Cada vida salvada,
cada hijo rescatado, cada madre ayudada, se convierten en pequeñas victorias de
la vida.
Por: P. Fernando Pascual, LC | Fuente: Catholic.net
En cada aborto un inocente es destruido. Un
hijo, en el seno de su madre, queda excluido del mundo de los vivos.
Su vida ha sido declarada "no deseada". Su existencia ha sido
vista como un problema. Su condición humana ha sido ignorada, o negada, o
simplemente declarada "no planeada".
La película "Unplanned"
(traducida como "No Planeado" o
"Inesperado"), que surge del libro
del mismo título publicado en 2011 por Abby Johnson, desvela en parte ese
drama.
Solo en parte, porque el número de abortos es
enorme: cada año millones y millones de hijos son
destruidos antes de nacer.
Pero al menos, con el libro y la película,
podemos recordar ese goteo, a veces auténtico chaparrón, de inocentes destruidos
antes de nacer.
¿Qué hacer ante un drama de
esas dimensiones? ¿Por qué las personas no abren los ojos ante una hecatombe de
tantos millones de hijos?
Es difícil explicar cómo se ha llegado a esta
situación. En el fondo, se esconde una mentalidad que promueve la cultura de la
muerte, y que fue denunciada proféticamente por Juan Pablo II en la encíclica "Evangelium vitae".
Porque el aborto se ha convertido en muchos
lugares en un hecho cotidiano, rutinario, como si fuera ya parte de la cultura.
Porque tantos y tantos seres humanos ni siquiera hablan del tema, por miedo o
por aceptación.
Existen, hay que reconocerlo, miles de personas
que buscan detener el aborto, que ofrecen ayuda a las mujeres en dificultad,
que promueven una cultura de la acogida y del amor hacia los hijos antes de
nacer y hacia las madres en dificultad.
La tarea para detener el aborto puede parecer
titánica, casi imposible. Pero cada vida salvada, cada hijo rescatado, cada
madre ayudada, se convierten en pequeñas victorias de la vida.
El goteo del aborto sigue, implacable. Hoy, en
muchos rincones del planeta, mujeres muy jóvenes o ya adultas, entrarán en
lugares (no merecen llamarse clínicas) donde sus hijos serán destruidos.
Esos hijos asesinados quedan en el corazón de
Dios. Y sus madres, necesitadas de misericordia y de sanación, tendrán siempre
abiertas las puertas del arrepentimiento, que las rescatará del mal cometido y
que las ayudará a reconocer la belleza del amor que acoge y ama al más pequeño
de los seres humanos: el hijo antes de nacer.
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