Sin Dios, lo que
estaríamos transmitiendo serían palabras vacías.
Por: LCF Anahí Ruvalcaba Ortiz | Fuente: Catholic.net
Llevo en total 4 años como
docente de la materia de Formación Católica a distintos niveles que van desde
primaria hasta bachillerato. Revisando cierta información de una especialidad
que me encuentro cursando me ha hecho pensar y reflexionar algunos aspectos del
perfil del docente de la materia de religión que a continuación les comparto.
Ante todo debemos siempre respetar la
libertad personal de cada alumno;
anunciar el Mensaje de Dios no significa imponer sino dar testimonio de fe con
nuestra propia vida. Recordemos que las circunstancias donde podemos tener un mayor
crecimiento es cuando hacemos un ejercicio libre de nuestra voluntad hacia el
bien, cuando elegimos lo bueno sobre el mal.
Otro elemento esencial es que el formador sea
una persona con un sentido de urgencia en la evangelización, alguien que sienta la
premura por anunciar el Evangelio a todas las personas y quiera que sus alumnos
se enamoren de Dios; que comprenda la realidad en la que nos encontramos que es
bastante necesitada de este tipo de formación.
Una persona que sea flexible
y capaz de ver al alumno como una persona perfectible y no perfecta; que como
Jesús tenga la mirada bondadosa
capaz de ver en su alumno más allá que un berrinche o un mal
comportamiento. El alumno como persona en un proceso de formación.
Creo que es indispensable también que sea
alguien que con su propia vida refleje el testimonio de fe y esperanza en
Dios, porque bien dicen que los niños hacen lo que ven más que lo
que se les dice y si un profesor de religión les dice que hay que buscar la
santidad y en su vida realmente no la busca, sus palabras carecerán de impacto
en el corazón de sus alumnos. Incluso si decimos una cosa y hacemos lo
contrario, obtendremos el resultado opuesto a lo que buscamos dentro de la
formación católica.
Además, un alumno debería sentirse especialmente
acogido y amado por un
profesor de religión, pues por la misma naturaleza de la materia, es vital la
relación que cultivemos con nuestros alumnos, más allá de “caerles bien o mal”, buscar que se sepan amados y
aceptados a pesar de sus errores.
También como profesores de Formación Católica es
indispensable que no rebajemos el mensaje del Evangelio a las opiniones de la
mayoría; no podemos dejar de ser servidores de la Verdad,
pues Jesús mismo es la Verdad y al renunciar a ella somos como los fariseos que
sólo buscan el quedar bien con los hombres pero su corazón lejos de Dios.
Además, los alumnos son extremadamente perceptivos a la consistencia o
inconsistencia de nuestros argumentos y opiniones. Será fundamental la adhesión
al magisterio.
Otro punto muy básico será estar dispuestos a
montarse literal “un circo” o lo que sea con
tal de llegar a los alumnos, con ello no me refiero a que nos convirtamos en
payasos ni una de las personas que entretienen en una fiesta, sino que estemos dispuesto a innovar y usar
todos los recursos posibles para poder transmitir el mensaje a nuestros
alumnos. Dependerá mucho de la creatividad que tengamos para realmente llegar a
la mente y corazón de nuestros alumnos.
Debemos también saber trabajar en
equipo como Jesús lo hacía con
las persona de su tiempo, Él no sólo involucraba a los apóstoles, sino a toda
persona que estuviera abierta a Su Palabra.
Todo lo mencionado anteriormente no sería posible
sin la búsqueda de una relación personal con Dios
como nuestro Maestro que nos guía en todo y que nos da la gracia necesaria
para desempeñar de la mejor manera nuestra labor docente y en nuestra vida. Sin
Dios, lo que estaríamos transmitiendo serían palabras vacías, mientras que con
Dios, el mensaje llega con la fuerza del amor.
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