Ya saben que a uno
lo que le va es ir contracorriente, por eso no me tomen demasiado en serio en según qué
cosas.
Tenemos en Madrid y en Roma, por lo menos,
parece ser que mucha gente, incluso familias enteras, durmiendo en
la calle. Además de las personas sin hogar que
siempre hemos tenido en nuestras ciudades, ahora se han añadido inmigrantes y refugiados que llegan a nuestras ciudades huyendo de la
violencia y la miseria y que, una vez aquí, no encuentran ni siquiera un techo
donde pasar especialmente estas noches de frío y lluvia. Bien. Este es el hecho.
La primera consideración que
me hago es que quizá deberíamos ser más prudentes a la hora de hablar de estas cosas, porque llevamos años, tanto algunos políticos, sobre todo de lo que
tradicionalmente hemos llamado la izquierda, como nosotros
mismos desde la Iglesia, clamando en favor de la supresión
de fronteras y la acogida a los refugiados. La idea, como idea, es laudable y
fruto de la práctica más elemental que dimana de las obras de misericordia.
El problema es que llegan. Y, por lo que podemos comprobar,
resulta que ni las administraciones públicas ni la Iglesia
podemos ofrecer los recursos adecuados para que
puedan vivir con un mínimo de dignidad. Están en la calle y sin papeles
durante meses en el mejor de los
casos. La consecuencia es malvivir y salir adelante bien
con las ayudas de Cáritas o Cruz Roja especialmente,
porque los servicios municipales nunca tienen presupuesto, o buscarse la
vida en la economía sumergida a merced de las mafias o en la delincuencia.
Aquí diría que necesitamos ser
más prudentes en lo que se ha dado en calificar “el
efecto llamada”. Que vengan, y que al llegar se encuentren que esa
famosa pancarta del ayuntamiento de Madrid, esa que decía “Refugees Welcome”, lo que en realidad ofrece es
la calle para vivir y las aceras para correr. Por tanto, prudencia,
inmigración regulada y refugiados sí, pero no sin antes tener prevista la
respuesta que se les va a dar
cuando lleguen.
Una de las
respuestas, y esta es mi segunda consideración, que se está ofreciendo a las
personas y colectivos que malviven en la calle es la de los templos
abiertos 24 horas.
Conocidísima la iglesia de San Antón de Madrid. Conocida Santa Ana de Barcelona
y en puertas de abrir una en la mismísima Roma. Sin desmerecer en nada un
trabajo ímprobo y generoso por parte de tantos voluntarios, la pregunta que me hago es si la archidiócesis de Madrid, la de Barcelona
y el mismísimo Vaticano no tienen nada mejor que ofrecer. Abierto 24 horas. Con acogida a todos sin distinción alguna.
Pero con otra dignidad.
Me conmueve y me cabrea a la
vez, ustedes me perdonarán, ver a una persona durmiendo sobre el banco de una
iglesia. Me cabrea y me conmueve que tengan que comer sobre el mismo banco.
Ahora se va a abrir una iglesia así en Roma. Me van a perdonar, una vez más.
Puede leerse en la prensa que,
en
Roma, propiedad de la Santa
Sede, unos 800 inmuebles están vacíos y un 15% de las casas se alquilan
a cero coste o con precios de favor. Añádanse seminarios y conventos
cerrados o casi. Sumemos viviendas de cardenales y altos cargos
con metros y metros para uso y disfrute de su eminencia -recordamos los 300
metros del apartamento del cardenal Bertone, por ejemplo-.
Ya sé que de cara a la foto no
es lo mismo ni muchísimo menos. Pero se me ocurre, cosas mías, que, en lugar de un templo, la Santa Sede podía haber puesto a disposición de
las personas sin hogar alguno de esos 800 inmuebles que dicen tiene vacíos o
algún convento cerrado por vocaciones, ausencia de. Imaginen un
edificio romano, quizá un gran convento, convertido en hogar de los sin hogar.
Quizá con habitaciones para descansar tranquilos y con dignidad, salas,
salones, mil posibilidades. Es una cuestión de dignidad.
Pues no. Ni edificios ni
conventos. Una iglesia. No entiendo la razón. O sí, que es peor.
Jorge González
Guadalix
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