¿Qué tiene que ver el origen del árbol de Navidad,
el dios nórdico pagano Thor y San Bonifacio? La vida de este último, santo
conocido como el apóstol de los germanos, explica la relación en una famosa
historia.
San Bonifacio nació en Inglaterra alrededor del año 680. Ingresó a un
monasterio benedictino antes de ser enviado por el Papa a evangelizar los
territorios que pertenecen a la actual Alemania. Primero fue como un sacerdote
y después eventualmente como obispo.
Bajo la protección del gran Charles Martel, Bonifacio viajó por toda
Alemania fortaleciendo las regiones que ya habían abrazado el cristianismo y
llevó la luz de Cristo a quienes no la tenían aún.
Sobre este santo, el Papa Benedicto XVI dijo en el año 2009 que “su incansable labor, su don para la organización y su
carácter moldeable, amiguero y firme” fueron determinantes para el éxito
de sus viajes.
El escritor Henry Van Dyke lo describió así en 1897 en su libro The First Christmas Tree, (El primer árbol de
navidad): “¡Qué buen tipo! Era justo y ligero, pero
recto como una lanza y fuerte como un bastón de roble. Su rostro todavía era
joven; su piel suave estaba bronceada por el sol y el viento. Sus ojos grises,
limpios y amables, brillaban como el fuego cuando hablaba de sus aventuras y de
los malos actos de los falsos sacerdotes a quienes enfrentó”.
Alrededor del año 723 Bonifacio viajó con un pequeño grupo de personas a
la región de la Baja Sajonia. El conocía a una comunidad de paganos cerca de
Geismar que, en medio del invierno, iban a realizar un sacrificio humano (donde
usualmente la víctima era un niño) a Thor, el dios del trueno, en la base de un
roble al que consideraban sagrado y que era conocido como “El Roble del Trueno”.
Bonifacio, acatando el consejo de un obispo hermano, quiso destruir el Roble
del Trueno no sólo para salvar a la víctima sino para mostrar a los paganos que
él no sería derribado por un rayo lanzado por Thor.
El Santo y sus compañeros llegaron a la aldea en la víspera de Navidad
justo a tiempo para interrumpir el sacrificio. Con su báculo de obispo en la
mano, Bonifacio se acercó a los paganos, que se habían reunido en la base del
Roble del Trueno, y les dijo: “aquí está el Roble
del Trueno, y aquí la cruz de Cristo que romperá el martillo del dios falso,
Thor".
El verdugo levantó un martillo para ejecutar al pequeño niño que había
sido colocado para el sacrificio. Pero en el descenso, el Obispo extendió su
báculo para bloquear el golpe y milagrosamente rompió el gran martillo de
piedra y salvó la vida del niño.
Después, se dice que Bonifacio habló así al pueblo: “¡escuchen hijos del bosque! La sangre no fluirá esta
noche, salvo la que la piedad ha dibujado del pecho de una madre. Porque esta
es la noche en que nació Cristo, el hijo del Altísimo, el Salvador de la
humanidad. Él es más justo que Baldur el Hermoso, más grande que Odín el Sabio,
más gentil que Freya el Bueno. Desde su venida el sacrificio ha terminado. La
oscuridad, Thor, a quien han llamado en vano, es la muerte. En lo profundo de
las sombras de Niffelheim él se ha perdido para siempre. Así es que ahora en
esta noche ustedes empezarán a vivir. Este árbol sangriento ya nunca más
oscurecerá su tierra. En el nombre de Dios, voy a destruirlo”.
Entonces, Bonifacio tomó un hacha que estaba cerca de ahí, y según la
tradición, cuando la blandió poderosamente hacia el roble una gran ráfaga de
viento voló el bosque y derribó el árbol con raíces y todo. El árbol cayó al
suelo y se rompió en cuatro pedazos.
Después de este suceso, el Santo construyó una capilla con la madera del
roble, pero esta historia va más allá de las ruinas del poderoso árbol.
El “Apóstol de Alemania” siguió
predicando al pueblo germánico que estaba asombrado y no podía creer que el
asesino del Roble de Thor no haya sido golpeado por su dios. Bonifacio miró más
allá donde yacía el roble y señaló a un pequeño abeto y dijo: “Este pequeño árbol, este pequeño hijo del bosque, será
su árbol santo esta noche. Esta es la madera de la paz…Es el signo de una vida
sin fin, porque sus hojas son siempre verdes. Miren como las puntas están
dirigidas hacia el cielo. Hay que llamarlo el árbol del Niño Jesús; reúnanse en
torno a él, no en el bosque salvaje, sino en sus hogares; allí habrá refugio y no
habrán actos sangrientos, sino regalos amorosos y ritos de bondad”.
Así, los alemanes empezaron una nueva tradición esa noche, que se ha
extendido hasta nuestros días. Al traer un abeto a sus hogares, decorándolo con
velas y ornamentos y al celebrar el nacimiento del Salvador, el Apóstol de
Alemania y su rebaño nos dieron lo que hoy conocemos como el árbol de Navidad.
Redacción ACI Prensa
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