Con el tiempo,
esperamos, esa mancha será fácilmente eliminada.
Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net
Apenas se nota una mancha en un espejo sucio: encaja "bien" en el conjunto. En cambio,
una mancha en un espejo limpio desentona, molesta, porque rompe la armonía en
la que se encuentra.
Lo anterior se puede aplicar a las relaciones
humanas. Apenas sorprende la conducta vulgar de quien vive de modo desordenado,
porque forma parte de su "modo de ser". En
cambio, sorprende y escandaliza un comportamiento negativo en quien tiene una
vida ordenada.
Sabemos que una mancha es solamente eso: una
mancha. Fijarnos en ella y olvidar que el resto del espejo está limpio parece
un modo extraño de olvidar el conjunto para fijarnos en un detalle.
Pero precisamente aquí radica lo sorprendente de
la mancha en una superficie limpia: no soportamos la coexistencia de lo bueno y
noble con lo malo y pecaminoso.
Desde luego, no podemos condenar a un familiar,
amigo o conocido solo por esa mancha, por ese gesto aislado, por ese desliz en
su trayectoria. Lo puntual no destruye ni anula lo mucho bueno que hay en esa
persona.
Por eso, más allá de la mancha, de la falta, del
hecho puntual que escandaliza, hemos de fijarnos en el conjunto y ver cómo lo
bueno sigue siendo bueno, a pesar de esa mancha que desentona.
Con el tiempo, esperamos, esa mancha será
fácilmente eliminada. No sería justo recordarla ni reprochar una y otra vez a
una persona su caída, como si con ella quedasen anulados tantos momentos de
bondad que la caracterizan.
Cuando también nosotros, por nuestra fragilidad
o por egoísmos no del todo curados, caigamos y seamos manchados, necesitaremos
recurrir a Dios para pedir perdón y limpiar lo que haya oscurecido nuestras
almas.
Si eso nos ocurre, esperamos encontrar a nuestro
alrededor no dedos que enjuician y condenan, sino manos amigas que saben
perdonar a quien ha caído, y que le dan ánimos para que pronto el espejo de su
corazón pueda brillar en toda su belleza.
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