«Por
la cacofonía que reina en las enseñanzas de los Obispos y los sacerdotes»
El Cardenal
Robert Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina
de los Sacramentos, ha pronunciado una magistral conferencia para presentar el
próximo Congreso de Católicos y Vida Pública. El purpurado africano ha
reflexionado sobre el papel de la Iglesia de hoy en el mundo y ante los propios
cristianos.
(InfoCatólica) En el auditorio de la
Universidad CEU San Pablo, con la presencia, entre otros, de los cardenales
Antonio María Rouco Varela y Antonio Cañizares, el Cardenal Robert Sarah,
prefecto de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los
Sacramentos, ha abordado la importancia de la educación en la misión
de la Iglesia, con motivo de la presentación del 21 Congreso Católicos y Vida Pública.
Debido a la gran asistencia de
personas, unas 600, se ha habilitado una sala anexa para seguir la
presentación.
Tras la presentación por el
periodista Francisco Serrano, el Cardenal Sarah ha señalado el momento en el
que «la escuela y la universidad atraviesan una
crisis muy profunda, la de una sociedad laicista, secularizada, sin Dios». Una crisis que proviene del «constante
cuestionamiento de los valores fundamentales que durante miles de años han
apoyado, enseñado, educado y estructurado al hombre internamente».
El cardenal ha señalado que
debemos ser capaces de medir la gravedad de la crisis, «dada la atmósfera atea o de indiferencia hacia las
cuestiones religiosas o morales en la que se encuentran impregnadas la
educación y las estructuras escolares».
En este sentido, el prefecto ha destacado la necesidad de entender que «el
núcleo del acto educativo es que la persona educada adquiera las virtudes que
le permitan desplegar y estructurar su humanidad y su personalidad de acuerdo
con la verdad que les es intrínseca».
LA IMPORTANCIA DE LA
FAMILIA EN UNA SOCIEDAD SIN DIOS
Para ello, además de la
escuela y la universidad, «la familia es la primera célula que
puede proporcionar esta fantástica carga emocional, en medio de la confusión de
ideas, de ideologías, del desorden de información e impresiones que asaltan por
todos lados a muchos jóvenes». Sin
embargo, el prefecto ha apuntado que «por desgracia, está desestructurada, demolida, desmantelada; y con
frecuencia, en nuestros días, pide ser reemplazada
por la escuela».
El cardenal partió de «la
crisis antropológica y moral sin precedentes que atraviesa nuestro tiempo exige
que la Iglesia asuma una mayor responsabilidad y compromiso
para proponer su enseñanza doctrinal y moral de modo claro, preciso y firme».
Y ha continuado: «Hoy, a algunas personas les gustaría que la Iglesia se centrara
exclusivamente en el ejercicio de la misericordia, en el trabajo de reducir o incluso erradicar la pobreza, en la
acogida de migrantes, en la acogida y acompañamiento de los ‘heridos de la
vida'». «Ciertamente es necesario invertir en la solución de problemas sociales
--ha proseguido--, pero también es necesario, y quizás incluso más
que nada, trabajar contra corriente para evitar que tantos hombres y
mujeres resulten heridos en sus cuerpos, sus almas, su inteligencia, su
afectividad, etc. ¿No es la educación la mejor prevención? Se trata del
ejercicio de la justicia y de la misericordia».
LOS DESAFÍOS
ANTROPOLÓGICOS DE LA CRISIS ACTUAL DE LA EDUCACIÓN: FEMINISMO, MENTALIDAD
ANTICONCEPTIVA, RELACIÓN HOMBRE-MUJER
El Cardenal Sarah situó las
raíces de la situación actual en la falta de comprensión antropológica, primero
el ataque a la mujer y a la maternidad, después esa separación del aspecto
unitivo y procreativo de las relaciones sexuales sin las cuales la relación
hombre-mujer pierde su sentido: La desestructuración de la identidad sexual que a menudo se
llama «teoría de género», contra la que el papa Francisco tiene palabras
durísimas y una actitud de intolerancia absoluta, puede entenderse como la
consecuencia antropológica de una mutación práctica.
El
primer eslabón del proceso involucró a la mujer. De hecho, la mentalidad
anticonceptiva que se ha extendido fuertemente después de 1950 ha hecho posible
una profunda desconexión entre la mujer y su cuerpo, desconexión que ha
cambiado radicalmente la forma de entender la sexualidad humana, el matrimonio,
la filiación y por supuesto la educación. Es preciso recordar aquí la frase de
Simone de Beauvoir (1908-1986), que ha dado la vuelta al mundo: «no naces mujer, te conviertes en mujer». La
teoría de género se ha referido ampliamente a ella. Añadamos que para de
Beauvoir, la familia, el matrimonio y la maternidad son la fuente de la
«opresión» y de la dependencia femeninas. La píldora habría «liberado» a las mujeres al darles «el control de su cuerpo»
y la posibilidad de «disponer libremente» de
él. Bajo el lema feminista «mi cuerpo me pertenece»
en realidad se oculta una profunda alienación del sujeto encarnado. De hecho,
detrás de esta afirmación de «libertad» yace
una instrumentalización del propio cuerpo como material a disposición de los
deseos más indeterminados. La mentalidad anticonceptiva ha engendrado un dualismo entre la libertad
individual vista como ilimitada y todopoderosa, por un lado, y el cuerpo como
instrumento de disfrute, por otro. En esa perspectiva, el cuerpo sexuado ya no
puede ser vivido como signo e instrumento del don de sí, cuya finalidad es la
comunión de los esposos. El vínculo intrínseco entre los dos significados del
acto conyugal, la dimensión procreadora y la dimensión unitiva, se rompe. Este
vínculo se vuelve opcional y lógicamente la sexualidad termina siendo
considerada solo en su dimensión relacional y agradable. Los efectos desestabilizadores
de tal mentalidad no se han hecho esperar.
En
unos pocos años, esta desconexión engendró simultáneamente la tecnificación de
la procreación (reproducción asistida) y la legitimación social de la
homosexualidad. De hecho, si la sexualidad ya no se percibe a la luz del don de la
vida, ¿cómo se puede considerar la homosexualidad
como una perversión, un desorden objetivo y grave? Pero junto a estos
cambios importantes va una redefinición de la identidad sexual, considerándola
como puramente construida. Si se niega el vínculo intrínseco entre los dos
significados del acto conyugal, la diferencia de los sexos pierde el primer
fundamento de su inteligibilidad. A partir de entonces, el cuerpo sexuado se
niega en su naturalidad para ser considerado como un simple material que la
conciencia individual puede modelar a su agrado. En nombre de la lucha contra
las «discriminaciones» de las que serían
víctimas las «minorías sexuales», los
agentes de la subversión antropológica toman como rehenes en sus revindicaciones
a las autoridades públicas y al legislador. En nombre de la «igualdad» y la «libertad»,
exigen que todo discurso social, especialmente en las escuelas y los
medios de comunicación, sea «respetuoso» con
la indeterminación sexual de los individuos y la libre elección de su
identidad. Entonces, cada uno puede afirmar que es por auto-designación y
proclamar: «Yo hago mi propia elección. Estoy
orgulloso de ello y me afirmo en esa elección. No admito que otro o la sociedad
me digan lo que yo soy. No recibo mi ser y mi existencia de nadie más que de mí
mismo. Yo decido por mí mismo quien soy. La sociedad debe asumir mi elección y
adaptarse a mis cambios de orientación. Yo soy el dueño del mundo».
EDUCACIÓN EN LAS VIRTUDES INTELECTUALES Y MORALES:
SUBJETIVACIÓN ADECUADA
El Cardenal animó a no caer en los dos extremos que lastran la
educación: el laxismo y el paternalismo, y centrarse en el
objetivo real de la educación siguiendo la enseñanza de Juan Pablo II
La meta es, por tanto, lo que
Karol Wojtyla (¡san Juan Pablo II!) llama en
su gran libro de filosofía Persona y acción (1969) «la
adecuada subjetivación». Esta es la apropiación plena por parte del
sujeto actuante de la verdad objetiva de su ser cuando lo recibe de Dios; de
tal manera que la persona se vuelve adecuada, conforme con el plan de Dios para
ella, tanto como persona humana como persona única. Por lo tanto, toda su vida
consiste en responder de manera práctica a estas dos preguntas: «¿qué soy yo?» y «¿quién soy yo?».
E incidió en la
responsabilidad de formadores y padres: El educador tiene el noble e importante
papel de ser el mediador entre la verdad (universal y objetiva) del ser humano
inmanente a este niño y el niño mismo como ser singular. Es el papel por el
cual la atracción hacia lo bueno, lo justo, lo verdadero, lo bello puede
resonar efectivamente en la subjetividad del niño, de manera que pueda hacerlos
suyos.
Por lo tanto, la educación
solo es adecuada a su misión si se centra en ese niño en concreto. ¡El educador no educa a un niño en sí! Educa a
aquel que le ha sido confiado por Dios para que se convierta en sujeto pleno de
sus actos. Hay que estar atentos a su carácter, a sus dones, a los talentos que
le son propios. En definitiva, el educador ha de estar al servicio de la
vocación de ese niño; como tal, es el propio mediador de Dios; no suele ser el
único, porque el niño está inmerso en un contexto educativo complejo y recibe
también de otros educadores. Sabemos lo valioso que a veces es para los padres
confiar en otros para algún aspecto del crecimiento de sus hijos. Esta
delegación a un tercero se ejerce siempre bajo su responsabilidad, porque en
última instancia se basa en el hecho de que tendrán que responder ante Dios
mismo por la forma en que han asumido su misión.
PAPEL DE LA IGLESIA
Sarah incidió en el
papel de la Iglesia como Madre y Maestra y citando numerosas veces la encíclica Veritatis
Splendor, apuntaló el verdadero papel de la conciencia y de la
verdad objetiva.
No escatimó en señalar el
papel de los que tienen la función de enseñar y su responsabilidad.
Es tiempo de que la Iglesia,
Mater y Magistra, reflexione sobre el desconcierto y la confusión inoculados
hoy en el espíritu de muchos fieles cristianos y personas de buena voluntad por
la cacofonía que reina en las enseñanzas de los Obispos y los sacerdotes. Pues,
«si una trompeta emitiera un sonido indefinido --
dice san Pablo en la primera carta a los Corintios -, ¿quién se preparía para la batalla?» (1 Cor 14,
8).
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