Ese mandato no
implica que suspendamos toda opinión sobre todo comportamiento pues entonces ni
siquiera la predicación sería posible.
Por: Fr. Nelson Medina O.P. | Fuente: fraynelson.com
PREGUNTA:
Jesús cuando vino al mundo
enseñó a no juzgar, sino por el contrario enseñó a amar, ¿por qué lo hacemos
nosotros los cristianos? — K.M.
RESPUESTA:
La expresión “no juzgar” hay que saberla entender
porque de otro modo lleva a
contradicciones insolubles.
Piensa nada más en esto: Cuando le decimos a alguien: “No juzgues” ya estamos haciendo
un juicio nosotros mismos.
Piensa también en que si
uno quisiera evitar absolutamente TODO juicio, uno no podría decir nada
sobre los que secuestran niñas para violarlas y matarlas porque entonces uno estaría
“juzgando” al que cometió tales
hechos.
Y piensa además que si uno intentara evitar TODO juicio moral, resultaría
imposible educar a un niño o a un joven porque educar
siempre implica expresar juicios morales; como por ejemplo: “No sigas el camino
de los corruptos, que se roban el dinero del pueblo.”
Por último, démonos cuenta
de que lo de “no juzgar” se dice y
repite machaconamente cuando se trata de ciertos comportamientos (y pecados) mientras que otros sí son condenados duramente. Es frecuente
que se aplique lo de no juzgar a temas de afectividad y sexo (implicando que
cada quien viva su sexualidad más o menos como le parezca) mientras que el
tráfico de drogas o las actividades de la mafia se condenan sin tapujos. O sea
que evitamos juzgar en cuanto a los pecados “de moda” y sí juzgamos las lacras “de moda.”
Todo eso muestra que el sentido de las palabras de Cristo no podía ser–y no es–que
debemos abstenernos de decir si las cosas son buenas o son malas. Uno no puede ver un secuestro o una violación, por ejemplo,
y quedar amordazado por esta interpretación de las palabras de Cristo hasta el
punto de no poder denunciarlo porque “eso sería juzgar.”
Entonces, ¿cómo
entender rectamente la enseñanza del Señor?
Un buen punto de partida es
que Cristo no hablaba español, ni latín; quizás entendía bastante griego pero
su mente y corazón provienen del pueblo judío y de la raza hebrea. Lo mejor es
explorar las palabras “justicia/juicio” (mishpat) y “juzgar” (shaphat ó shafat) desde el hebreo. Y lo primero que uno nota es que shafat es un verbo que equivale a
“gobernar” de modo que el que hace
justicia es ante todo el mismo que gobierna, o sea, el rey. Puesto que Dios es
el rey del mundo y el soberano de las naciones de la tierra, es claro que “hacer justicia” o dar el “mishpat” corresponde a Dios.
En nuestras sociedades, en
cambio, los juicios suceden en juzgados, y pueden ser apelados, e ir a
distintos tribunales, de más alto rango; o por el contrario, hay casos que
pueden prescribir y ya no ser sometidos al sistema judicial. En Israel, y en
general en todos los pueblos antiguos, el juicio sobre una situación o sobre una persona, era algo
que sucedía UNA VEZ y que venía directamente del soberano (no había nuestra famosa
separación de poderes: ejecutivo, legislativo y
judicial); pronunciar juicio no admitía en principio apelación y definía para
siempre el destino de una persona. esa es la idea de “juzgar” que está detrás
de la advertencia de Cristo.
"Juzgar" en lengua hebrea, es tomar el lugar del juez, y el único juez
es Dios, cuyos “juicios” indican la verdad definitiva y el destino final de cada
persona. De modo que “no juzgar”
equivale a: “No pretendas tomar el lugar de Dios creyendo que puedes conocer o
definir el desenlace final de la vida de otra persona.” Por supuesto, ese mandato
no implica que suspendamos toda opinión sobre todo comportamiento pues entonces
ni siquiera la predicación sería posible.
Y no olvidemos que el mismo
Cristo nos invitó a practicar la corrección fraterna (Mateo 18,15-17). ¿Cómo podría yo corregir a mi hermano si cada vez que le
fuera a decir que está haciendo algo incorrecto él me dijera: “¡Tú, cállate: me
estás juzgando.”
En resumen: el mandamiento
de No Juzgar significa que no usurpemos el lugar de Dios en cuanto a qué va a
suceder finalmente en la vida de una persona; pero ello no impide que reconozcamos, en nosotros mismos y en los
demás, cosas que son incorrectas y que deben ser corregidas.
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