jueves, 14 de noviembre de 2019

YO TAMBIÉN ME ENOJÉ CON DIOS AL NO PODER QUEDAR EMBARAZADA


Seguramente habrás oído la frase: «para pelear se necesitan dos»… pues esto no aplica cuando la pelea se tiene con Dios.
En medio de la ansiedad, angustia, desesperación o cualquier otro estado similar por el que hayas pasado —si eres una mujer de fe— es común que le preguntes a Dios: ¿Por qué?, ¿por qué a mí?, ¿por qué le das hijos a una adolescente que no sabe qué hacer con su vida?, ¿por qué pones un segundo, tercer o cuarto hijo en aquella familia en lugar de repartirlos mejor?
Son frases que también he pensado en algún momento, pues no escribo como una simple espectadora sino como quien lo ha vivido en carne propia. Estas frases, sin embargo, son sumamente dañinas, básicamente porque no podemos conocer la respuesta.
Hace un tiempo, a una presentadora de un canal regional le diagnosticaron una enfermedad cuya cura implicaba pasar por un proceso de quimioterapia. Al principio ella se preguntaba ¿Por qué a mí? y se rebelaba contra aquella situación. Después de un tiempo le dio un giro fundamental a esta pregunta: pasó del ¿Por qué a mí? a preguntarse ¿Y por qué no a mí?
CADA PERSONA LLEVA UNA CRUZ
Algunos tienen un mal matrimonio, otros sufren por la pobreza, la enfermedad o alguna otra carencia. Lo cierto es que cada uno lleva su cruz y en la inmensa sabiduría de Dios, estas cruces están hechas «a medida». Es decir, Dios te da la cruz que puedes soportar.
Es verdad que en el proceso de espera de quedarse embarazada, esta cruz, este sufrimiento puede parecer insoportable… pero no lo es. Junto con la cruz, Dios te da la fuerza para llevarla. Pero volvamos a la pregunta de la presentadora: ¿Por qué no a mí? Evidentemente esta espera «eterna» por un hijo sería una cruz que preferirías no cargar, por mucho tiempo yo pensé igual.
Pensemos entonces: ¿Qué tengo yo de especial que podría eximirme del sufrimiento por el que pasa todo el universo?, ¿qué tengo que me hace tan única, tan «intocable»? Entiéndase bien, no estoy negando la grandeza interior de cada uno, quiero centrar la mirada en la pequeñez de nuestro ser frente a Dios. A su lado, somos infinitamente pequeños, tanto que los reclamos resultan absurdos (pero a veces necesarios, ya lo sé).
Pongámoslo de otra manera: ¿Cómo te sentirías si viene una hormiga a reclamarte algo? Como toda comparación, esta tiene sus falencias, pues Dios es infinitamente mayor que nosotros. Pero la falencia principal de esta metáfora es que tú no amas a esa hormiga, en cambio Dios nos ama a ti y a mí con todo su ser.
MI PELEA CON DIOS
Recuerdo que en momentos de angustia, cuando comencé a pelear con Dios le decía: ¿Es que no te duele verme así? y por mucho tiempo estaba tan metida en mis pensamientos, en mi dolor, en mi «problema», que no había silencio suficiente para escuchar la respuesta a esta pregunta.
Hasta que un día, logré hacer silencio y escuchar, realmente escuchar. Mientras cantábamos una conocida canción religiosa en medio de un retiro espiritual, mi atención se fijó en las palabras «¿A quién como a Ti le pesan nuestros dolores?» y entonces entendí lo mucho que le dolía a Dios verme así. ¿Pero si le dolía por qué no hacía nada? Para responder esto voy a usar otra analogía que es un poco más acertada que la anterior.
EL VERDADERO SENTIDO DEL SUFRIMIENTO
Seguramente has visto a una madre llevar a su hijo a que le pongan una vacuna. Lo lleva con tristeza por saber que esta vacuna le causará dolor a su hijo, sabe que seguramente lo hará llorar. Sabe que su hijo la mirará con esos ojos de «Mamá ¿por qué dejas que me hagan esto?» o peor aún «¿Por qué me haces esto?».
¿Cómo explicarle a un niño de un año cuya razón es todavía tan limitada, que ese sufrimiento que ahora parece tan grande le evitará un sufrimiento aún mayor a futuro? El bebé solo sabe que hay algo que le duele, en ese momento no está pensando en el futuro, desde su razonamiento solo hay cabida para el dolor que experimenta en ese instante.
ALGO SIMILAR NOS PASA A NOSOTROS
Nuestra razón, nuestro conocimiento de las cosas es infinitamente menor que el que tiene Dios que «ordena todo para el bien de los que lo aman». Y es por esto también que la pregunta ¿por qué? está de más. O simplemente, aunque no sobre, podemos ir adivinando la respuesta: porque es lo mejor para ti.
¿Te suena absurdo que esperar para tener un bebé uno, dos u ocho años sea lo mejor para ti? ¿No sería mejor tener el bebé como todos los demás? Y para intentar responder haré nuevamente una comparación, que espero sea la última.
POR QUÉ DIOS NO ME DA LO QUE QUIERO
Después del almuerzo me gusta siempre tomarme un café amargo, pero lo acompaño con un trocito de chocolate. Mi perrito, que tiene muy buen olfato, me persigue desde el momento en que abro el chocolate y me hace saber por todos los medios cuánto lo quiere. Lo veo saltar, rasguñarme, quejarse, mirarme fijamente y quisiera darle chocolate pero sé que le haría un daño si se lo diera.
Él no lo entiende, por supuesto, él no entiende por qué le haría daño algo que a mí me «hace bien». Y conectando este ejemplo con el sufrimiento que podemos llevar dentro, no logra entender por qué Dios le manda chocolates, —digo hijos—, a la vecina que ni los quería y no me los manda a mí.
Y sí, en esta historia (perdón si alguien se ofende con esta comparación), nosotros somos como ese perrito que desea el chocolate que tanto deleita a otros pero que a nosotros nos haría tanto mal. Para no dar campo a las malinterpretaciones dejamos claro que solo nosotros, al ser humanos poseemos razón y que nuestros anhelos y deseos más profundos no se comparan con los instintos e impulsos de un animal.
Dios, que es dueño de la bolsa de «chocolates» y la de todos los «dulces»… ¡Lo sabe bien! Sabe por qué aún no es el momento para ser madre, sabe por qué no debes quedar en embarazo en este momento, sabe por qué tal vez hay que esperar aún más y sabe por qué quizá los hijos no lleguen nunca.
3 PUNTOS PARA RECORDAR
En estas tres metáforas (unas más acertadas que otras), he tratado de ilustrar dos cosas. La primera es que somos inmensamente pequeños ante Dios. Y la segunda, Dios nos ama infinitamente y quiere lo mejor para nosotros.
Me gustaría terminar, compartiéndote tres puntos. Que a mi manera de ver, son muy útiles si estás en un momento de rebeldía contra Dios o si has pasado por él:
1. Nadie te juzga: es «natural» que te duela, que te rebeles contra ese sufrimiento que pareciera impedirte ser feliz.
2. No vale la pena: porque mientras tú te rebelas y maldices, Dios sigue llenándote de amor y de bendiciones. Extendiendo sus brazos amorosos hacia ti, cosa que en medio de tu rabieta, eres incapaz de percibir.
3. «No hay mal que dure cien años»: aquí podrías querer discutir alegando que «si soy estéril, lo seré para siempre», o si has perdido un ser querido pensarás «se ha ido para siempre».
Y es que, aunque parezca increíble, tú no necesitas que esa cruz desaparezca, lo que necesitas es aceptarla y como decía san Juan XXIII: «sufre al menos con paciencia si no puedes con alegría».
Si eres mujer y estás atravesando por esta situación, anímate a compartir tu historia con nosotros. Cuéntanos qué te ha servido para ser más paciente, mitigar el dolor o aceptar la situación con paz.
Escrito por Lector invitado

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