandato del sacerdote que celebra, hacer la homilía (cfr. n. 66).
d) Dirige al pueblo fiel mediante oportunas moniciones y enuncia las intenciones de la oración universal.
e) Ayuda al sacerdote celebrante en la distribución de la Comunión, y purifica y arregla los vasos sagrados.
f) Desempeña los oficios de otros ministros, él mismo, si no está presente alguno de ellos, según sea necesario” (IGMR 171).
VESTIDURAS Y UBICACIÓN EN EL PRESBITERIO
     Sobre el alba la estola cruzada y encima, para la Misa, lo normal debe ser la dalmática, “la cual, sin embargo, puede omitirse por necesidad o por menor grado de solemnidad” (IGMR 119). Debe haber dalmáticas, ya sean de diseño clásico, barroco, ya sean más actuales, para el uso litúrgico de los diáconos, por supuesto en la catedral, pero también en las demás parroquias donde ejerza un diácono.
     Durante la Misa se sentará cerca del obispo (o del sacerdote) a fin de auxiliarlo: “dos diáconos… se colocan de pie a ambos lados de la cátedra dispuestos para servir al obispo” (Ceremoniale, n. 131), aunque haya más concelebrantes. Su sitio es al lado del obispo o del sacerdote que preside (“se dirige juntamente con el sacerdote a la sede y allí permanece a su lado y le ayuda, según sea necesario”, IGMR 174). Si son varios diáconos, entonces ocuparán otro sitio: “los diáconos y demás ministros lo hacen [se sientan] según la disposición del presbiterio, pero de manera que no parezcan tener el mismo rango que los presbíteros” (Ceremoniale, n. 136).
RITO DE ENTRADA
     En la procesión de entrada solemne lleva el Evangeliario a la altura de su cabeza (no más, tampoco dejado caer sobre el pecho), y lo deposita sobre el altar. Entonces besa el altar y se retira. Los diáconos que asisten al obispo besan el altar a la vez que el obispo (Ceremoniale, n. 131). En la Misa parroquial, con un sacerdote, el diácono deja el Evangeliario en el altar y se espera a besarlo juntamente con el sacerdote (IGMR 173).
     Cuando se inciensa, el acólito ofrece el turíbulo y el diácono se encarga de ofrecer la naveta para que se imponga el incienso; luego toma el incensario y lo entrega a quien preside; por último, acompaña al obispo o al sacerdote durante la incensación (IGMR 173; Ceremoniale 131).
    El sacerdote “o el diácono”, u otro ministro idóneo, pueden hacer una monición muy breve para introducir a los fieles en la liturgia del día (cf. Ordo Missae). Y en la tercera fórmula del acto penitencial, las tres invocaciones dirigidas a Cristo, pueden ser pronunciadas por el diácono, según el Ordo Missae: “Tú que has venido a llamar a los pecadores, Señor ten piedad”.
LITURGIA DE LA PALABRA
     Cuando se entona el Aleluya, todos en pie, el diácono asiste al Obispo o sacerdote para imponer el incienso ofreciéndole la naveta. Después, “profundamente inclinado” (IGMR 175), “se inclina profundamente” (Ceremoniale, n. 140): ¡es algo más que inclinar la cabeza!, pide la bendición para proclamar el Evangelio y se santigua al recibirla, respondiendo: “Amén”.
     Entonces se dirige al altar; hace “inclinación” al altar (Ceremoniale, n. 140), “hecha la inclinación al altar” (IGMR 175), toma el Evangeliario depositado en el altar. Esta inclinación se olvida muchísimas veces, por no decir que casi siempre se omite sin razón.
    Hecha la inclinación al altar, toma el libro de los Evangelios “con veneración” (Ceremoniale, n. 140), “llevando el libro un poco elevado” (IGMR 175) y “se dirige al ambón llevando solemnemente el libro precedido del turiferario y de los acólitos con cirios” (Ceremoniale, n. 140).
     Llega al ambón, abre el libro y pronuncia el saludo ritual: “El Señor esté con vosotros”. Lo hace “con las manos juntas” (Ceremoniale, n. 141). Siempre el diácono habla con las manos juntas, tanto en este saludo como en las moniciones (“Daos la paz”, “Podéis ir en paz”). No hay gesticulación alguna del diácono. ¡Manos juntas!
    Tras anunciar “Lectura del santo evangelio…” (no “proclamación del santo Evangelio” o “proclamación de la buena nueva”: el diácono que se atenga a lo que está escrito en el Evangeliario), toma el incensario que le ofrece el acólito e inciensa el libro de los Evangelios, inclinándose antes y después de incensar (que esto también se olvida mucho).
    Terminada la lectura lleva el Evangeliario al obispo para que lo bese. Si preside un sacerdote, entonces el mismo diácono besa el Evangeliario rezando en secreto: “Las palabras de tu Evangelio borren nuestros pecados” (IGMR 175).
    Sólo hay una excepción; incluso habiendo diácono, el rito de toma de posesión de un nuevo párroco marca que sea éste quien reciba el Evangelio y lo lea por vez primera en su nueva parroquia.
     La oración de los fieles le corresponde al diácono dirigirla, no un lector por petición, sino al diácono: “Las intenciones dela oración de los fieles, después de la introducción del sacerdote, de ordinario las dice el diácono desde el ambón” (IGMR 177), aunque pudiera hacerlo “un cantor un lector u otro” (Ceremoniale, n. 144). Pero esto es oficio propio del diácono según el rito romano.
LITURGIA EUCARÍSTICA
    En la liturgia eucarística, el diácono con la ayuda de los acólitos prepara el altar, disponiendo corporales, purificadores, patena y cáliz. Le entrega la patena al obispo o sacerdote. Vierte el vino y luego el agua con la fórmula correspondiente (“El agua unida al vino…”) y entrega el cáliz al obispo (o al sacerdote que celebra). El diácono cubre el cáliz “con la palia” (Ceremoniale, n. 147).
     Ayuda al que preside para imponer el incienso, le entrega el incensario y lo acompaña en la incensación; después el diácono inciensa a quien preside, a los concelebrantes y al pueblo, aunque el Misal permite que esto lo haga en lugar del diácono un acólito (“él mismo o un acólito”, IGMR 178). “Si es conveniente”, al obispo, en el lavatorio, le retira el anillo pastoral y se lo coloca una vez que se haya secado las manos (Ceremoniale, n. 150).
   “Durante la Plegaria Eucarística, el diácono está junto al sacerdote, pero un poco detrás de él, para cuando sea necesario servir en lo que se refiera al cáliz o al misal” (IGMR 179).
    Cuando llega la epíclesis (“Bendice y santifica, Padre”, “Santifica estos dones”) el diácono retira la palia del cáliz (Ceremoniale, n. 155). “Los diáconos permanecen de rodillas desde la epíclesis hasta la elevación del cáliz” (Ceremoniale, n. 155), nunca de pie: ¡de rodillas en la consagración!
     En la consagración, se procede a incensar; “uno de los diáconos coloca incienso en el incensario e inciensa tanto la hostia como el cáliz en la elevación” (Ceremoniale, 155).
     Al llegar la doxología, el diácono descubre el cáliz retirándole la palia y lo sostiene elevado (en silencio) mientras el Obispo (o el sacerdote) canta el “Por Cristo, con él y en él” y lo mantiene elevado hasta que todos hayan cantado el “Amén” (Ceremoniale, n. 158).
RITO DE COMUNIÓN Y FINAL
      Indicará a todos: “Daos fraternalmente la paz” y lo dirá “con las manos juntas” (IGMR 181). Las moniciones se pronuncian en imperativo, son indicaciones de lo que hay que hacer: “Daos”, “inclinaos”, “podéis levantaros”… y no en presente de indicativo, incluyéndose el mismo diácono: “Nos damos”, “podemos…”. ¡Con lo fácil que es atenerse a lo que está escrito en el Misal!
    Después de recibir la comunión con las dos especies, de manos del Obispo o del sacerdote que preside, el diácono ayuda a distribuir la sagrada comunión, especialmente con el cáliz si se administra bajo las dos especies. Terminada la comunión, el diácono reserva en el Sagrario el Santísimo (recuerdo que se hace genuflexión antes de cerrar el tabernáculo), consume el cáliz y procede a purificar los vasos sagrados “en la credencia” (Ceremoniale, n. 165; IGMR 183), no purifica en el altar, con la fórmula que recita en secreto: “Haz, Señor, que recibamos…”
     Si se da la bendición solemne, después del saludo: “El Señor esté con vosotros”, el diácono indicará: “Inclinaos para recibir la bendición”. Y quien preside extenderá las manos y pronunciará las invocaciones correspondientes de la bendición solemne. Esta monición diaconal apenas se oye, y ni los obispos se esperan siquiera a que la pronuncien (Ceremoniale, n. 169). Finalmente, despide al pueblo, diciendo “con las manos juntas” (IGMR 185): “Podéis ir en paz”.
     Juntamente con el sacerdote venera el altar con el beso (IGMR 186).
     Así el diácono interviene en la santa Misa. Vale la pena recordarlo para obispos y sacerdotes, también para los propios diáconos por bien de su ministerio y, asimismo, para que todos conozcamos qué hace el diácono en la liturgia, y cómo debe realizarlo, y corrigiendo aquello que se esté haciendo mal.
Javier Sánchez Martínez

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