Seguramente habrás
oído la frase: «para pelear se necesitan dos»… pues esto no aplica cuando la
pelea se tiene con Dios.
En medio de la ansiedad,
angustia, desesperación o cualquier otro estado similar por el que hayas pasado
—si eres una mujer de fe— es común que le preguntes a Dios: ¿Por qué?, ¿por qué a mí?, ¿por qué le das hijos a una
adolescente que no sabe qué hacer con su vida?, ¿por qué pones un segundo,
tercer o cuarto hijo en aquella familia en lugar de repartirlos mejor?
Son frases que también he
pensado en algún momento, pues no escribo como una simple
espectadora sino como quien lo ha vivido en carne propia. Estas frases, sin embargo, son sumamente dañinas,
básicamente porque no podemos conocer la respuesta.
Hace un tiempo, a una
presentadora de un canal regional le diagnosticaron una enfermedad cuya cura
implicaba pasar por un proceso de quimioterapia. Al principio ella se
preguntaba ¿Por qué a mí? y se rebelaba
contra aquella situación. Después de un tiempo le dio un giro fundamental a
esta pregunta: pasó del ¿Por qué a mí? a
preguntarse ¿Y por qué no a mí?
CADA PERSONA LLEVA UNA CRUZ
Algunos tienen un mal
matrimonio, otros sufren por la pobreza, la enfermedad
o alguna otra carencia. Lo cierto es que cada uno lleva su cruz y en la inmensa
sabiduría de Dios, estas cruces están hechas «a
medida». Es decir, Dios te da la cruz que puedes
soportar.
Es verdad que en el proceso de
espera de quedarse embarazada, esta cruz, este sufrimiento puede parecer
insoportable… pero no lo es. Junto con la cruz, Dios te da
la fuerza para llevarla. Pero
volvamos a la pregunta de la presentadora: ¿Por qué
no a mí? Evidentemente esta espera «eterna» por
un hijo sería una cruz que preferirías no cargar, por mucho tiempo yo pensé
igual.
Pensemos entonces: ¿Qué tengo yo de especial que podría eximirme del
sufrimiento por el que pasa todo el universo?, ¿qué tengo que me hace tan
única, tan «intocable»? Entiéndase bien, no estoy negando la grandeza
interior de cada uno, quiero centrar la mirada en la pequeñez de nuestro ser
frente a Dios. A su lado, somos infinitamente pequeños, tanto que los reclamos
resultan absurdos (pero a veces necesarios, ya lo sé).
Pongámoslo de otra manera: ¿Cómo te sentirías si viene una hormiga a reclamarte
algo? Como toda comparación, esta tiene sus falencias, pues Dios es
infinitamente mayor que nosotros. Pero la falencia principal de esta metáfora
es que tú no amas a esa hormiga, en cambio Dios nos ama a ti y a mí con todo su
ser.
MI PELEA CON DIOS
Recuerdo que en momentos de
angustia, cuando comencé a pelear con Dios le decía: ¿Es
que no te duele verme así? y por mucho tiempo estaba tan metida en mis
pensamientos, en mi dolor, en mi «problema», que
no había silencio suficiente para escuchar la respuesta a esta pregunta.
Hasta que un día, logré hacer silencio y
escuchar, realmente escuchar. Mientras cantábamos una conocida canción
religiosa en medio de un retiro espiritual, mi atención se fijó en las palabras
«¿A quién como a Ti le pesan nuestros dolores?» y entonces entendí lo mucho que le dolía a Dios
verme así. ¿Pero si le dolía por qué no hacía nada?
Para responder esto voy a usar otra analogía que es un poco más acertada
que la anterior.
EL VERDADERO SENTIDO DEL SUFRIMIENTO
Seguramente has visto a una
madre llevar a su hijo a que le pongan una vacuna. Lo lleva con tristeza por
saber que esta vacuna le causará dolor a su hijo, sabe que seguramente lo hará
llorar. Sabe que su hijo la mirará con esos ojos de «Mamá
¿por qué dejas que me hagan esto?» o peor aún «¿Por
qué me haces esto?».
¿Cómo explicarle
a un niño de un año cuya razón es todavía tan limitada, que ese sufrimiento que
ahora parece tan grande le evitará un sufrimiento
aún mayor a futuro? El bebé solo sabe que hay algo que le duele, en ese momento no está
pensando en el futuro, desde su razonamiento solo hay cabida para el dolor que
experimenta en ese instante.
ALGO SIMILAR NOS PASA A NOSOTROS
Nuestra razón, nuestro
conocimiento de las cosas es infinitamente menor que el que tiene Dios que «ordena todo para el bien de los que lo aman». Y
es por esto también que la pregunta ¿por qué? está
de más. O simplemente, aunque no sobre, podemos ir adivinando la respuesta:
porque es lo mejor para ti.
¿Te
suena absurdo que esperar para tener un bebé uno, dos u ocho años sea lo mejor
para ti? ¿No sería mejor
tener el bebé como todos los demás? Y para intentar responder haré nuevamente una comparación, que espero
sea la última.
POR QUÉ DIOS NO ME DA LO QUE QUIERO
Después del almuerzo me gusta
siempre tomarme un café amargo, pero lo acompaño con un trocito de chocolate.
Mi perrito, que tiene muy buen olfato, me persigue desde el momento en que abro
el chocolate y me hace saber por todos los medios cuánto lo quiere. Lo veo saltar,
rasguñarme, quejarse, mirarme fijamente y quisiera darle chocolate pero sé que
le haría un daño si se lo diera.
Él no lo entiende, por
supuesto, él no entiende por qué le haría daño algo que a mí me «hace bien». Y conectando este ejemplo con el
sufrimiento que podemos llevar dentro, no logra entender por qué Dios le manda
chocolates, —digo hijos—, a la vecina que ni los quería y no me los manda a mí.
Y sí, en esta historia (perdón
si alguien se ofende con esta comparación), nosotros somos como ese perrito que
desea el chocolate que tanto deleita a otros pero que a nosotros nos haría
tanto mal. Para no dar campo a las malinterpretaciones dejamos claro que solo
nosotros, al ser humanos poseemos razón y que nuestros anhelos y deseos más
profundos no se comparan con los instintos e impulsos de un animal.
Dios, que es dueño de la bolsa
de «chocolates» y la de todos los «dulces»… ¡Lo
sabe bien! Sabe por qué aún no es el momento para ser madre, sabe por
qué no debes quedar en embarazo en este momento, sabe por qué tal vez hay que
esperar aún más y sabe por qué quizá los hijos no lleguen nunca.
3 PUNTOS PARA RECORDAR
En estas tres metáforas (unas más
acertadas que otras), he tratado de ilustrar dos cosas. La primera es que somos
inmensamente pequeños ante Dios. Y la segunda, Dios nos ama
infinitamente y quiere lo mejor para nosotros.
Me gustaría
terminar, compartiéndote tres puntos. Que a mi manera de ver, son muy útiles si
estás en un momento de rebeldía contra Dios o si has pasado por él:
1. Nadie te
juzga: es «natural» que te duela, que te rebeles contra ese
sufrimiento que pareciera impedirte ser feliz.
2. No vale la
pena: porque
mientras tú te rebelas y maldices, Dios sigue llenándote de amor y de
bendiciones. Extendiendo sus brazos amorosos hacia ti, cosa que en medio de tu
rabieta, eres incapaz de percibir.
3. «No hay
mal que dure cien años»: aquí podrías querer discutir alegando que «si
soy estéril, lo seré para siempre», o si has perdido un ser querido pensarás
«se ha ido para siempre».
Y es que, aunque parezca
increíble, tú no necesitas que esa cruz desaparezca, lo que necesitas es
aceptarla y como decía san Juan XXIII: «sufre al menos con paciencia
si no puedes con alegría».
Si eres mujer y estás
atravesando por esta situación, anímate a compartir tu historia con nosotros.
Cuéntanos qué te ha servido para ser más paciente, mitigar el dolor o aceptar
la situación con paz.
Escrito por Lector invitado
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