Pregunta
insoslayable pues no se puede prescindir de la verdad, ni cancelarla, ni
evitarla.
Por: Daniel Prieto | Fuente: Catholic-link.com
“La verdad os hará libres”,
se escuchó por ahí. “Una mentira
mil veces repetida se convierte en verdad”, replicaron por allá. “La verdad es relativa”, concluyeron otros con
indiferencia. Pero “¿Qué es la verdad?” –preguntó confundido el alumno. Pregunta
acuciante por la cual se han derramado ríos de tinta a través de los siglos.
Pregunta insoslayable pues no se puede prescindir de la verdad, ni cancelarla,
ni evitarla. Quien la niega, como han notado tantos grandes filósofos,
inevitablemente pone la cuestión otra vez. “No
hay verdad, la verdad no existe” –vociferan
sus detractores muy seguros de sí mismos, y luego, con menos seguridad,
susurran mordiéndose la lengua: “Esta es la
verdad”. Sócrates seguramente
habría replicado “¿Por qué tendría que ser ésta
la verdad y no otra, más aún cuando ustedes dicen en primer lugar que ella no
existe?” El viejo griego los
habría desenmascarado, mostrando la incoherente dictadura de un pensamiento único
que se impone disfrazado de tolerancia y relativismo. Los habría forzado al
sano silencio, ese que se postra ante la aporía, a través de la cual nos
abrimos paso a la contemplación del misterio. Y es que de este callejón sin
salida uno no escapa con más argumentos, por más finos y rigurosos que sean.
En los estratos más
profundos de la existencia para alcanzar la verdad definitiva se requiere otra
vía: una salida que nos permita ir más allá de los confines del mundo lógico y
sus insolubles paradojas. Porque
la verdad a estos niveles tiene más de místico que de lógico. Sin embargo,
cuando la razón calla, ¿qué podemos decir entonces?, ¿cómo
podemos demostrar la verdad? Es que tal vez, y este es justamente el
punto decisivo, a estos niveles la verdad no se demuestra: aquí la verdad -la
verdadera verdad, la verdad auténtica, la Verdad con mayúsculas- se “muestra”. Esta Verdad no se infiere, se
manifiesta; no se abstrae, se toca, se oye, y se
contempla, y luego se anuncia y se testimonia. «Lo que existía desde el
principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que
hemos contemplado y lo que han palpado nuestras manos, acerca del Verbo de
vida, pues la vida fue manifestada, y nosotros la hemos visto y damos
testimonio y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre y se nos
manifestó» (1 Jn1, 1-2). Castellani en un párrafo cargado de cultura,
campechana sensatez e ironía exponía el asunto así:
«¿Qué es la Verdad?” -dijo
Pilatos. -“Est vir qui adest”- es
el varón que tienes delante, podía haber respondido Jesucristo, con las mismas
letras de la pregunta “¿Quid est veritas?”
En la Edad Media un autor anónimo compuso este ingenioso anagrama: ¿Quid est veritas? – Est vir qui adest.” En
realidad, Pilatos no preguntó en latín, sino en griego vulgar, koiné, y
Jesucristo no contestó nada. Al que pregunta: ¿Qué
es la verdad? sin muchas ganas de conocerla, la Verdad no le
contesta nada. En suma, si Jesucristo hubiese sido criollo (y en parte lo fue)
y Pilatos hubiese merecido que Cristo le contestara (que no lo merecía, por
cobarde), a la pregunta: “¿Qué es la
Verdad?”, Jesucristo debía haber contestado: “No te hagás el que no la ves…” Éste es
un chiste de Ignacio Pirovano. Así como a mí me
cuelgan chistes malos que nunca he hecho, que a veces me dejan bastante mal,
así yo uso los chistes buenos de mis amigos».
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