«La adolescencia es,
tal vez, el modo que tiene la naturaleza de preparar a los padres para
agradecer el nido vacío». — Karen Savage y Patricia Adams.
La
adolescencia tiene mala fama. Nuestros niños que tan dóciles, dulces simpáticos y amables nos
parecían, de pronto se convierten en seres huraños, retraídos, gruñones,
rebeldes y fundamentalmente molestos. Y muchas veces los padres se desesperan
porque creen que esa etapa (que es una etapa crítica) no va a terminar jamás.
El
video que te comparto hoy me ha gustado mucho. Primero porque admiro mucho a
su autor, José Ramón Ayllón y segundo porque me gusta mucho la adolescencia.
Disfruté mucho de la mía, y ahora estoy disfrutando la de mis hijos, que están
los tres atravesando distintas etapas de la adolescencia.
No voy a abundar mucho en los
consejos que da el Profesor Ayllón, porque creo que son completamente atinados,
y además creo que el video habla por sí mismo. Pero sí me quiero detener en un
comentario sobre varios aspectos importantes que como padres debemos tener en
cuanta sobre la adolescencia.
LA ADOLESCENCIA ES UNA CRISIS
Una crisis, de acuerdo a la
definición del Diccionario de la Real Academia de la Lengua. Es un «Cambio profundo y de consecuencias importantes en un
proceso o una situación, o en la manera en que estos son apreciados».
Las crisis no son enfermedades
terminales. En los organismos vivos, las crisis son las coyunturas por las que
el organismo pasa para pasar de un estado a otro, como cuando la crisálida se
convierte en mariposa. La adolescencia es la etapa en
la que nuestros niños se «encierran en sí mismos» para emerger luego como
adultos.
Y no es un proceso fácil. Ni
para ellos ni para los que estamos alrededor. Pero como todas las crisis, puede
ser aprovechada o puede ser sufrida y resistida. El resultado de la crisis va a
determinarse por nuestra actitud, especialmente de los adultos que tenemos que
acompañar, guiar, aconsejar, acoger y proteger a nuestros hijos. Y cuando esta
crisis se atraviesa bien, los resultados son visibles para el resto de la vida
de nuestros hijos. ¡Todo lo bueno cuesta! (Te
recomiendo el curso online «Formar a nuestros hijos en la fe»).
Quisiera comenzar estas
reflexiones con unas palabras del Papa Francisco sobre la adolescencia: «Es un tiempo precioso en la vida de vuestros hijos. Un
tiempo difícil, sí. Un tiempo de cambios y de inestabilidad, sí. Una fase que
presenta grandes riesgos, sin duda. Pero, sobre todo, es un tiempo de
crecimiento para ellos y para toda la familia […] la adolescencia no es una
patología y no podemos afrontarla como si lo fuese».
¿Cómo
es eso de que es un tiempo de crecimiento para ellos y para la familia? Por lo mismo que dice el Papa, porque es un tiempo difícil, un tiempo de
pruebas, y los que pasan por las pruebas más difíciles son nuestros hijos.
Nosotros, como sus padres y como adultos a cargo, deberíamos estar disponibles
para ellos, pase lo que pase, sin importar las dificultades por las que
atraviesen. Y ellos tienen que saber que estamos para ellos. Cuando ellos lo
saben, entonces generalmente causan menos problemas y no más, por curioso que
pueda parecer.
¿QUÉ SUCEDE DURANTE LA ADOLESCENCIA?
La adolescencia es una etapa
de maduración y crecimiento. Nuestro cuerpo se ve sometido durante la pubertad
a un bombardeo hormonal que configura nuestra fisiología reproductiva de
adultos, y ese bombardeo hormonal continuará moldeando nuestra conducta por
mucho tiempo.
El proceso fisiológico hace
que nuestro cerebro se «reconfigure» o se «reprograme» para la vida adulta. Y toda esa
reconfiguración repercute en cómo nos portamos durante la adolescencia y cómo
continuaremos portándonos durante nuestra vida adulta.
El
cerebro adolescente sufre un doble proceso de maduración. Por un lado
ocurre una «poda» de circuitos neuronales. El cerebro preadolescente es
extremadamente complejo, y al mismo tiempo muy ineficiente en consumo de
energía. En un cuerpo adulto, un cerebro de niño sería muy «costoso» de mantener, por lo que la hormonización
de la adolescencia dispara un proceso de eliminación de circuitos neuronales «inútiles».
El otro proceso que ocurre
durante la adolescencia es el proceso llamado «Mielinización»:
aquellos circuitos neuronales que sobreviven a la poda reciben una mayor
cantidad de Mielina. Una sustancia que aísla las neuronas y las «especializa» para hacer cada vez más eficiente el
funcionamiento del cerebro.
Por este doble proceso, los
adolescentes cambian muchas veces de comportamiento, de temperamento y de
reacciones. Y se nos vuelven irreconocibles. Pero su cerebro está siendo «demolido» y «reconstruido»
al mismo tiempo, y muchas veces ni ellos mismos se conocen.
LOS PELIGROS DE LA ADOLESCENCIA
La última parte del cerebro
que madura durante la adolescencia es (por simplificar) la corteza prefrontal.
Que es la parte del cerebro que se activa cuando calculamos riesgos y
planificamos a largo plazo. Por esta razón, muchas veces los papás les
preguntamos erróneamente: ¿En qué estabas pensando
cuando hiciste eso? Y digo erróneamente porque cuanto antes
comprendamos que los adolescentes «no piensan» durante la adolescencia, mejor
pasaremos esta etapa nosotros y ellos.
El adolescente no mide
riesgos, no sabe medirlos, y no le importan mucho tampoco. En general, la
planificación del adolescente pasa por los próximos minutos, y no mucho más que
eso. Y esta falta de consideración de las consecuencias de sus acciones hacen
que se metan en muchos, muchos, ¡Muchísimos
problemas!
Por eso
nuestra tarea como padres tiene que ser «estar». Estar presentes, cerca de
ellos, y que se sientan no «vigilados» sino «protegidos». Me gusta mucho la
lección que le dio el joven profesor al profesor Ayllón: comprender la educación es comprender que hay que «estar»
y estar implica una presencia activa, una presencia ocupada más que preocupada.
Los adolescentes se van a
meter en problemas, y se van a meter en problemas por esa falta de cálculo. Y aquí está el secreto de la paternidad presente: no tenemos que evitarles problemas, sino ayudarlos a que los vean.
Y que los puedan resolver solos, o con nuestra orientación, oración y consejo,
pero tratando de no resolverlos nosotros por ellos.
La maduración de nuestros
hijos depende mucho de esta presencia, de este estar activamente, y de intentar
no resolverle los problemas de modo que ellos comiencen a ejercitar su
responsabilidad y su capacidad de resolución de problemas, dos características
fundamentales de la vida adulta.
Por la mielinización (es decir
la especialización del cerebro durante la adolescencia) lo que
se haga bien durante la adolescencia, se hará bien durante el resto de la vida. Lo que se haga mal, acarreará consecuencias por
el resto de la vida.
LOS RETRASOS DE LA MADURACIÓN
La maduración de la
adolescencia no siempre es lineal, y hay cosas que retrasan el proceso
madurativo, y que por lo tanto pueden prolongar la adolescencia. La primera
cosa que puede retrasar este proceso madurativo es el estrés. Si los
adolescentes se sienten solos, tristes, abatidos o abandonados, experimentan mucho más estrés que un adulto en la misma situación.
Si se meten en problemas y no
saben cómo resolverlos o no saben a quién recurrir para apoyo y consejo, su
estrés se dispara y el proceso de maduración se demora o detiene. Otro gran
factor en este proceso de la maduración de la adolescencia son las sustancias que los adolescentes ingieren.
Alcohol, estimulantes,
estupefacientes, barbitúricos y anticonceptivos generan demoras en el proceso
madurativo del adolescente. El consumo de estas sustancias mientras el cerebro
se está «construyendo» están fuertemente
vinculadas a alcoholismo, drogodependencia, depresión, ansiedad crónica y suicidio.
Por lo tanto, los cuidados de
la adolescencia deben incluir el cuidado de las sustancias que ingieren. No
podemos dejar que nuestros hijos sean intoxicados en un momento crucial de
desarrollo personal, y si sucede tenemos que estar alertas, acompañarlos y
aconsejarlos para que no sigan hipotecando su futuro.
LA ADOLESCENCIA TAMBIÉN ES HERMOSA
Como todas las crisis de la
vida, si afrontamos la adolescencia de nuestros hijos con miedos y
desconfianza, podemos convertirla en un martirio para ellos, para nosotros y
para la sociedad. Si en cambio confiamos en Dios, en nuestros hijos y en que el
proceso que están atravesando sirve para su desarrollo personal, nuestra labor
como padres se simplifica y la repercusión en la vida de nuestros hijos va a
ser perdurable para toda su vida adulta.
El proceso de maduración de
nuestros hijos es un momento clave de su crecimiento. Y así como estuvimos
cuando dieron sus primeros pasos para ayudarlos a levantarse si se caían,
tenemos que estar en la adolescencia para hacer lo mismo: ayudarlos a
levantarse, pero no caminar por ellos. Cuidarlos,
pero no agobiarlos. Confiar en ellos, pero estar cerca y expectantes para
cualquier dificultad que puedan tener.
De este modo podremos
atravesar la crisis de la adolescencia como dice el Papa Francisco: como una oportunidad de crecimiento personal y familiar. Y
la huella que dejaremos en nuestros hijos será perdurable.
Escrito por Andrés D' Angelo
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