En este post,
compartimos con nuestros lectores la reflexión de Monseñor Francisco Javier
Stegmeier, Obispo de la Diócesis de Villarrica (Chile), acerca de la situación
vivida en nuestro país desde hace casi 3 semanas. Una palabra de verdad y de
fe, que muchos han callado a cambio de un discurso políticamente correcto y
populista. Solo hay esperanza en Jesucristo, y en una verdadera conversión a
Dios en la Iglesia. En este mes de María que hoy comienza en Chile, pedimos a
la Virgen del Carmen patrona de nuestro país, que haga resplandecer nuevamente
la luz de la fe verdadera en todos los sectores de la sociedad.
Hermanos en
Jesucristo:
La modernidad estuvo marcada
por la esperanza de un mundo mejor. Pero es cada vez mayor la frustración ante
expectativas no satisfechas. El mito ilustrado del progreso indefinido hacia
una humanidad plena de felicidad ha fracasado en su pretensión de suplantar a
Dios como el sentido último de toda la realidad, de la historia, de la sociedad
y del mismo hombre.
Los criterios actuales de “felicidad” dejan completamente de lado el
fundamento de la plena realización del hombre, es decir, Dios. Y no se toma en
cuenta que el único que es capaz de hacernos realmente felices en plenitud es
Jesucristo, quien nos ha liberado de la esclavitud del pecado, la muerte y la
eterna condenación.
Con ocasión del Día
Internacional de la Felicidad, la ONU informó en 2019 que Chile era el país más
feliz de América del Sur. Si ser feliz se mide por el ingreso económico, una
vida larga y saludable y el apoyo estatal, entonces Chile tendría que ser muy
feliz. Desde el ateísmo que considera al hombre como materia sin
trascendencia se piensa así. Pero esto es falso, como lo demuestra
la realidad.
Un país como Inglaterra, muy
feliz según el índice de la ONU, tiene que crear un Ministerio de la Soledad,
porque la persona se ha encerrado en el individualismo y tiene todo
asegurado de parte del Estado, sustituto de Dios. El resultado es la tristeza,
la depresión y, en muchos casos, el suicidio. En los países más ricos la gente
se puede morir y pueden pasar meses sin que nadie se percate.
Lo que estamos viviendo hoy en
Chile se veía venir. Y la causa última y principal no es la desigualdad social,
que es efecto de algo más profundo. Lo que nos está pasando se debe a la
construcción de una sociedad sin Dios. Sólo Él, el Dios vivo y verdadero,
trascendente y soberano de todo puede ser el fundamento de la paz social. La
convivencia fundada en la justicia, que asegure el derecho de la diversidad de
personas, solo se puede asegurar en el reconocimiento, el respeto y promoción
de la ley de Dios.
La ausencia de Dios
ha llevado a la destrucción de la familia. En Chile el primer ataque a esta institución básica de la sociedad
comenzó cuando se introdujo la anticoncepción, continuó cuando se eliminó la
distinción entre los hijos nacidos dentro del matrimonio y fuera de él, luego
vino el divorcio, el acuerdo de unión civil y la ideología de género. Vendrá el
mal llamado matrimonio igualitario con la posibilidad de adoptar niños.
Estamos cosechando lo que
hemos sembrado por decenas de años: “Pues
quien viento siembra, cosechará tempestad” (Os 8,7).
Sólo si nos convertimos a Cristo es posible un Chile
mejor.
+ Francisco
Javier - Obispo de Villarrica
Schola Veritatis
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